Philipsen se cuela en el duelo entre Pogacar y Van der Poel en la Milán San Remo
El primer monumento de la temporada se lo adjudica el belga al esprint, con Matthews segundo y el fenómeno esloveno tercero
A veces se plantea un duelo entre dos, y lo acaba ganando alguien que pasaba por allí. Y cuando la cita es en uno de los monumentos del ciclismo, ese que pasaba por allí se alegra mucho más, como debe ser. Había salido Mathieu Van der Poel con el culotte de los domingos. “¿Cuál llevarás, el blanco o el negro?”, le preguntaban en La Gazzetta, y contestaba rotundo que, “con el estado de ánimo actual, el blanco”, aunque apostillaba con un, “pero quién sabe”, y tal vez a través de ese matiz se le coló Jasper Philipsen, al fin y al cabo, su compañero de equipo, pero le estropeó el duelo con Tadej Pogacar, que en la meta de Vía Roma acabó tercero, con Matthews por el medio para completar el podio.
Desde Pavia hasta San Remo, con 288 kilómetros de recorrido, y muchos matices que considerar, los ojos estaban puestos sobre el campeón del mundo, Van der Poel y el fenómeno Pogacar. La descomunal distancia va minando las fuerzas, quemando recursos y nublando el cerebro, aunque los más grandes saben distribuir los esfuerzos y dosificar las energías para llegar al momento clave con las mayores posibilidades de éxito.
Pareció en principio, que a Pogacar, que es de los que no espera, le comía la impaciencia en la Cipressa, a veinte kilómetros de la meta, porque puso delante al mexicano Del Toro, el más joven del pelotón, ganador del Tour del Porvenir, a marcar un ritmo infernal. Pero cuando el chaval del UAE se vació, su jefe no consideró que era el momento. “¿Atacar en la Cipressa?”, yo nunca lo haría”, decía Van der Poel en la salida.
Por una vez Pogacar tiró de sosiego, como el que estaba teniendo su rival neerlandés, seguidor entusiasta de Jon Rahm, y que estos días se dedica a ver Full swing, la serie sobre golfistas de Netflix, unos deportistas que deben dominar la impaciencia para llegar al éxito. Así que todos esperaron al Poggio, ese puertito que colocó en el recorrido, hace ya bastantes décadas, el capo Vincenzo Torriani, para evitar que siempre ganara Miguel Poblet. Otra vez el UAE de Pogacar, puso el ritmo en la subida, y cuando Wellens ya no pudo más, a kilómetro y medio de la cima, su jefe por fin intentó lo de siempre, ganar por aplastamiento. Pero Van der Poel le siguió paciente, como un golfista camino del green, y cuando vio que estaba ahí, y que había cerca otras presencias molestas, desistió la bestia.
Aunque nunca hay que confiarse cuando está Pogacar por medio, así que cuando observó varias escaramuzas en cabeza, otra vez estalló con esa brutalidad con las que rompe las carreras. Quedaban 200 metros para la cima, pero Van der Poel respondió a la aceleración, y ya en el descenso, cuando Tadej le pedía relevos, hacía como que no entendía. Así que llegó el grupo por detrás, y el nieto de Poulidor contaba con la coartada de tener a dos consumados especialistas en el embalaje para poder ganar la carrera.
En Vía Roma, con la llegada lanzada, Van der Poel se retiró a un discreto segundo plano, y dejó que fuera Philipsen quien tomara la iniciativa para ganar. Él mismo dinamitó el duelo con Pogacar para que se colara alguien que pasaba por allí, pero era su compañero de equipo.
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