Vingegaard se retira y Jorgenson se afianza al frente de la París-Niza
Los abanicos del Visma maltratan a Castrillo, García Pierna y Romeo, que pierden llegando a Marsella las posibilidades del podio o la victoria


Las gaviotas grises como el cielo gris anuncian un mar cercano y gris junto a Marsella. Provenza en marzo. Frío. Grillos silenciosos, anegados sus refugios. Lluvia y el pelotón de la París-Niza, desaforado sin Jonas Vingegaard, que se ha ido a su casa con su familia. “Dos caídas sin gravedad”, leía el parte médico de la víspera. Una de las dos caídas era la del líder, que se levanta a 100 kilómetros de la meta con el labio partido, mareos y dolor en la muñeca izquierda hinchada, incapaz. Los médicos le atienden desde su cabriolet pero pese a sus síntomas no le ordenan detenerse como señala el protocolo anticonmoción. Cabezota continúa. Tampoco puede frenar bien, tanto le duele la muñeca, sin fuerza sus dedos.
Vingegaard, en su casa, espera que el cuerpo se recupere de la caída, que todo vuelva a su sitio, que la muñeca se desinflame y deje de doler para pedalear de nuevo. En su programa figura la Volta a Catalunya (24 a 30 de marzo) como próxima carrera. Desde la oficina de su Visma, un mensaje: “esperemos que sí que esté en Cataluña, pero a ver cómo recupera los próximos días”. El camino hacia el Tour vuelve a ser tortuoso para el único ciclista que ha tratado de tú a tú a Tadej Pogacar y le ha derrotado.
El Visma de Vingegaard en la carretera, la Provenza soleada de los carteles turísticas convertida en una provincia de los Países Bajos, se alía con el viento del nordeste tirando a fuerte, y con la lluvia, y llegando por las carreteras estrechas de los Alpilles entre plátanos deshojados a Baux, donde ya los romanos extraían bauxita hace 20 siglos, se saca de la chistera un abanico de los que se hablará todo el año para gloria y gozo del equipo amarillo y del Ineos, que también colocó a seis corredores en el grupo de 16 que bailó con el viento, y en el que también estaban, bien colocados para la general, Mattias Skjelmose y Florian Lipowitz; y para dolor y escarnio de Pablo Castrillo, Raúl García Pierna o Joao Almeida, que perdieron 2m, o de Iván Romeo y Lenny Martínez (9m).
La etapa, a la que muchos no dudarían en calificar de dantesca, como se decía antes, la ganó Mads Pedersen, el hombre que ama la lluvia y vuela sobre los charcos, potentísimo al sprint en Berre l’Étang como cuando ganó en 2019, en Harrogate, el arcoíris más acuático que se recuerda. Matteo Jorgenson llega líder –40s a Skjelmose, 59s a Lipowitz y 3m 44s a Castrillo, primer español—a un fin de semana recortado. La etapa del sábado, la reina por las montañas de Niza, borra 40 kilómetros y la ascensión al puerto más duro de la carrera, La Colmiane, porque la nieve y el frío hacen peligroso su descenso.

La llegada a la vía Antonio Gramsci en la Pergola orgullosa de los Estados Pontificios, los bronces dorados y las 100 iglesias, llamaba a la revolución en la etapa de los muros de las marcas, que debería ser la más entretenida de una Tirreno-Adriático de a maratón diario. Oídos sordos de un pelotón congelado que solo se excita, el ardor juvenil incansable de Juan Ayuso, corredor siempre en cabeza, y cómo brilla su maglia bianca, en la última subida, el muro de Monterolo, a 7,5 kilómetros de la meta. Ayuso aceleró en los últimos metros para lanzarse en el descenso, y a su rueda Filippo Ganna, el gigante de azul en Pinarello roja, que cada día al final mira de reojo a Mathieu van der Poel y ensaya un final diferente para su planeada Milán-San Remo. El descenso del Monterolo fue la bajada de un Poggio veloz y una parada vigilante y miedosa al pie, a dos kilómetros de la meta, que permite al último de los fugados del día, el trabajador noruego de 27 años Fredrik Dversnes, alcanzar una victoria inesperada y feliz. Gramsci habría amado, seguramente, una victoria del barbudo Ganna o del fantasioso Van der Poel. El italiano tiene disculpa, su bicicleta se rompió a falta de unos kilómetros. “He trabajado duro en invierno para alcanzar este nivel y espero mantener esta condición al menos una semana más”, explicó el gigante al que toda Italia desea. “Mi principal objetivo en Tirreno Adriático era ganar la contrarreloj e intentar hacerlo bien en las etapas tres y cuatro. Después de la etapa de ayer llamé a Geraint Thomas y me dijo: ‘Con esta condición tienes que intentar aguantar también hoy’ y eso es lo que hice. En el final el problema mecánico me dejó fuera de juego. Con suerte conseguí mantenerme en el pelotón hasta el kilómetro menos tres antes de pedir asistencia mecánica”.
El neerlandés sencillamente calculó mal los tiempos en una llegada que se trazó pensando en él. Ganó el sprint por el segundo puesto por delante de Roger Adrià, el catalán del Red Bull que lleva un mes de marzo radiante.
Más complicado tendrá Ganna mantener el liderato el sábado en la etapa reina, frío, nieve y la montaña inédita de Frontignano (ocho kilómetros al 7,8%), punto culminante de la carrera de los dos mares. Ayuso (22s), Antonio Tiberi (29s) y Derek Gee (34s) son la amenaza más concreta. Más difusos, pero también ahí, David de la Cruz y Pello Bilbao (54s), Ion Izagirre (57s) y Mikel Landa (1m 2s). “Sabía que el descenso final era traicionero, por eso estaba en el grupo delantero. Ha sido una etapa muy difícil, también por el viento, pero ya tengo la vista puesta en el sábado. Espero lograr la maglia azzurra, ese es mi objetivo”.
Después de 840 kilómetros y más de 21 horas de bicicleta contra el frío y la lluvia y las carreteras increíbles de Abruzos y Marcas, todas las diferencias entre los mejores son las registradas en los 11,5 de la contrarreloj en un paseo marítimo toscano.
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