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Árbitros
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ramos Marcos, el arbitraje que fue

Árbitro, analista y divulgador, los de su quinta admiraban de él su capacidad de acertar desde una especie de instinto y dominio de la filosofía del juego

El exárbitro Joaquín Ramos Marco, uno de los presentadores de "El Día Después" de Canal Plus recibe la estatuilla al Mejor Espacio Deportivo.
El exárbitro Joaquín Ramos Marco, uno de los presentadores de "El Día Después" de Canal Plus recibe la estatuilla al Mejor Espacio Deportivo.Gustavo Cuevas (EFE)

Se nos ha ido Joaquín Ramos Marcos a los 78 años, cuando ya han pasado 30 de su final como árbitro. Sin embargo, su figura estaba aún presente por su no tan lejana tarea como analista y divulgador del Reglamento en diversos espacios periodísticos, entre ellos dos de tan alto seguimiento como ‘El Día Después’, de Canal +, y ‘El Chiringuito’, antes llamado ‘Punto Pelota’. Como árbitro y como especialista mediático habrá tenido sus partidarios y detractores, pero en la hora del adiós entiendo que procede analizar a través de su figura la evolución del arbitraje en el tiempo.

El de Ramos Marcos fue un arbitraje intuitivo. Me comentaba ayer uno de la generación siguiente, ya también retirado, que los de su quinta admiraban de él, sobre todo, su capacidad de acertar desde una especie de instinto y dominio de la filosofía del juego, algo que le llevaba a acertar en jugadas difíciles, a veces contempladas desde una distancia imprudente. Porque su físico, como el de la mayoría de los de su quinta, no era como el de los actuales, unos tipos mazados, de punta en blanco físicamente.

Tiempos sin VAR, claro. Luego volveré sobre ello. Y tiempos en los que cobraban muy poco, un derecho de arbitraje por partido y unas dietas para dormir y comer que según los caprichos que quisieran permitirse se quedaban cortas. Digamos que lo que les podía quedar podría representar como mucho algo así como un quinto de sus ingresos anuales. Todos tenían otro trabajo, que a base de mañas habían conseguido hacer compatible con los movimientos y ausencias que exigía el arbitraje. En su caso era vendedor de seguros. Muchos eran representantes de cualquier producto y aprovechaban sus correrías por España para mejorar clientela.

Los liniers, que así les llamábamos y a mí aún me cuesta utilizar ‘asistentes’, no eran especialistas, sino árbitros de categorías inferiores de la misma federación regional que el cabeza del trío, que escogía a los más espabilados y prometedores para acompañarle por los campos de Primera como forma de foguearlos e irles dando a conocer escenarios y aficiones. Así completaban su preparación. El roce de tantos viajes juntos les daba compenetración y complicidad; en un tiempo sin pinganillos ni comunicación entre ellos intercambiaban en la distancia gestos y miradas para transmitirse información al modo de las parejas de mus.

En aquel arbitraje reinó Ramos Marcos como uno de los grandes. Fondón, calvo y con un poderoso bigote, tenía todo el aire de un sargento rural de la Guardia Civil y ni un ápice menos de autoridad. Había jugado, según él bastante bien, aunque no sé si tanto, en el Peñaranda hasta que una lesión de menisco le apartó y decidió derivar hacia el arbitraje para estar cerca de su afición. Había sido cocinero antes que fraile, y aunque no era ni mucho menos un talmudista del Reglamento, como pude comprobar en bastantes conversaciones con él sobre la materia, cumplía su tarea desde una estricta devoción a su esencia primigenia, tan extraviada hoy en detalles. Tenía autoridad innata, por presencia, seguridad en sí mismo y mundología. No le achicaba ninguna protesta ni individual ni colectiva. Fue por eso que le dieron con tanta frecuencia choques entre el Madrid y el Barcelona, solo aptos para tipos duros por dentro y serenos por fuera.

Joaquín Ramos Marcos (izquierda), Francisco 'Lobo' Carrasco (derecha) y Michael Robinson, los tres presentadores del programa deportivo de Canal + 'El día después', en 1996.
Joaquín Ramos Marcos (izquierda), Francisco 'Lobo' Carrasco (derecha) y Michael Robinson, los tres presentadores del programa deportivo de Canal + 'El día después', en 1996.

Le perdí la pista hace algún tiempo, cuando dejó ‘El Chiringuito’ después de un ictus que no le anuló, pero le dejó algo más lento de reacción. Se fue encerrando en sí mismo en su casa de Quijorna, con una segunda familia que me consta le dio grandes alegrías, según supe por algún amigo común.

Ahora que falta, me queda la curiosidad de qué impresión le produciría el arbitraje de hoy (digo arbitraje, no árbitros), medio sometido y medio acomodado al VAR, superprofesionalizado (hoy un árbitro español puede salir bien por 300.000 euros al año), con enorme exigencia en cuanto a forma física (en su tiempo no era raro encontrar a un árbitro comiendo a las tres de la tarde para arbitrar a las cinco, si uno de hoy hiciera algo así se le caería el pelo), pero con un Reglamento que ha dejado de ser concebido como una ley natural para atomizarlo en un desparrame de casuística que pretende el imposible de prevenir la infinitud de situaciones que el fútbol produce.

No tiendo a ser nostálgico, y menos en fútbol, donde todo es mejor: los jugadores, los campos, los balones, las transmisiones, hasta la conducta del público, aunque sigan pasando cosas. Pero hay algo en este arbitraje electrónico, sofisticado, emborrachado de circulares de quita y pon que sí me hace añorante de aquella vieja escuela, descuidada en algunos modos, pero entrañablemente respetuosa con lo esencial del juego.

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