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Un error de cálculo estropea el estreno de Pogacar en la Volta

El UAE gobierna toda la etapa menos el ‘sprint’ final, donde el sorprendente Schultz se lleva el laurel por delante del esloveno

Nicholas Schulz sorprende a todos en Sant Feliu de Guíxols
El australiano Nicholas Schulz (Israel - Premier Tech) ganó el sprint de la primera etapa de la Volta, seguido por Pogacar.Enric Fontcuberta (EFE)
Jordi Quixano

Dedo pulgar arriba, mandíbula apretada y ojos al cielo, felicitación sincera aunque escueta, reconocimiento en cualquier caso. Eso fue lo que hizo Tadej Pogacar al cruzar la meta en Sant Feliu de Guíxols, en esta ocasión segundo en el estreno de la Volta Catalunya, incapaz de atrapar al sprint al sorprendente Nicholas Schultz (Israel-Premier Tech), que a falta de un kilómetro puso el turbo para encarar el repecho final, ese en el que Roglic desmontó a Evenepoel en el curso anterior, el mismo en el que a Colbrelli se le paró el corazón hace dos años para susto de todos, ya recuperado pero que le hizo dejar la bicicleta. Fue una etapa controlada de pe a pa por UAE, el equipo de Pogacar, ejercicio de supremacía absoluto que, sin embargo, se le fue al traste porque calculó mal en los últimos kilómetros, una bajada sinuosa y de curvas reviradas, carretera constreñida y apenas huecos para recuperar las posiciones. Así, abandonado por sus compañeros y perdido entre la maraña de corredores rivales, Pogacar solo pudo arrancar a falta de 300 metros. Le faltaron 15 para colocarse el laurel, segundo a la postre. Único error del gran favorito para el cetro final, el animal sobre dos ruedas y manillar, que controló casi todo menos la llegada final, que también decidió no desgastarse antes de tiempo a la espera de lo que está por llegar, tres etapas escarpadas —la primera este martes, de Mataró a Vallter-Setcases— y otra de media montaña.

Mar y montaña con el ciclismo entre medias. Esa era la bella y bucólica postal que ofrecía la salida de la primera etapa de la Volta Catalunya en Sant Feliu de Guíxols, pues los autocares se apelotonaban al pie del puerto marítimo bajo un peñón, donde se arremolinaban las revoloteadoras gaviotas y donde los cientos de pizpiretos aficionados a la bici —varias escuelas acudieron con los alumnos al espectáculo— disfrutaban de las presentaciones de los equipos. Mientras los barcos pesqueros, como Dorada Costa 2, Avi Toni, Mainada o Blue Moon, se mecían sobre el agua al compás de la ligera brisa y con parsimonia, los corredores atendían a las charlas tácticas de última hora en los autocares y desfilaban entre el improvisado pasillo humano y los vítores. Allí saludaba con efusividad Sepp Kuss, el amigo del pueblo; allá levantaba los brazos Enric Mas; acullá se paraba Nairo Quintana con los medios y con aquellos que le solicitaban autógrafos; y también sobre el atril levantaba la mano Tadej Pogacar, como si pidiera turno, como si advirtiera que, una vez más, iba a darle al pedal más fuerte y rápido que cualquier otro. Le falto poco. “Pero esto no es todos contra Pogacar, sino todos contra todos”, recordaba Mas. “Pero se sabe que es el más fuerte, el que tiene el poder de desestabilizar cualquier etapa o carrera”, rumiaban desde los boxes de los equipos.

De los 175 corredores que comenzaron la etapa, solo unos pocos se atrevieron a lanzar una fuga tempranera. Una intentona fallida y otra exitosa, apenas 10 kilómetros recorridos, con Petilli (Intermarché), Elissonde (Cofidis), Baudin (AG2R), Holter (Uno-X) y Bizkarra (Euskaltel) como exponentes, gallardos ciclistas que afrontaban el Alto de la Ganga —puerto de tercera categoría— y el Alto de los Ángeles —de segunda— con la ilusión de vestirse el maillot rojo de la montaña, premio para Elissonde. Pero en la carretera, rodeada de pinares, de pueblos veraniegos que hacen de segunda residencia para la gente adinerada de Barcelona, Costa Brava mediterránea, el mando lo tenía UAE, que por algo ha traído a un equipo de corredores excelsos, caso de Almeida, Jay Vine, Soler y, claro, Pogacar. Hacía y deshacía el grupillo a su antojo, el juego de la goma: ahora apretamos y recortamos; ahora damos un poco de tregua y hasta pronto, por más que la diferencia apenas superó los dos minutos y medio como máximo. La ley de UAE, cabeza de la serpiente y señal de que se corre para ganar, de que Pogacar no entiende de jornadas de asueto. También penalidad para los equipos con sprinters —Coquard (Cofidis), Van den Berg (DSM), Marit (Intermarché), Aular (Caja Rural) y Hayter (Ineos) como favoritos en la Volta—, que en los tiempos que corren, con equipos abrasadores como Visma o ciclistas con capa como Vingegaard o Pogacar, ya ni intentan controlar las etapas que no sean en llano.

Pasado Tossa de Mar, en una etapa que parecía más una clásica que otra cosa porque transcurría por carreteras secundarias, bien estrechas y repletas de curvas, el UAE puso el turbo. Y aunque hubo una caída en el pelotón —rasguños de la batalla para Van Gils (Lotto), Zambanini (Bahrain) y Sosa Cuervo (Movistar)—, a falta de 33 kilómetros se acabó lo que se daba. Por lo que a las faldas del Alto de Sant Grau —puerto de segunda categoría— los fugados fueron absorbidos, carrera nueva. Ocurrió que ahí se enredó un poco el UAE, pues tras el sprint intermedio sus corredores perdieron la posición y les costó horrores recuperarla. Solo Marc Soler, siempre batallador, corazón enorme y sherpa experimentado porque la tarde anterior se entrenó sobre el trazado, y Almeida, gregario de súper lujo, fueron capaces de poner ritmo, de deshojar la margarita del pelotón. Tras el puerto, sin embargo, llegó la bajada, tan técnica como peligrosa, tan fina como enredada, y ya nadie aspiró a otra cosa que no fuera a estar bien colocado. “Nos hemos quedado sin toda la gente que queríamos, nos hemos descolocado antes de tiempo y nos ha pasado factura en el sprint”, aceptó Soler.

Ocurrió que la arrancada de Schultz no tuvo eco, que nadie le cogió la rueda. Y cuando Pogacar le dio al botón del hiperespacio fue tarde. Al menos para llevarse la etapa, que no para ganarse unos segundos de bonificación, a dos segundos del líder y a ocho de los demás aspirantes. Fue, tan solo, un fallo de cálculo.

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