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Quino Colom: “Piqué mucha piedra hasta ser campeón del mundo”

El exbase andorrano revive, tras anunciar su retirada, la carrera de un “currante” del baloncesto recompensado con la gloria

Quino Colom
Quino Colom, con el trofeo de campeón del mundo en 2019.Lintao Zhang (Getty Images)
Juan Morenilla

Esta es la historia del niño que soñaba con “meter una canasta en la ACB” y fue campeón del mundo de baloncesto. Quino Colom (Andorra la Vella, 36 años) anunció a finales de febrero su retirada y tras el adiós queda una de esas carreras esculpidas a la sombra y a la que el destino premia finalmente con la gloria. En su caso, una medalla de oro con la selección español en el Mundial de China 2019 que valió para borrar la sensación de que el deporte no había sido del todo justo con él.

“La pelota me ha llevado por sitios que nunca hubiera imaginado. Han sido muchos años de dedicación, pero de sobra que ha valido la pena. Ha sido mejor que un sueño”, cuenta el exbase a EL PAÍS, todavía abrumado por las muestras de cariño tras confirmar hace unos días su adiós, unos meses después de finalizar el pasado verano su contrato con el Girona: “Todo el cariño que he recibido es lo más bonito que me llevo. Es el reconocimiento de todo lo que he dado por el baloncesto”.

El palmarés habla de 17 temporadas en la élite, 315 partidos en la ACB entre Zaragoza, Fuenlabrada, Estudiantes, Bilbao, Valencia, Baskonia y Girona, 2.232 puntos y 1.079 asistencias, aventuras en Rusia (Unics Kazán), Turquía (Bahcesehir), Serbia (Estrella Roja) y Grecia (AEK de Atenas), 39 encuentros internacionales con España y el brillo inigualable de aquel oro mundial. Lo que no cuenta es el viaje.

El hijo de dos banqueros creció con “canastas por toda la casa”, herencia de su padre, un jugador profesional que le entrenó de niño. A los 14 años, Quino dejó la casa familiar de Andorra y se mudó a Lleida con su tía y sus primos. El club andorrano estaba cerca de desaparecer y el catalán competía en la ACB, así que aquel chico que se fijaba en Jasikevicius y Steve Nash aceptó la oferta para entrar en sus categorías inferiores. Con esa mudanza empezó un trayecto con varias paradas nacionales hasta que en 2015 se lió la manta a la cabeza y emigró al Unics Kazán. “Fui muy atrevido, uno de los primeros que se marchó fuera. Otros se habían ido antes pero con las carreras más hechas. Salió muy bien. Me adapté a otras Ligas y otras culturas. Abrí las puertas y muchos me han preguntado luego por mi experiencia en el extranjero. Siempre intenté estar en un sitio donde se me valorara y donde me dejaran hacer el juego que yo quería”, cuenta Colom.

Aquella valentía le valió la llamada que cambiaría su vida deportiva. En julio de 2017, ya con 28 años, debutó con la selección absoluta después de quedarse a las puertas de la pasarela en más de una ocasión. El escenario fueron las ventanas clasificatorias para el Mundial de 2019, un peaje al que no acudían jugadores de la NBA ni de la Euroliga y que permitió descubrir a una clase media olvidada y con hambre por reivindicarse. “Miraba la lista de bases: Calderón, Ricky Rubio, Sergio Rodríguez, Llull… Yo tampoco me hubiera metido ahí, es verdad. Pero en algún momento sí sentí que el baloncesto había sido injusto conmigo. Estaba en Rusia y veía que iban a la selección otros que habían hecho menos que yo. Fuera tenía un reconocimiento, pero no a nivel español, los aficionados no habían visto mi mejor juego. Me costó que me reconocieran y que me valoraran. Gracias a las ventanas pude demostrar que yo también era buen jugador. Entonces estaba en mi mejor momento y emergí como un líder. Fue la demostración de que detrás de unos jugadores que eran superhéroes, estábamos otros que seríamos titulares en otras selecciones y que se podía confiar en nosotros”, reflexiona Quino.

No fue sencillo. Aquella España de meritorios, como la que luego conquistaría el Eurobasket de 2022, levantaba muchas dudas. “Al principio había mucha presión, parecía que no íbamos a ganar a nadie, pero sacamos el carácter. Callamos muchas bocas y eso a nivel colectivo nos hizo muy fuertes”, apunta el exbase, pieza básica de la clasificación para el Mundial y citado por Sergio Scariolo para la cita china. “Cuando entré en ese grupo final, había campeones de la NBA, de la Euroliga, y yo era el más humano, el que estaba luchando por estar ahí. Me dieron la oportunidad y lo disfruté como nadie. Me encontré con muy buenas personas que me ayudaron y viví lo más bonito de mi carrera. Me lo había trabajado. He sido siempre un currante, siempre paso a paso. Mi estilo de juego no era tan trabajador, he vivido más del talento y de la inspiración, pero como carrera sí que ha sido trabajada. Piqué mucha piedra hasta ser campeón del mundo”, afirma.

En ese camino, Colom señala a tres entrenadores clave: “Luis Guil fue el más atrevido, me llevó a la selección española cuando no iba a la catalana, me abrió las puertas a nivel profesional y me hizo jugar muchos minutos en la ACB. Sito Alonso me pilló en un momento en el que en la Liga dudaban de si tenía nivel o no, y me hizo jugar en un equipazo como el Bilbao. Sergio Scariolo me dio mucha responsabilidad, me convirtió en el líder de las ventanas. Y con él gané un Mundial”.

Quino ha cambiado hoy el baloncesto por el tenis, y recupera el tiempo perdido con sus hijas, Daniela y Alexandra. La medalla de oro la guarda en una vitrina especial en casa. “A veces me quedó mirándola y pienso: soy campeón del mundo. Y todavía me cuesta creerlo. Gracias al baloncesto por hacerlo posible”.

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Sobre la firma

Juan Morenilla
Es redactor en la sección de Deportes. Estudió Comunicación Audiovisual. Trabajó en la delegación de EL PAÍS en Valencia entre 2000 y 2007. Desde entonces, en Madrid. Además de Deportes, también ha trabajado en la edición de América de EL PAÍS.
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