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Cavendish gana al sprint su 35ª etapa y supera a Merckx como el ciclista con más victorias en la historia del Tour de Francia

El ciclista británico rompe el empate con el histórico Eddy Merckx, ganador de cinco rondas galas, 16 años después de conseguir su primera etapa

Mark Cavendish celebra su victoria en la quinta etapa del Tour de Francia.
Mark Cavendish celebra su victoria en la quinta etapa del Tour de Francia.Stephane Mahe (REUTERS)
Carlos Arribas

El Tour baja de las montañas a la llanura del Ródano y el sprint lo gana Mark Cavendish, que bate un récord de Merckx, y tanta fuerza pone en el intento que sus pedaladas hacen que salte la cadena de su bici justo en el momento de cruzar la línea. Levanta los brazos y dice: “Ganar es mi oficio”.

Generosamente, Tadej Pogacar, de amarillo brillante y bien planchado, y su sonrisa hace juego, deja que los focos alumbren solo al viejo sprinter, y elegantemente, como el nuevo Merckx que es, elogia su gesta. “Es un momento histórico”, dice el esloveno, que recuerda que cuando era un niño —nació en 1998 y tenía nueve años cuando Cavendish empezó a ganar etapas— le veía en la tele y le veía con tanta clase que era su héroe. “Y luego he corrido seis años con él y hasta somos amigos… Y en el podio me ha dicho que, por favor, no rompa su récord muy pronto… No le he podido prometer nada”. En cinco Tours, Pogacar ha ganado 12 etapas. Necesitaría, a esa media, 15 Tours para hacerlo.

Media hora antes de echarse a andar, los ciclistas descienden del autobús y entran en trance. Fantasmas, se deslizan sin ruido, sordos y se diría que ciegos si no fuera porque se deslizan suaves, ajenos, entre las masas que los acosan cuando se dirigen al podio de firmas como estelares actores al escenario o como condenados al patíbulo. Todo depende, más que del sol que brille o no o de los vientos que les agiten el espíritu, del perfil de la etapa del día, y en Saint Jean de Maurienne, cruce de caminos junto a una muralla de granito de los que brotan el Galibier, el Glandon, la Croix de Fer, el Télégraphe, asoma también la boca de un túnel eternamente en construcción para un tren veloz que unirá Lyon y Turín desde Susa bajo los macizos que ahora se atraviesan subiendo y bajando Sestriere, Montgenèvre, Galibier, las montañas que atormentaron su sueño el lunes y agigantaron el martes las figuras de Pogacar, de Ayuso, de Vingegaard, de Carlos Rodríguez.

Aun necesariamente tan en su burbuja, los ciclistas quizás apreciaran la polución gruística del sitio, y seguramente se darían con la mano en la frente fuertes palmadas de qué tontos somos, pudiendo haber ido por el túnel, solidarios como las hormigas tan inteligentes que se amputan unas a otras a mordiscos las extremidades heridas para evitar infecciones. Y más que ninguno sufrió Cavendish, su alergia al calor y a las montañas, vómitos en los Apeninos, condenado a correr, estrechamente vigilado por cámaras y comisarios, entre coches. La idea, seguramente no habría gustado nada a los escaladores, y más en la línea de salida de uno de los días que más odian, llanura para gozo de culos gordos, sprinters locos, lluvia, viento, carreteras repletas de trampas, islotes que brotan de la nada para que tropiecen con ellos y se rompan a 60 por hora. Y algunos, como el elegante colombiano Tejada, esclavo en el Astana, condenado a tirar por el llano para que su Mark Cavendish llegue con fuerzas a la central nuclear de Bugey, a un kilómetro de la meta, feo pueblo con polígono industrial, chimeneas humeantes de los Simpsons, energía atómica que parece habitar en el misil de Manx, un proyectil de nuevo, inquieto y hábil, que sale de su ratonera, tan encerrado estaba a 200 metros de la meta, tras la huella del alemán Ackerman, y sorprende al favorito Philipsen, descolocado. Ni siquiera necesita que sus lanzadores excelentes, Morkov, Bol, se desmelenen.

El Tour es una ficción. Una construcción cultural que llena de sueños las siestas de verano. Como siempre, más vale la leyenda que la realidad, más emociona, más toca la fibra. Como cuando ganó en 2023 la última etapa de su último Giro con la ayuda de sus rivales, que le colocaron, le lanzaron y frenaron para no entorpecer su despedida, todos los sprinters en Saint Vulbas actuaron a la perfección. Van der Poel, implacable lanzador otras veces, se frena a 500m; en una recta ancha y sin peligro, desaparecen los trenes, Gaviria y algunos otros se empujan y se frenan. Mads Pedersen se cae. Todo funciona, a 70 por hora, como si hubiera sido ensayado miles de veces, engranajes engrasados. Hasta el tiempo, fresco por un día, nublado, se alía para que el ciclista que puso de moda el Tour en el Reino Unido antes de la llegada de los Sky, de Wiggins y de Froome, consiga a los 39 años, en su 15ª participación, la 35ª victoria de su carrera en el Tour de Francia (la primera, en 2008, delante de Óscar Freire otoñal), más que ninguno en la historia, una más que Eddy Merckx, quien siempre ha pensado que nadie le superaría en nada.

Sprinter implacable y cabreado de joven, emocional y simpático de viejo, el amigo favorito de todos los ciclistas jóvenes, depresión superada, tristeza, retiradas, Cavendish sube al podio como un padre de familia al que una empresa que le ha explotado toda la vida le homenajea cumplida una edad. Le acompañan su mujer, Peta Todd y los cuatro hijos que tienen en común. Falta el quinto, hijo de Todd en una anterior relación. En el Tour de 2021 ganó cuatro etapas. Empató a 34 con Merckx. Tenía un curioso contrato con el Deceuninck, que le prestaba el maillot pero el salario se lo pagaba un patrocinador privado, y cuando empezó a exigir respeto, el patrón del equipo le privó del Tour del 22 y le despidió. Firmó por el Astana, que se entregó en cuerpo y alma a sus deseos. Dos años después, cumplido su objetivo, tanta determinación, tanta confianza, tanta fuerza puesta en él, Cavendish, apocalíptico ya integrado, hará seguramente una reverencia final y dejará tras él un pelotón más aburrido, más previsible. Pero antes, promete, ganaré otra etapa. “Celebraré esta victoria y después volveré”, dice. “Adoro el Tour”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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