Aina Cid y Virginia Díaz, el yin y el yang del remo español
Reman 120 kilómetros a la semana, llevan tres años sin bajarse del podio del dos sin timonel, han llevado a España al primer oro en una Copa del Mundo y ahora sueñan con una medalla olímpica
-¡Aina, el peto para la foto!
- Gracias, mánager.
Aina es Aina Cid y el mánager en realidad no es mánager, es su entrenador. Cid le vacila porque dice que está en todo. Son las 10.00 de la mañana de un día caluroso de junio en el paraje natural de la sierra de Guéjar (Granada) donde Aina Cid y Virginia Díaz, oro en la última Copa del Mundo de remo disputada en mayo, han decidido hacer la última concentración en altura antes de los Juegos Olímpicos (empezarán a competir este sábado a las 3.10, hora peninsular española). Hay tiempo para el buen humor y eso que llevan en pie desde las 6:30 de la mañana. Todos los días (salvo el domingo que toca descanso) a esa hora ya están subidas a la bici estática, en ayunas, y pedalean durante 70 minutos. Cuando no toca bici, hay 70 minutos de ergómetro, siempre en ayunas. Tienen tres sesiones de entrenamiento cuatro días a la semana, el miércoles, dos, y descansan el sábado por la tarde y el domingo.
“Me gusta mucho esto de que las dos seamos capaces de trabajar y trabajar y de hacer lo que haga falta para mejorar y alcanzar nuestros objetivos. Y lo hacemos sin cuestionarlo. No nos damos cuenta, pero es algo difícil de encontrar en otra persona”, dice Cid, 27 años. Del Centro de Alto Rendimiento de Sierra Nevada (donde se alojan, a 2.320 metros) bajan todos los días al embalse que está a 1.000 metros de altura en una furgoneta de bomberos. El bote, 27 kilos, va aparcado arriba. Ellas mismas lo bajan y lo limpian con mimo al final de cada entrenamiento. Llenan las botellas con sales para hidratarse, y a al agua.
Reman 19 kilómetros al día; el que más, 22. Eso son 120 a la semana. En altura, arriba en el CAR, hacen trabajo aeróbico, el que les permitirá, una vez terminada la concentración, recuperar mejor entre series y poder forzar más la máquina. Parecen incansables, tanto que los últimos kilómetros de cuesta antes de llegar al Centro de Alto Rendimiento, de vuelta de las sesiones de agua, los hacen andando.
Llevan tres años sin bajarse del podio (campeonas europeas en 2019, plata en 2020 y bronce este año) y sin quedarse fuera de una final. En mayo, en la Copa del Mundo de Lucerna, se hicieron con el oro, algo que España nunca había conseguido y ahora sueñan con una medalla olímpica, conscientes de la dificultad y la competencia que suponen países como Nueva Zelanda, Australia, Canadá e Italia.
Su especialidad es el dos sin timonel y recorren 2.000 metros. Cid, a pregunta de cómo se hace para regular los esfuerzos, contesta que es algo muy difícil. “Porque nuestra prueba es explosiva, lo suficientemente corta para hacerla a tope, pero lo suficientemente larga para necesitar resistencia. La comparo como el 400 en el atletismo: tienes que ir a tope todo el rato, pero necesitas ese punto de resistencia porque si no la palmas. Es lo mismo para el remo”.
Aina (1,73m), en la popa, es la encargada de estabilizar el bote. Virginia, 30 años en agosto, mide 1,80 y está sentada en la proa. Es la que arranca el barco y marca el ritmo. Xavier González, su entrenador, explica así la sincronización a la que se tienen que llegar: “Aina es la que estabiliza el bote y tiene que remar exactamente igual que Virginia, como las basculas antiguas, con el montante en el medio”. No ven dónde está la meta porque reman hacia atrás, de espaldas y sólo se giran en los entrenamientos cuando no conocen la ría o el embalse para evitar chocar y dañar la embarcación. Aparte de remar al compás, agudizan la sensibilidad (para sentir el agua) y la percepción de su propio cuerpo para saber en qué punto están y dónde están colocadas las rivales.
“En el bote puedes tener un mal día y no sales a remar como te gustaría. Al principio cuando pasaba eso inconscientemente tendíamos cada una a aislarnos y a ir cada uno en su mundo, pero hay que trabajar para ser una. Cuando entraba el problema, antes nos separábamos y éramos dos y cada vez más separadas. Ahora ya no, nuestro trabajo es que cada vez que hay un problema, en lugar de separarnos nos unamos un poco más”, cuentan sentadas bajo la sombra de un árbol una vez terminado el entrenamiento. En la orilla se ven hasta unos zorros, el agua es cristalina, se escuchan los pájaros y a lo lejos el ruido de una motosierra.
Díaz es más callada y reflexiva. Cid es pura energía y no para de hablar: “somos como el yin y el yan”. Díaz da fe de ello: “Aina habla y habla sin parar antes de las competiciones porque es su manera de no pensar en nada. Yo, en cambio, cuando estoy nerviosa necesito estar en silencio porque las conversaciones me sacan de mi concentración. Ya nos hemos ido conociendo, yo la miro sin responder pero ella ya sabe por qué es”.
Contraste entre relajación y fuerza
Cid, que dejó el ballet por el remo cuando tenía 10 años, estudió en Estados Unidos ciencias del deporte y actividad física relacionadas con la promoción de la salud y ha hecho un máster en desarrollo motriz en niños de tres a seis años en la John Moores de Liverpool. Díaz que es de Astilleros y dice que ahí es imposible dedicarse a otra cosa que no sea el remo, también estudió un tiempo en el extranjero y compagina los estudios de medicina y enfermería con las largas sesiones de entrenamiento.
Cuando se les pregunta qué sensación les produce remar, se les ilumina la cara. Contesta Díaz: “Es difícil de explicar, es un fluir con el bote, el agua, al aire libre. No estás metida en el agua, pero te transmite cosas. El remo además tiene un aspecto de relajación, es cíclico, no estás continuamente haciendo fuerza. Es un contraste entre la relajación y la fuerza que haces para impulsar la embarcación”.
Han decidido alejarse de todo en los dos meses previos a la salida hacia los Juegos de Tokio. “Nos hemos aislado por tranquilidad y nos salió natural, nadie cuestionó nada. Nos fuimos de Banyoles [donde tienen el cuartel general], estábamos dispuestos los tres a irnos hasta el fin del mundo”, cuenta Aina. En mayo se perdieron una de las dos Copas del Mundo porque un compañero de entrenamiento dio positivo por Covid y decidieron alejarse de todo. La única recomendación que la responsable de prensa de la Federación hace a los periodistas, es, de hecho, esa. “Por favor, las distancias, tened mucho cuidado y la mascarilla siempre, se juegan mucho. No podemos permitirnos un positivo”.
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