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Biniam Girmay se impone en Turín, primer africano negro que gana una etapa del Tour de Francia

A igualdad de tiempo pero con mejores puestos, Richard Carapaz desposee a Tadej Pogacar y se convierte en el primer ecuatoriano que viste el maillot amarillo

Biniam Girmay Tour de Francia
Girmay, el segundo por la izquierda, se adelanta en el sprint de Turín.Stephane Mahe (REUTERS)
Carlos Arribas

Pobre Cavendish con su bici orgullo, arcoiris en las bocamangas, arcoíris psicodélico en el cuadro, y la mala idea del cámara en moto que no le desencuadra ni un segundo, y le exaspera porque no puede agarrarse tranquilo al coche de su Astana hasta que no lo haya espantado y retornar si sudar al pelotón después de cambiar las ruedas y aprovisionarse de combustible, chocolatinas para el bolsillo. Desinhibido y fantasista, como Raffaele di Paco, el sprinter robacorazones de los años 30, que se reía cuando su director, Everardo Pavesi, l’Avocatt, le amonestaba en dialecto -- “Ricurdeve che se vurì andà fort bisogna ciulà no” (recuerda que si quieres andar fuerte, mujeres no) --, y medio toscano también. Por él, medio inglés de Man, por su deseo obsesivo de romper el empate a 34 victorias de etapa con Eddy Merckx, récord absoluto del Tour, que le atormenta desde hace tres años, la carrera traiciona a Fausto Coppi y recorre su Piamonte más plano, sin Langhe ni asperezas, sin cuestas, ninguna de las montañas que hicieron a Coppi campionissimo, hasta Turín por la llanura padana; por él, por Cavendish, que tiene ya 39 años y no habla de retirarse, el Astana del maquinador Vinokúrov llega al Tour con una sola misión, que nunca esté solo, que si se queda en las primeras montañas, que todo el equipo se quede con él, que le sequen el sudor, que los coches estén a su lado, que no sufra. Todos pierden tiempo. El Astana se hunde. Y Cavendish no flota.

Ni siquiera esprinta y no puede ni ver, tan lejos está, el magnífico serpenteo entre la valla y los veloces de Biniam Girmay, el eritreo conquistador, que a todos enmudece y congela y, después de ser pionero en el Giro hace dos años (primer africano negro ganador de una etapa en la carrera italiana antes de retirarse al casi sacarse un ojo con el tapón de una explosiva botella de prosecco) extiende sus dominios al Tour de Francia, donde los únicos africanos ganadores eran sudafricanos blanquitos y rubitos, Robbie Hunter (2007) y Daryl Impey (2019). “Significa muchísimo ser el primer africano negro ganador”, dice. “Significa mucho para mí y para mi continente y para la esperanza de mi país, Eritrea, donde el ciclismo forma parte de nuestra historia. Llevamos el ciclismo en la sangre. Y mi padre, todas las tardes de julio me decía que había que ver el Tour, que era el mayor espectáculo del mundo, el mejor deporte, y yo veía a Sagan, la forma en que celebraba las victorias, y me dije, algún día estaré ahí”.

En la gran avenida de la Unión Soviética interminable que lleva al estadio comunal y a la meta, una caída de otros, corta al pelotón. Aunque solo falta Philipsen en la última recta, como Cavendish, retrasado por el montón, es un sprint reducido: no hay lanzadores, solo estrellas, y Girmay brilla más que Gaviria, segundo, De Lie, tercero y Pedersen, tercero. “Por la izquierda, por donde iba Gaviria, soplaba mucho viento, así que decidí ir pegado a la valla de la derecha”, explica. “Eso es esprintar, meterse por donde parece que no se cabe, cerrar los ojos, empujar y pasar. Hoy he ganado yo. El próximo lo ganará Cavendish, que es mi ídolo”.

Brilla menos Girmay feliz y lucido, y los dos ojos bien abiertos, que Richard Carapaz, el primer ecuatoriano de amarillo en la historia del Tour, que en la llegada calcula los puestos en que le aventaja Pogacar y aprovecha el corte de la caída para infiltrarse delante y desposeer al esloveno, que indiferente, deja hacer. Carapaz llega de amarillo al primer hors catégorie del Tour, el padre madrugador Galibier y sus 2.625 metros, que se asciende por la cara del Lautaret, y se desciende por el Télégraphe, después de cruzar la frontera por Sestriere y Montgenèvre. Que Carapaz sea junto al debutante Evenepoel el único que llega a los Alpes en el mismo tiempo que Pogacar y Vingegaard, sombra de lo que son, y recíprocos, siempre juntos en la carretera, es un canto a su inteligencia en San Luca (descolocado cuando el ataque del esloveno, reflexionó, esperó, vio a Evenepoel reaccionar y con él persiguió) y despierta el recuerdo del Tour de 2021, cuando el ecuatoriano del Carchi, ganador del Giro del 19, se midió casi de igual a igual con Vingegaard y Pogacar en una pelea que le permitió subir al podio tras el esloveno y el danés.

Su papel en el Galibier, donde espera resistir, será más de espectador y de esperanza –”esperó ser el primero de los humanos”—que de actor en un escenario que debe examinar por segunda vez la recuperación extraordinaria de Vingegaard, 88 días después de la caída que le dejó en cachitos, 12 días de hospital, otros tantos de sofá de casa, dos semanas más aprendiendo de nuevo a montar en bicicleta en Dinamarca, y seis semanas de entrenamiento para recuperar, con el coraje de la desesperación, las seis semanas perdidas. La memoria celular de su organismo respondió brillante cuando saltó como un niño a un caramelo a la rueda de Pogacar en San Luca. El Galibier, puerto de 50 minutos en el que Pogacar empezó a perder el Tour del 22 sometido por los ataques combinados de Vingegaard y Roglic, debería favorecer al danés, el hombre de las cuestas largas. Sin embargo, dos dudas --¿habrá recuperado también su fondo el pescadero de Dinamarca? ¿habrá mejorado también Pogacar en las subidas interminables? —mantienen la incertidumbre del combate que arbitrará, de amarillo, un campeón olímpico ecuatoriano sonriente y mortal.

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Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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