El Espanyol siempre vuelve: los ‘pericos’ superan al Oviedo y regresan a Primera
Los blanquiazules, como en las cinco veces pasadas, ascienden al año de bajar, esta vez gracias a dos goles de Puado que dieron la vuelta a la eliminatoria
“Hace tiempo que el fútbol dejó de ser sólo fútbol”. Este ha sido uno de los muchos lemas de la ingeniosa área de mercadotecnia del Espanyol, reconocida sobre todo por dos eslóganes que con los años hicieron fortuna como “Maravillosa minoría” y “La fuerza de un sentimiento”. La frase, un guiño a la mítica sentencia de Bill Shankly en el Liverpool de las décadas de los 60 y 70 –”Algunos creen que el fútbol es solo una cuestión de vida o muerte, pero es algo mucho más importante que eso”, resolvió– se hizo realidad en Cornellà. No era una tarde de fútbol al uso, era el todo o la nada, el ascenso o la vida. Y el Espanyol eludió el abismo para explicar que es de Primera. Bofetada para un Real Oviedo que tiene callo en las alcantarillas, 23 años de ausencia en la élite, aunque posible punto de partida para acometer el año que viene la empresa de volver a su sitio, a Primera.
Era un día de fiesta, de esos en los que no se negocia con la garganta ni con la ilusión. Por eso los aledaños del estadio del Espanyol cogieron color desde el mediodía. Y a cada hora que transcurría, más jarana se daba, también más tragos, al punto de que las conversaciones pasaron a ser cánticos. “¡Otra cerveza, queremos otra cerveza!”, tatareaban unos chavales en el Bar Suerte, ya piripis. “¡Nos van a ver volver, nos van a ver volver, vamos a ascender!”, proclamaban otros en el Bar Ilurio, canto contagioso. A todo ello se le añadía una charanga de tambores y trompetas que ponía a bailar a todos sin mirar el DNI, ancianos y jóvenes. Y de fondo, claro, retumbaban los petardos porque después tocaba celebrar la noche de San Juan como Dios manda. Y hablando de deidades, por la Cafetería Pepe pasó un cura con la bandera del Espanyol. “¡El Señor está de nuestro lado!”, exclamaron los más ocurrentes. Y vuelta a cantar, a beber. Pero para que el festejo fuera redondo, el Espanyol debía vencer al Oviedo, que ganó en la ida por la mínima.
Pretendió el Espanyol definirse desde el inicio con la pelota entre los pies, salir desde la raíz para tratar de acelerar en los metros finales, siempre con Melamed como crupier y con Braithwaite de boya y receptor. Los nervios, sin embargo, por eso de jugarse la vida, atenazaban a los blanquiazules, imprecisos en las entregas, torcidos en los centros, anónimos en el remate. Mucho ruido y pocas nueces, empacho de balón sin desconchar a una defensa que por algo no había encajado un solo gol en los tres partidos anteriores de eliminatorias. Pero lo que más se le indigestó a los pericos fue la actitud del Oviedo, que tiró de pillería, ya que cualquier saque de banda o de portería significaba perder tiempo. Juega tú que yo no quiero. Era el antifútbol. Pero era una propuesta tan fea como legal que el Espanyol acabó por desbaratar. Apareció Melamed, que lanzó un córner al segundo palo; y llegó Puado, que se ganó la posición y la gloria en el área para poner el pie y el tanto, también la locura en Cornellà. Y cuando se hizo pop no hubo stop. Más que nada porque en la siguiente jugada, Cabrera lanzó en largo para la carrera de Pere Milla, que amortiguó el balón y se lo cedió a Puado, que volvió a poner de pie al estadio, la Bombonera de Cornellà como en su época fue de Sarrià.
De vuelta al césped, el Oviedo fue otro, necesitado de un gol para no perecer, exigido a jugar lo que antes había negado. Curiosamente, al Espanyol ya no le venía en gana, por más que no perdiera tanto tiempo, aunque resultara más comedido en su apuesta, defensa en bloque medio y estrecheces de líneas. Suficiente, en cualquier caso, para desdibujar a un Oviedo al que le costaba subrayarse en el área rival, ni siquiera con Cazorla sobre el tapete. Pero al peligro del Oviedo, adornado por el miedo del Espanyol, no le secundó una ocasión clara, acaso un remate tuerto de Borja Sánchez y un chut de Bastón sobre la bocina. Cerró filas el equipo blanquiazul, descontó minutos con la rueda de cambios y trató de cantar una nana a un duelo que desde la grada no se podía sofocar, piel de gallina, corazón en un puño. Y si había apuros, Joan García, portero descomunal, agarraba la bola.
Y Sanseacabó. Se queda con las ganas el Oviedo y el Espanyol se salva de la quema para hacer buena esa estadística de que asciende al año siguiente de bajar (así ha sido las seis veces que ha descendido), preocupado ahora de quién lo gobernará –el presidente Yangshen lo tiene en venta– y cómo se enderezará, pero feliz porque eso ocurrirá, de nuevo, en Primera.
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