Benítez desactiva al Valencia en su emotivo regreso a Mestalla
El Celta y el equipo de Rubén Baraja empatan en un partido sin grandes ocasiones de gol
Rafa Benítez volvía a Valencia, la ciudad donde se coronó como un entrenador para la historia, y lo hizo con una de sus virtudes de siempre, su capacidad para desentrañar los misterios de sus rivales. El Celta desactivó al Valencia y eso le permitió sumar un punto después de 90 minutos tediosos en los que apenas hubo oportunidades de gol. El punto, al menos, es un leve impulso para los gallegos, ansiosos por salir de la zona de descenso en la que andan instalados en este primer tramo de la Liga.
Un velo de nostalgia cayó sobre Mestalla en un partido de sobremesa. Rafa Benítez, el entrenador del gran Valencia de principios de siglo, regresaba al que fue su estadio entre 2001 y 2004, tiempo suficiente para ganar dos Ligas después de 31 años de sequía, y una Copa de la UEFA. El técnico se marchó al Liverpool convertido en leyenda. La afición no le ha olvidado y en los prolegómenos del partido premió su legado con una cálida ovación. A unos metros, a su izquierda, estaba Rubén Baraja, uno de sus jugadores, uno de sus pilares en aquellos años grandiosos.
Benítez, como el Valencia, tampoco vive un año de gloria. Su equipo está en la zona de descenso y toca arremangarse. El Celta, que hasta ahora ha pecado de haberse derrumbado en los diez minutos finales de los partidos, es un equipo aseado al que le falta filo en los metros finales. No se achicó ante un Valencia igual de romo en punta. Así que la primera mitad, jugada a la hora de la siesta, no ofreció demasiadas emociones en un periodo lleno de alternativas y vacío de inspiración en las zonas de peligro.
El Celta apenas inquietó con un cabezazo cruzado de Strand Larsen que salió rozando el poste. Mientras que el Valencia, algo asimétrico ante la incapacidad de Sergi Canós de desbordar por su banda, lo fio todo a la habilidad de un hiperactivo Fran Pérez, que ofreció más vistosidad que efectividad.
Los dos equipos apenas sufrieron en los primeros 45 minutos. El tono anodino siguió en la reanudación. Las defensas, impecables, ganaron todos los duelos. El partido era un pulso en el que los puños apenas se movían hacia un lado u otro. Los dos técnicos tenían que mirar hacia el banquillo para encontrar el factor desequilibrante porque nadie era capaz de encontrar el camino hasta el gol.
El primero en cambiar una pieza fue Baraja. Gayá, que se acababa de convertir en uno de los diez jugadores que más partidos han disputado con el Valencia, se veía obligado, con molestias, a dejar su sitio a Yarek Gasiorowski, otro de los jóvenes del Pipo. El partido envejecía sin grandes emociones. Parecía que era una de esas tardes propicias para que Iago Aspas decidiera como lo ha hecho en infinidad de partidos con alguna de sus genialidades. No fue este el día. El delantero, todo un emblema celtiña, no encuentra los conejos de su chistera.
El Valencia no tiene una plantilla con la calidad de los tiempos de Benítez, pero Baraja ha apostado por los jóvenes y eso ha logrado, al menos, fidelizar a la afición, que llena Mestalla cada jornada. El público se ha enganchado a la entrega, la honestidad y el brillo de esta nueva hornada de jugadores salidos de la cantera, pero en este encuentro ninguno logró desnivelar la contienda. Lo intentó, con más empeño que acierto, Javi Guerra, pero Benítez se había encargado de llenar el campo de trampas para inhabilitar la calidad de este hombre especializado en romper las líneas.
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