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De área a área
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cómo Laporta y Florentino acabaron con los ultras

El Barcelona y el Madrid terminaron con los hinchas violentos en sus gradas, mientras el Atlético sigue anclado en los pretextos antiguos

Ultras fútbol
El grupo ultra barcelonista, los 'Boixos Nois', con una bengala y una bufanda contra el Real Madrid.AP

Laporta ganó sus primeras elecciones, en julio de 2003, con unas promesas de regeneración moral del Barça incubadas en aquella plataforma conocida como Elefant Blau. Una de las promesas era eliminar a los Boixos Nois. Independientemente del juicio que por otros comportamientos merezca su gestión, en esto fue ejemplar. Y pionero.

Empezó de inmediato, en el Gamper, cerrándoles los espacios del estadio donde venían guardando pancartas, banderas, puños americanos, bates de béisbol y katanas. Por supuesto, les cerró el acceso a entradas para los desplazamientos, que venían disfrutando desde tiempo inmemorial. Le costó acusaciones de antibarcelonismo, que ignoró, y en 2004 un incidente cuando tras un partido de balonmano transitaba desde el Palau hacia el estadio. Eso desencadenó una ofensiva en toda regla, con su cuñado, Alejandro Echevarría, a la cabeza, que incluyó el despido de cómplices dentro del club, expulsión de socios por mala conducta y aislamiento de los que quedaban entre mamparas de seguridad. Poco a poco la situación se pacificó, no diré normalizó porque lo “normal” en nuestro fútbol por entonces era lo otro.

Su empeño le costó más de un susto, una mudanza y vivir rodeado de seguridad, pero su firmeza fue aplaudida y envidiada por aquellos a los que les faltaba valentía moral para hacer lo propio. Más cuando se produjo la desarticulación de la llamada trama de Vic, dedicada a secuestrar y extorsionar narcotraficantes y resultó que en ella estaba uno de los más notorios boixos expulsados.

Lo del Madrid vino mucho más tarde. Florentino llegó en el 2000 y no los hostigó. El enfrentamiento vino cuando ya en 2013, en su segunda época, decidió prescindir de Mourinho, ídolo de los Ultrasur, como ahora lo es Simeone del Frente Atlético. Para entonces eran clásicos dos cánticos contra la prensa, a juicio del grupo ultra injusta con Mourinho: “¡Marca y As, cámara de gas!” y “¡Manolo Lama, hijo de puta!”, lo que nunca inquietó ni a Florentino ni a Antiviolencia. Al final del último partido de Mourinho en el Bernabéu, en el que se elevaron al cielo esos cánticos más que nunca, se produjo un hecho singular: cuatro cabecillas ultrasur bajaron al césped y en presencia de empleados del club le obsequiaron una placa de plata.

Eran más mourinhistas que madridistas, y la marcha de su líder espiritual los irritó. Se volvieron contra el club, eso coincidió con una pelea entre bandas, los veteranos contra los nuevos que querían desplazarlos, y Florentino decidió acabar con todo eso.

Lo primero fue dispersarlos. Los abonos son un servicio del club, no un derecho del socio, según quedó establecido en juicios posteriores. De modo que, aparte de cambiar la zona de animación de detrás de la portería a lo alto del fondo, diseminó a los cabecillas por el estadio para que no pudieran irradiar su mala fe en un entorno propicio.

Eso vino acompañado de expulsiones cuando se detectaban conductas malas en el estadio. Pronto se produjo la baja de un grupito que entonó un cántico contra Messi en un partido con el Barça.

Se rebatieron, claro. Un día llenaron los puentes de la Castellana de largas pancartas contra Florentino y ACS, otro día vandalizaron la tumba de su esposa. Trataron de acudir a los partidos del Castilla, lo que se cortó con un control estricto de entradas. Aún a veces aparece algún grupo en desplazamientos, comprando entradas al equipo local. En Braga la seguridad acabó metiéndolos en la zona que ocupaban los que habían comprado entradas a través del Madrid, lo que ocasionó problemas.

En su momento, cuando el club estimó que el asunto estaba domesticado, volvió a bajar la grada de animación tras la portería, donde hay que cumplir unas condiciones severas. Hay que inscribirse a través de diversas peñas (La Clásica, Primavera Blanca…) cuyos representantes responden por ellos. Tienen compromiso de asistencia para que aquello esté siempre lleno (solo se toleran seis faltas en una temporada). Hay control estricto a la entrada y deben ir de blanco. Se evita la exhibición de banderas españolas en partidos nacionales, para que no se utilicen contra vascos y catalanes. Los cánticos son dictados o consensuados y se siguen instrucciones del club de apoyar a tal o cual jugador en horas bajas cuando el resto del campo le pita. El resultado crea un efecto artificioso, lejano del verdadero latir del fútbol, pero no da problemas.

Sirvan estos dos ejemplos para Miguel Ángel Gil, que sigue en los pretextos antiguos. Echar de cuando en cuando a uno porque no hay más remedio, no cuela. Anunciar que se van a impedir los pasamontañas es grotesco. El país va cambiando, y toda la imagen de modernidad del club se ve empañada cada poco por ese grupo, al que se le concede tal protagonismo que no hace tanto que al regreso a Madrid tras un mal resultado, la plantilla acudió a ofrecerles explicaciones antes de ir a casa con sus familias. Para el Cholo serán buenos, ya se notó que los aprecia, pero para el club, no. Ya lo hizo ver el resto del estadio con la pitada a los jugadores cuando cometieron el error de no ahorrarse el aplauso ritual a los bárbaros.

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