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Kirsty Coventry, la dama de hierro del olimpismo

Crecida en los años más violentos de Zimbabue, la mujer que ha roto el techo de cristal del COI asume sus contradicciones y con ellas se fortalece

Kirsty Coventry después de ser elegida presidenta del COI
Carlos Arribas

Pocos problemas, quizás ninguno, a los que se tenga que enfrentar como presidenta del Comité Olímpico Internacional (COI), podrán horrorizar o simplemente hacer temblar a Kirsty Coventry, que nació en 1983, descendiente de granjeros blancos, en la Harare que había dejado de ser Salisbury hacía nada, en la Zimbabue que hasta cuatro años antes había sido la Rhodesia sanguinaria, la minoría blanca que se enriqueció esclavizando a la mayoría negra.

El mundo es extraño y complicado. Sobrevivir no es fácil en algunos lugares. Vivir con plenitud asumiendo las contradicciones, y crecer, es casi imposible, y acabar rompiendo, como ella declara, “el techo de cristal” de una institución tan macha como el COI, una utopía, que parece solo al alcance de mujeres que escondan el sentimiento detrás de la razón. Como Kirsty Coventry, la dama de hierro del olimpismo, dura, fría, cortante como un diamante bajo una apariencia cálida, que, cuando se le habla de que deberá sentarse a la mesa con Trump, con Putin, con los amos del mundo sin leyes que querrán apoderarse del significado y la magia de los Juegos Olímpicos, recuerda que lleva desde que tenía 20 años lidiando con “hombres muy poderosos en situaciones muy difíciles, muy duras”. Y a todas, a todos, derrotó a su manera. “Por aquel [a comienzos del siglo] entonces mis padres y mi hermana estaban pasando momentos difíciles y complicados en Harare”, dice, y, así, delicadamente, describe la época de violencia contra los blancos tras la llegada de Mugabe al poder. Y ese lenguaje entre líneas, y el colaboracionismo que la llevó en 2018 hasta el Gobierno de Emmerson Mnangagwa, El Cocodrilo, como ministra de Juventud y Deporte, son claves, claro, en la diplomacia olímpica, un mundo en el que nada es tan sencillo como puede parecer. “Creo que cada país tiene sus propios retos y problemas. En el caso de Zimbabue, las elecciones de 2023 se celebraron sin violencia por primera vez en veinte o treinta años”, subrayó en enero a la prensa internacional que le preguntaba sobre unos comicios que la Corte Internacional de Justicia declaró que “no fueron libres ni justas ni fiables”.

La niña hija de Rob y Lynn, empresarios y ávidos nadadores, como el abuelo, que a los nueve años, viendo cómo se multiplicaban las medallas colgadas del cuello de la nadadora húngara Krizstina Egerszegi, señaló la televisión en su casa y dijo, “yo quiero ser campeona olímpica como ella”, creció hacia su sueño mientras a su alrededor, en su país, el régimen de Robert Mugabe aterrorizaba a la minoría blanca y luego masacraba a los opositores negros. Cuando tenía 19 años, voló con una beca a entrenarse, y graduarse en restauración y hostelería, en la Universidad de Auburn, en Alabama, Estados Unidos, y cuando tenía 20 ganó tres medallas, oro, plata y bronce (espalda, mariposa, estilos) en los Juegos de Atenas 2004. Entonces, con cierta ingenuidad, o sabiduría, declaró que su sueño secreto era “abrir su propio restaurante”. Se tatuó los cinco anillos olímpicos en la cadera derecha. Nunca renegó de Zimbabue, su patria, y siempre recuerda las lágrimas en sus ojos cuando escuchó el himno desde el podio, y cuando regresó a Harare para que el dictador Mugabe, el mismo que alentaba la violencia contra los granjeros blancos, la proclamara “la niña dorada de Zimbabue” (al tiempo que deslizaba en su bolsillo 50.000 dólares y un pasaporte diplomático vitalicio), su vida se transformó cuando comprobó, y así lo proclamaba la mayoría negra también, que ella podía significar “una luz en la oscuridad de un territorio paria entre los países democráticos y civilizados del mundo”.

Y un poeta negro así la consagró y en las maternidades y los registros civiles de Harare a las niñas que nacieron ese verano las bautizaban con nombres como Kirsty Coventry Mapurisa, Kirstee Coventree Kavamba, Threemedals Chinotimba, Swimmingpool Nhanga, Freestyle Zuze, Breaststroke Musendame, Butterfly Masocha, Backstroke Banda, Goldmedal Zulu, Goldwinner Mambo, Gold Silver Bronze Ndlovu, Individual Medley Mbofana. Y habló así al final del desfile en su honor: “Creo que todos los países pasan por años malos y años buenos. Espero que mi éxito dé esperanzas a Zimbabue, y que puedan sacar algo bueno de ello. Todos los deportistas del país pueden inspirarse en mí y saber que ellos también pueden perseguir sus sueños”.

Una votación entre los deportistas en Londres 2012 la condujo al COI como miembro de su comisión de atletas, y allí, coincidiendo con el reinado de Thomas Bach, floreció y se multiplicó, acumulando cargos en seis comisiones distintas, en el Consejo de Administración del Canal Olímpico y en la comisión coordinadora de los Juegos de la Juventud Senegal 2026. Fue combativa y dura en defensa de los derechos de los atletas, Pau Gasol, sucesor en la comisión de atletas, la adora, y Bach, el presidente saliente a su pesar (cumplido el tope máximo de 12 años de mandato), salivó al valorar su perfil poliédrico y rompedor como el ideal para continuar su trabajo al frente de una institución bajo el lema gattopardiano de cambiar algo para que todo siga igual. Mujer, 41 años, deportista, campeona olímpica, blanca, africana, política dura, resistente. “Como somos una organización histórica, tenemos que proteger esa historia, ¿no?”, explicaba después de las elecciones Coventry. “Pero si queremos seguir siendo relevantes, vamos a tener que relacionarnos con la gente de otra manera. Tendremos que utilizar la tecnología y la jerga juvenil. Vamos a tener que salir de la caja. Nos mantendremos fieles a nuestros valores fundamentales porque son los que hacen que los Juegos Olímpicos sean únicos, pero abramos las posibilidades de qué deportes podrían formar parte de los Juegos o cómo podrían ser los Juegos en una región completamente diferente”.

En 2013 se casó con su entrenador, Tyrone Seward, con quien tiene dos hijas: Ella, de 6 años, y Lily, de 4 meses, nacida en plena campaña presidencial, y con ellos vivirá a partir de junio en Lausana. Dejará ya de ser ministra de Mnangagwa, pero Zimbabue, sus conflictos, su guerra, su educación, su crecimiento en terreno hostil, siguen siendo su referencia.

Le esperan dosieres complicados, la necesidad de aumentar los ingresos del COI (actualmente poco más de 7.000 millones de euros para el cuatrienio 2021-2024) en unos tiempos en los que los patrocinadores quieren dejar de rascarse el bolsillo, la puesta en marcha de un sistema de streaming para la transmisión directa de los Juegos, la inclusión de las mujeres trans, el problema ruso, la multiplicación de guerras, conflictos armados, invasiones… Ella escucha, piensa y responde poniendo siempre a los deportistas como sujeto de sus pensamientos y preocupaciones, y a Zimbabue en el paisaje: “Sé que cuando yo ganaba mis medallas, Zimbabue estaba atravesando una lucha de poder muy dura y podría haber sido muy fácil para la comunidad deportiva internacional decirnos que no podríamos participar sus deportistas”, dice. “Creo que lo que vimos en París fue muy justo. Abrimos la puerta a los deportistas rusos y bielorrusos, salvo a los que hubieran apoyado abiertamente la guerra. Esto responde al principio de intentar mantener la seguridad de todos en los Juegos, sobre todo en un entorno tan estresante. Y el futuro del olimpismo”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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