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COPA DEL REY
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Imagina ganar así

Con nuestros abuelos en la memoria, agarraremos a nuestros hijos de la mano en dirección a la ría de Bilbao

Aficionados del Athletic de Bilbao durante la final de la Copa del Rey.
Aficionados del Athletic de Bilbao durante la final de la Copa del Rey.Marcelo del Pozo (REUTERS)
Eduardo Madina

Imagina que eres seguidor de un viejo club de fútbol. Tan viejo, tan antiguo que vive rebosante de historia, de inmensos nombres propios del pasado, de legendarias delanteras recitadas de memoria por tus abuelos y por tus padres, de porteros gigantes que tus mayores todavía equiparan al tamaño de Lev Yashin, la mítica araña negra. Imagina que ese club se construye alrededor de una idea o, si lo prefieres, de una filosofía innegociable. Todos los jugadores y jugadoras que forman parte de él, en todas las categorías, tienen un elemento común, algo que ver entre todos ellos, un vínculo emocional significativo que les une y les define; todos pertenecen a un mismo territorio y a un mismo espacio cultural. O han nacido o se han formado dentro de tu mismo territorio físico.

Imagina ahora que en ese viejo club del que eres seguidor, el vínculo de transferencia emocional entre generaciones no se renueva por la posición alcanzada en la tabla en una temporada concreta. Tampoco por uno u otro título conquistado. Mucho menos, por los nombres escritos en neón de fichajes estelares procedentes de lugares lejanos. No, en ese club las transferencias emocionales de padres a hijos, de abuelos a nietos, se mantienen intactas a través de ese factor de proximidad que actúa como reflejo, intangible y misterioso, de lo que fuimos originariamente. Niños que jugaban al balón con otros niños que se parecían mucho a nosotros, que se sentaban a nuestro lado en clase o que vivían en nuestro mismo barrio. Niños que jugábamos en nuestra misma calle o en el patio de nuestro colegio con niños iguales a nosotros.

Existe un club así. Se llama Athletic Club y se fundó entre un gimnasio y un café de Bilbao en el año 1898. Más de 120 años después, continúan jugando en él niños que se parecen entre sí. Ahí es donde este viejo club sitúa su trofeo más importante, en demostrar como posible un planteamiento constante a lo largo de contextos históricos tan cambiantes, de tiempos tan distintos y de épocas tan dispares. Especialmente, en esta última, donde la globalización del fútbol es ya plena y las señales de su profunda mercantilización cada vez más evidentes. Sin embargo, continúa habiendo un lugar donde hay una idea que no está en venta; todos los jugadores que juegan en ese equipo nacieron o se formaron allí.

Ahora, imagina alcanzar la gloria desde esa idea innegociable y en este contexto del fútbol actual. Volver a ganar desde la autolimitación que supone jugar solo con jugadores nacidos en Euskadi y Navarra o formados en categorías inferiores en ese ámbito territorial.

Cuando los nuevos códigos de este deporte aparentaban hacer imposible algo así para esta rareza del fútbol que es el Athletic, este alcanza el cielo de uno de los títulos grandes cuarenta años después de la última vez que lo consiguió.

Veremos de nuevo la ría de Bilbao atravesada de traineras y remolcadores, de barcos de recreo y de zodiacs escoltando una vieja gabarra azul. Lo harán para marcar de nuevo la infancia de las nuevas generaciones de niñas y niños de Bilbao que ya nunca olvidarán lo que van a vivir. En muchos de nuestros casos, ya no están los abuelos que nos llevaron de la mano en aquel inolvidable día de 1984. Ocuparán nuestra memoria en el mismo instante en que agarremos de la mano a nuestros hijos en dirección a la ría del Nervión para ver, de nuevo, esa vieja barcaza con jugadores a bordo que tampoco estuvieron entonces porque todavía no habían nacido. Una plantilla que, por derecho propio, configura ya una de las mejores de la historia del club. El mejor portero titular y seguramente, el mejor portero suplente de España. Una defensa con Vivian, Yeray y Paredes, acompañados de laterales de la talla de Yuri Berchiche y leyendas como Óscar de Marcos. Un centro del campo como no se recuerda en Bilbao, con Beñat Prados y Ruiz de Galarreta, acompañados de Mikel Vesga, Dani García o Ander Herrera. Y una delantera para los futuros libros de historia, con Guruzeta, Oihan Sancet y Nico Williams ­—qué barbaridad de partido dejó en el estadio de La Cartuja— junto a su hermano Iñaki y los recambios de Berenguer, Villalibre, Unai Gómez, Iker Muniain y Raúl García. Juntos, y a las órdenes del mayor responsable de todo esto, un maestro llamado Ernesto Valverde, han escrito una nueva página gloriosa en la historia centenaria de un club único.

Lo han hecho tras un recorrido perfecto a lo largo de toda la competición, con cruces para el recuerdo ante rivales temibles como el del FC Barcelona en cuartos o como la semifinal ante el Atlético de Madrid. Lo han hecho en una Sevilla inundada de seguidores del Athletic, miles y miles que la pintaron de rojo y de blanco y que llenaron tres cuartas partes del estadio de La Cartuja en un ambiente impresionante, de emociones desbordadas y de piel de gallina.

El Athletic salió bien plantado desde el principio, a pesar de algunas señales de nerviosismo en la primera mitad y del Gol del Mallorca. Con el descanso, todo cambió. El juego empezó a dar de nuevo señales del nivel alcanzado a lo largo de la competición. Y llegó el gol de Sancet. Y con él, el empate. Y con el empate, la prórroga. Y después, los penaltis. Con un estadio entero conteniendo el aliento. Un balón, otro, otro… Da igual cómo fueran. No se puede describir lo indescriptible.

Y el Athletic se llevó el título en una tanda de penaltis que quedará, por muchos años, en la retina de todos. No se puede olvidar lo inolvidable.

Así queda escrita una nueva página en la historia de este equipo campeón. Todo empezó a finales del Siglo XIX. Un balón salta de un barco de marineros británicos en la campa de los ingleses, en los terrenos que ahora ocupa un famoso museo en Bilbao. Y desde ahí, paso a paso, año a año, hasta el estadio de la Cartuja en Sevilla y una inolvidable noche de abril de 2024. Y por encima de todo, el trofeo más importante, el de una historia singular y extraordinaria, única en el mundo.

Imagina sentir que esa historia, la que un día te contó tu abuelo cuando eras un niño se mantiene intacta más de 120 años después. Y que es exactamente la misma que ahora le contarás tú a tu hijo: érase una vez una ciudad del norte en la que había un viejo club de fútbol donde todos los niños que jugaban se parecían entre sí…

Imagina ganar así.

Eduardo Madina es socio de estrategia de la consultora Harmon y ex diputado socialista por Bizkaia en el Congreso de los Diputados.

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