Adriana Cerezo, la ‘niña maravilla’ del taekwondo es plata olímpica en Tokio
La joven de 17 años de Alcalá de Henares consigue la primera medalla para España en su debut en los JJOO 2020 y contra rivales con el doble de experiencia y metales que ella
Un torbellino de Alcalá de Henares, de 17 años, en su primer año en categoría absoluta, entró este sábado al pabellón de taekwondo de Chiba sonriendo a cámara. La suya no es una sonrisa de circunstancia, sino una de las de oreja a oreja. Como si estuviera en la fiesta de fin de curso en lugar de saltar al tatami para su primer combate olímpico. La niña maravilla, como la apodan sus compañeros, y su energía incontenible han puesto patas arriba el Makuhari Messe en el primer día de los Juegos. Pasó por el pabellón con la fuerza de un huracán y se colgó la plata, la primera medalla de España en estos Juegos. El oro le quedó a un punto. Lo perdió en los últimos tres segundos. “Me voy a tirar unos cuantos días pensando en esos tres segundos... he tenido el combate ahí, soy yo la que lo ha perdido, por eso me da un poco de rabia. Pero con el tiempo valoraré esta plata. Sabéis como es esto: el oro se gana, el bronce se gana... la plata se pierde”, dijo la taekwondista hora y media después de haber terminado la competición. Llegó a zona mixta y pidió disculpas a los periodistas de prensa escrita por haberles atendido tan tarde.
En primera ronda tumbó a la serbia Tijana Bogdanovic (12-4), subcampeona olímpica en Río 2016. En cuartos destrozó a la china Jingyu Wu por diferencia de puntos (33-2) en dos asaltos –no se llegó al tercero-. Wu, 34 años, es una leyenda de este deporte con dos oros olímpicos. En semifinal, la paliza (39-19) le tocó a la turca de 30 años Rukiye Yildirim, dos veces campeona de Europa y dos veces bronce mundial. Todas rivales con el doble de experiencia y metales que ella. Panipak Wongpattanakit, tailandesa de 23 años, bronce en Río, dos veces campeona del mundo, fue la única que venció a Cerezo por 11-10. “Es una chica contra la que no puedes ceder porque es muy alta, muy buena, tiene mucha pierna y sabía que tenía que buscar los huecos, es lo que intenté, pero en el momento en el que he cedido le he dado la oportunidad a ella para aprovecharlo”.
Un grupo de siete periodistas japoneses se juntó a esperarla después del combate de cuartos de final sin dejar de frotarse los ojos. La miraban incrédulos en la zona mixta y le preguntaban en inglés: ¿Pero cómo es eso de que nunca habías competido en categoría sénior? ¿Pero tú te esperabas esto?”. Y ella responde que esto así no, pero que ha trabajado para estar como está. Y que ehhhh, que esto no se ha acabado, que queda mucho día de competición. No les cuenta que nunca para, que para frenar su cabeza que siempre va a mil, hace técnicas de meditación, sesiones de 10 minutos al día de mindfulness que la ayudan a centrarse. No les cuenta tampoco que le gusta y disfruta tanto entrenando que a veces incluso en eso la tienen que parar porque si por ella fuera, se iría a hacer taekwondo recién bajada de un avión de vuelta de una competición. No les cuenta que se ha traído de la Villa Olímpica las sábanas y una almohada y que después de la semifinal, para engañar la espera de tres horas antes de pelear por el oro, se va a dormir un rato a la sala de calentamiento.
“¡Lo que me salga, yo lo que me salga, soy muy poco de táctica!”, repetía en un corrillo después del primer combate en el que derrotó a la subcampeona olímpica en Río 2016. Sin pestañear, sin acusar los nervios. Ella dice que los tiene, claro que los tiene, cómo no tenerlos. Pero los canaliza a su favor, los transforma en energía. Y como el lenguaje corporal también cuenta, las veteranas del circuito de -49kg se encuentran con una debutante que en vez de tener cara de agobio, tiene cara de disfrute. Y piensan: ¿y ahora qué hacemos con la niña española? La niña maravilla cierra los ojos solo en el descanso técnico entre asalto y asalto. Lo hace para controlar la respiración. “Para bajar las pulsaciones”, dice.
Como si se pudieran bajar. Lo contaba en mayo a este periódico su entrenador Jesús Ramal, del club Hankuk de San Sebastián de los Reyes: “Adri es feliz con lo que hace. Y eso lo contagia a los demás y lo transmite en las competiciones”. Ramal no ha viajado a Tokio, sigue los combates de Adriana por la tele y habla con ella por teléfono después de cada ronda.
Y ella, después del primer combate, con la cara chorreando sudor, el pelo recogido en un moño y la sonrisa de felicidad, dice en los pasillos del pabellón: “Ahora me llamará Jesús a echarme la bronca por haberme echado un poco para atrás en el primer asalto. Es mejor que pierda algunos puntos que echarme para atrás”. Fue un momento, lo ajustó y no hubo quien la volviera a echar para atrás en el Makuhari Messe, un recinto ferial de 210.000 metros cuadrados en Chiba, a poco menos de una hora de la Villa Olímpica. No hay público, el ambiente es desangelado –no por la temperatura interior, el aire acondicionado está tan fuerte que hay que ponerse chubasquero-, pero se escuchan fuerte los golpes en los petos electrónicos. En condiciones normales, para cerciorarse de si ha habido contacto y el punto sube al marcador, hay que guiarse por las pantallas. En los Juegos sin público, los Juegos de la pandemia, no hace falta. Se escuchan hasta los respiros.
“Necesito que me griten”
Adriana cuenta que ha pedido a todo español que pase por ahí que se siente en las gradas y le grite cosas. Todo español es Elena Benítez, la directora técnica de la federación, Raúl Martínez, capitán y compañero de equipo que transmite en directo por las redes los combates, Miguel Ángel Herranz, técnico de la selección que acompaña a Adrián Vicente [perdió en cuartos contra el número uno del mundo] y Javi Pérez Polo. Está ahí sentado incluso el marido de Brigitte Yagüe, que conoce al equipo aunque ahora entrene a otra selección. “Adri, eres la mejor, la mejor. Lleva tú el ritmo del combate. Sigue, sigue, que está cansada”, le gritan. Es un combate olímpico, pero el ambiente que ha generado la niña maravilla es el que se respira un domingo en familia. Y dice la joven taekwondista: “Yo necesito que me griten, que me echen la bronca, que me digan cosas… así que si podéis [al grupito de periodistas que la esperan en la zona mixta entre combate y combate], gritad vosotros también”.
Y en su casa, en Alcalá de Henares, habrá gritado mucho más su padre, David, el que la lleva a diario a los entrenamientos. Y su madre, Mai, que la lleva cuando Adri está con ella y que, según cuenta Adriana, se habrá hinchado a tilas este sábado. Han alquilado un chalet para juntarse con todos los técnicos del club Hankuk y seguir por la tele el debut de la niña maravilla.
Sus padres no veían con muy buenos ojos que Adri hiciera artes marciales. Querían que hiciera lo que todas las niñas. Y ella hizo de todo. “Se me daba bien casi todos los deportes, pero iba totalmente a mi bola. Jugaba al tenis y casi me echaron porque no me apetecía jugar partidos e iba con la pelota y la raqueta por mi cuenta… era lo peor. Hice patinaje artístico también, ballet, flamenco: y me recuerdo ahí llorando todos los días porque no quería entrar a la sala. Hice también gimnasia rítmica, de todo”.
Y cuando por fin sus padres la dejaron hacer taekwondo, en el tatami encontró su lugar. El que este sábado la ha llevado a ganar su primera medalla olímpica con solo 17 años. Desde que Adriana aterrizó en Tokio, sus padres le preguntaban a Ramal a diario: ¿Cómo la ves? Y el técnico cuenta que la respuesta siempre era la misma: “Bien, en su salsa”. En la charla de motivación que tuvieron el viernes por la noche en videollamada cuenta Ramal que le dijo: “Adri, se han acabado los discursos y las palabras, ahora es la hora de jugar”. Y ella ha jugado. Feliz y despreocupada.
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