Cuando Dani Olmo nos bajó del guindo
El futbolista nace con una predisposición, ventaja natural imprescindible que luego hay que depurar con ilusión, buenos maestros y entrenamientos
Dani Olmo aterrizó en la Liga como si hubiera llegado de otro planeta. Venía de un gran equipo alemán y jugaba en la selección, pero solo cuando lo vimos en el Barça descubrimos la auténtica dimensión de su delicado y letal talento. Nos caímos tan tarde del guindo porque él se estuvo escondiendo y porque del fútbol vemos lo estridente y no lo obvio.
Hablemos de formación. Para la impaciencia de un jugador joven, el camino más corto es el más tentador. Ya lo dijo Cary Grant en “Sospecha”: “el secreto del éxito es empezar por arriba”. Salvo en jugadores excepcionales, no es el caso del fútbol. Los jóvenes prefieren empezar en grandes equipos, rodeados de jugadores extraordinarios a los que admiran. Celebridades que, es verdad, durante los entrenamientos enseñan, pero que los días de partido cierran el paso a la titularidad. Y solo se evoluciona compitiendo.
Dani, que tenía un entrenador en su casa en la figura de su padre, respetó los tiempos de formación subiendo los escalones justos. El futbolista nace con una predisposición, ventaja natural imprescindible que luego hay que depurar con ilusión, buenos maestros y entrenamientos. Basta con conocer a la familia de Dani para saber que su padre fue una buena influencia. Si Puskas le agradecía a su padre los consejos que no le había dado, Olmo debe agradecerle al suyo la enseñanza de fundamentos que sirven para cualquier entrenador, para cualquier sistema.
La familia Olmo eligió una carretera vecinal para asegurar el futuro de Dani, primer escondite. En plena adolescencia dejó el Barça para irse al Dinamo de Zagreb, un gran equipo de una liga invisible para los españoles, pero escuela exigente en la que crecieron jugadores del tamaño de Luka Modric. Dani empezó jugando en el filial, pero entrenaba con el primer equipo. Con apenas 16 años ya tuvo su primera oportunidad y no le llevó mucho tiempo consagrarse como el mejor jugador de la Primera Liga Croata.
Mientras nosotros mirábamos para otro lado, él crecía humana y futbolísticamente. Adaptarse a otra cultura es un esfuerzo que contribuye a la madurez personal. Bajo su memoria, seguro que quedan huellas de aquella lucha por la adaptación. Hacerse hombre es un oficio que le hace bien al futbolista.
Vayamos a su segundo escondite. Dani es tan afable y humilde que desde esa discreción disimula lo bueno que es. O quizás lo ignore, que es más saludable aún. Lo que ocurre es que el fútbol actual ama el ruido del que él estuvo escapando. El alma de su juego es serena y tiene algo de majestuoso. Detrás de esa personalidad futbolística está su padre, el Barça y el Dinamo de Zagreb, pero nació con ella. Es de esos tipos discretos e impecables que jamás saldrían al campo con las botas sin lustrar. Su fútbol tiene esa pulcritud. Si el vulgar hace ostentación de su mediocridad, el elegante no necesita hacer ningún esfuerzo. Elegancia se tiene, o no.
Cuando recibe la pelota logra estar bien perfilado hasta haciendo el pino y se mueve en la media punta en permanente actitud de búsqueda para jugar y hacer jugar. Un genio del perfil rara vez recibe la pelota de espaldas a la portería y es entonces cuando encuentra la rendija para el regate callejero, para el pase medido, para el tiro venenoso. Siempre suave, como si el fútbol fuera una prolongación de su carácter. Pero que nadie se confíe porque si aparece el espacio, le pega que la rompe desde cualquier distancia. Hace décadas que, con la excepción de Pedri, el Barça no hacía un fichaje de esta categoría. Un jugador que un día se escondió para formarse sin ruido, volvió crack y nos bajó del guindo.
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