Futbolistas con guantes y osadía
Por bien que juegue con los pies, el portero no tiene mecanizados todos los supuestos ni valora riesgos como los jugadores de campo
Cruyff, tan adelantado en todo, fue el primero que pretendió que su portería la ocupara un tipo hábil con los pies para iniciar el juego. Se acababa eso del voleón al otro campo para que los disputaran el central contrario y el delantero centro propio. Aquellos duelos eran muy seguidos en Inglaterra, donde el realizador pinchaba la cámara pendiente de ellos dos mientras esperaban, forcejeaban y al fin saltaban a cabecear. Los aficionados llevaban contabilidades al respecto. Llegué a ver en Hyde Park a un padre con dos hijos que, en lugar de jugar un gol regateado, les enviaba desde la distancia centros altos para que los disputaran de cabeza.
Vuelvo a Cruyff, que para su Dream Team confió esa función a Busquets, padre del luego fenomenal mediocentro. No funcionó. Entre repulsa por la novedad, que se hacía más chocante por sus pantalones largos, y varios errores en la función esencial de evitar goles en su marco, no llegó a asentarse.
Pero la idea quedó y empezó a tener seguidores, sobre todo a partir del 90, cuando se impidió al portero recoger con la mano las cesiones de sus compañeros. Ya hace tiempo que es condición sine qua non para el meta manejarse bien con el pie, incluso en detrimento de algunas viejas exigencias del puesto. Por ejemplo, el blocaje.
Portero-jugador, portero que inicia la salida, portero eje de un trasteo con los defensas y el mediocentro para atraer rivales y originar un ataque en superioridad. O portero-jugador con patada lo bastante precisa como para trasladarlo 60 metros hasta el compañero elegido. Un avance en el fútbol, desde luego.
La contraindicación son los goles regalados. Esta semana les pasó al Benfica y al Salzburgo ante el Barça y el Madrid. En el primer caso, Trubin pretendió un pase largo, pero no levantó el balón lo suficiente y lo estrelló contra la frente de Raphinha, que lo rebotó a la red; en el segundo, Blaswich pretendió salir por el centro del área regateando a Mbappé, con resultado fatal. Son dos casos próximos, pero hay muchos. Benzema robó célebres goles a Karius, Ulreich, Donnarumma y Mendy en solemnes noches Europas. Y la pequeña historia del fútbol ofrece muchos más, que arman de argumentos al aficionado clásico que se espanta viendo a su portero con el balón en los pies.
Y es que por bien que juegue con los pies, el portero no tiene mecanizados todos los supuestos ni valora riesgos como los jugadores de campo. Nunca un Sergio Ramos, pongamos por caso, hubiera pretendido salir por el centro del área regateando a Mbappé, y eso que él tendría un portero detrás, cosa que Blaswich no. Ni estoy seguro de que hubiera arriesgado un pase largo sobre la cabeza de un rival tan próximo al área. A veces, los porteros quieren aparentar una facilidad con el balón (teatralizar la naturalidad, lo describió Valdano) que les lleva a despreciar el peligro. Pero en el área propia conviene ser pesimista, como calificó Ancelotti a Nacho en tono de halago.
Robert Moreno habló muy bien sobre el asunto en una tertulia de televisión, a raíz de uno de los problemas en este sentido de Unai Simón. Dijo que es una cuestión esencial salir jugando y que una vez admitida como tal no se le pueden ofrecer escapatorias al portero, porque si no se le obligaba a hacerlo siempre lo haría muy pocas veces. Y que es mejor aceptar el riesgo que permitirle aliviarse con una patada a cualquier sitio de cuando en cuando.
La cuestión sería cuántos goles se regalan así y cuánto compensan. Un gol no es ninguna nadería, dado que la media por partido no alcanza los tres; pero el saque al buen tun-tun divide el balón, obliga a un juego agitado para disputarlo y está en la antípoda de lo que hoy cualquier entrenador que se precie quiere para su equipo: una salida ordenada, con buen pie, para crear superioridad. La idea general es que los goles regalados compensan, a falta de que el Big Data dictamine un día lo contrario.
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