Dime a quién animas y te diré cómo eres
El hincha de hoy tiene un equipo principal y otros que le son simpáticos. El primero no lo eliges, porque te puede llegar por herencia, pero las simpatías sí, y esas nos describen como personas
Tengo un amigo, artista de izquierdas, que encarna a la perfección el prototipo del tipo de persona que ha decido ser: pelo largo, barba, pantalones cortos, tatuajes varios y un elaborado discurso antisistema que bebe de una bibliografía de difícil acceso cuyos secretos nos regala a sus interlocutores como si se tratara de revelaciones que los poderes fácticos luchan por ocultarnos. Se ha hecho a sí mismo como los escritores que trazan un personaje: cada detalle de su imagen y cada palabra pronunciada responden a una cuidada elección que encaja perfectamente con el papel que interpreta en la vida. En él todo tiene que casar con lo que pretende ofrecer a los demás. Sin embargo, tiene un problema, que confiesa con el tono con el que otros revelamos que no controlamos con las drogas o se nos ha ido de las manos el sexo virtual: es del Real Madrid. Yo intento tranquilizarlo. Se puede animar al club dirigido por Florentino Pérez y llevar El Capital bajo el brazo, visitar exposiciones de Marina Abramović y denunciar los excesos de las petroleras en el Amazonas.
No creo que el equipo al que sigues te describa como persona. Al contrario, la mayoría de las veces no es una elección, sino una herencia. Como los ojos azules, la calvicie o el acento, tu club determinará tu identidad solo en el grado que tú le dejes. Muchas veces, de hecho, nuestros colores como hinchas suponen una anomalía en el conjunto de nuestra cosmovisión. Mi amigo sonríe satisfecho al oírme argumentar y cuenta que algunos de los mejores recuerdos de su vida son de cuando iba al Santiago Bernabéu con su padre. Escuchándole, pienso que sería triste que no continuara eso mismo con su hijo.
La película alemana Wochenendrebellen cuenta la historia de Jason, un niño con el síndrome de Asperger que, al no poder comprender que se nace de un club y al no tener aún ninguno, decide elegir unos colores a los que animar a partir de unos criterios determinados: estadio sostenible, afición antifascista, jugadores sin excesos de colores en las botas, etcétera. Para ello visita de la mano de su padre todos los estadios del fútbol profesional alemán, y varios europeos. La película está basada en un caso real, narrado por el padre, Mirco von Juterczenka, en un libro. Se trata de una historia preciosa de amor filial con el fútbol de fondo.
Entonces, ¿se pueden elegir los colores? Al comienzo argumentaba que no, que en la mayoría de los casos nos vienen de serie. Pero en realidad me refería solo al club que realmente te importa. Vivimos en un mundo globalizado en el que el hincha acompaña hoy día su primer equipo con otras simpatías, bien de la misma liga o de otros campeonatos que sigue más o menos de manera continuada. Por eso no se les caen los anillos a los jóvenes de hoy cuando dicen que son seguidores de tres o cuatro clubes diferentes, tampoco al cambiarlos con el paso de las temporadas. Simon Kuper dice que el hincha actual es polígamo e intermitente y que los clubes que sigue lo son por razones accidentales, en contraste con las razones fuertes que determinan las raíces del hincha clásico (básicamente familiares y geográficas). Yo estoy de acuerdo con él solo en parte. Creo que el hincha de hoy tiene un equipo principal y otros que le son simpáticos. Estos últimos son meramente celebrativos, pero el principal, ese al que quieres, es el que te hace sufrir. Solo lloramos por el club que queremos y ese no lo elegimos, como no elegimos a nuestros padres o dónde nacemos.
Pero las simpatías sí las decidimos y esas nos describen como personas. Puede ser injusto juzgar a alguien por el equipo del que es hincha, pero no por los equipos con los que simpatiza. Esos colores que seguimos con el rabillo del ojo son como los puntitos de esos pasatiempos que cuando los unes con el lápiz te dan una imagen. Y esa imagen es un autorretrato del que sí somos responsables, como de escuchar a Kenny G, hacer malabares o llevar zapatos náuticos.
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