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Las reflexiones de Mondo Duplantis, 25 años y 11 récords del mundo: “Estoy obsesionado con ella, sí, pero la pértiga no lo es todo”

El dios del salto y doble campeón olímpico habla con EL PAÍS sobre el deporte, su vida como compositor y cantante, la música y el golf días antes de buscar en China su tercer Mundial en pista cubierta

Duplantis, en una competición en Suecia el pasado viernes.
Duplantis, en una competición en Suecia el pasado viernes.Fredrik Persson (EFE)
Carlos Arribas

¿Quién no querría ser Mondo Duplantis, el genio rubio de Lafayette?

Corre, salta, vuela más alto que nadie, no se come el coco, no se cree nadie y por sus venas corre sangre sueca y rhythm and blues de Tremé. Es muy cool y organiza torneos de pértiga en los que sus amigos, los mejores saltadores del mundo, se relajan esperando su turno en sillones de sala VIP de aeropuerto, se jalean unos a otros y una disc jockey animosa les pone su música favorita, o lo que ella cree, una versión electro de sirtaki para el griego (Manolo Karalis, bronce en París), Sweet Caroline para el marine yanqui (Sam Kendricks, plata en París), y a Mondo le marca el ritmo con Bop, la canción que él mismo compuso y grabó en un estudio de Nueva Orleans, un poco dancehall, un poco reggaetón, hip hop. Y siguiendo el ritmo con sus palmas, Kendricks, Lavillenie, Manolo, todos los rivales, calientan y motivan más aún al público entregado mientras su ídolo corre como un diablo por la alfombra roja que es el pasillo de salto y clava la pértiga en el cajetín cuando ha alcanzado una velocidad de 10,48 metros por segundo (casi 38 por hora) y dobla la pértiga y se impulsa, y derriba.

“Me es indiferente que las nuevas competiciones de atletismo, como el Grand Slam de Michael Johnson, no incluyan concursos. Me preocupa solo aquello que puedo controlar. La pértiga. Conseguir que siga siendo el concurso principal. Y eso es lo que tiene que hacer los atletas de los otros concursos, ponerse al frente y exhibir su especialidad en la manera en que Renaud [Lavillenie] y yo lo estamos haciendo, organizar competiciones muy majas, divertidas, entretenidas, creativas…”, dice Duplantis, de 25 años, 11 récords del mundo hasta 6,27m en su historial y dos oros olímpicos. Habla así con media docena de periodistas de todo el mundo en una videoconferencia desde Uppsala (Suecia) en vísperas de su participación, seguramente estelar, en los Mundiales en pista cubierta, de los próximos viernes a domingo en Nanjing (China). “Uno de mis mejores amigos es músico en Luisiana. Y tengo unos cuantos amigos aquí en Suecia que también son músicos. Me encontré en un estudio hace un par de años y fue una experiencia súper divertida, me absorbió por completo. Fue una forma de sacarme por completo del salto con pértiga y del atletismo, muy terapéutico para mí. Y tuve la idea de lanzar mi canción, Bop, que es un tema bastante divertido, el mismo día de la competición [se refiere al 28 de febrero pasado, cuando batió en Francia el récord del mundo por 11ª vez] para divertirme más, porque era más como un ¿y si hago un récord el mismo día [y en inglés juega con la palabra record, grabación y plusmarca]? Y luego, curiosamente, ocurrió de la forma en que yo imaginé. Muy guay”.

No, no siente la soledad del superdotado en una especialidad en la que desde 2018 solo ha perdido una final de un gran campeonato, cuando le derrotó Kendricks en Doha 2019, y en la que el segundo siempre se queda a más de 20 centímetros (todos los pertiguistas jóvenes entran ahora al cajetín a toda velocidad, imitándolo). “El nivel competitivo está más alto que nunca. Lo que pasa es que yo salto mucho, he elevado la pértiga a otro nivel, pero hay saltadores como Sam [Kendricks] o, especialmente, Manolo [Karalis] que, si no hubiera estado yo, en los últimos 10-15 años habrían ganado cantidad de medallas y campeonatos. He subido mucho el nivel y eso motiva a los demás para intentar alcanzarme. Alguien vendrá que será mejor que yo. Eso es seguro. Ocurrirá tarde o temprano. Pero yo soy muy competitivo y mientras siga por aquí, intentaré asegurarme de que soy siempre el hombre a batir”, dice el atleta que a los 20 años batió por primera vez el récord del mundo (6,17m), y sabe que imitándolo ya hay juveniles que corren como locos, audaces, sin frenarse, para clavar el palo en el cajetín a toda velocidad.

No, no, y tampoco sufre el vértigo de quien se siente predestinado, en las nubes. “Pienso en la altura máxima que puedo alcanzar probablemente menos de lo que piensa la gente. Cada vez es más difícil progresar, obviamente, pero no pienso en ello. Pero, sí, estoy ya muy cerca de los 6,30m y me gustaría superar esa altura pronto, pero después no me obsesionaré pensando en otra altura, no estoy tan loco”.

Mondo Duplantis, tras saltar 6,24m y batir el récord del mundo en Xiamen (China), en abril pasado.
Mondo Duplantis, tras saltar 6,24m y batir el récord del mundo en Xiamen (China), en abril pasado.Tingshu Wang (REUTERS)

También, como otros niños prodigio del deporte superdotados, Mozarts de los pedales como Tadej Pogacar o de las zapatillas de correr, como Jakob Ingebrigtsen, no padece el horror al vacío que puede ser la falta de motivación o la especie de depresión postparto que le asaltó a Michael Phelps cuando colgó el bañador. Uno que a los 25 años ha ganado dos oros olímpicos, dos Mundiales al aire libre, dos en pista cubierta, tres Europeos al aire libre y uno en pista cubierta, qué más le puede pedir a su deporte, qué más le puede motivar para seguir dedicándole su sangre. “No me compararía con la situación de Phelps. Eso lo veré cuando mi carrera haya acabado”, dice. “Pienso en la pértiga todo el tiempo, y siempre pienso en formas de mejorar, y siempre quiero sacar lo mejor de mí mismo. Estoy súper obsesionado con el salto con pértiga, por supuesto, y llevo desde niño estándolo, pero, por extraño que parezca, también soy capaz de hacer otras cosas. Vivir el momento presente. Creo que encuentro en la vida un equilibrio inusualmente bueno entre mi deporte y otras cosas que mantienen mi cerebro ocupado. Me ayuda estar rodeado de mucha gente, de hermanos y hermanas que practican deportes muy diferentes o los amigos músicos. Estoy obsesionado con ella, sí, pero la pértiga no lo es todo. No me define completamente cómo soy. Simplemente me encanta y se me da muy bien, pero estoy seguro de que podré vivir una vida en la que no haya salto con pértiga. Será una transición difícil, pero tengo confianza en que encontraré un nuevo sentido a la vida”.

La obsesión le nació de niño. La pértiga, cuenta, le transformó, le descubrió un mundo, una burbuja, en la que solo existía él. Desaparecía la realidad. El mundo. “Cuando estoy en el aire me siento ahora exactamente igual que cuando era un niño. Siento lo mismo saltando entonces dos metros que ahora casi 6,30m. Lo siento quizás de una manera súper extraña. Realmente no sé cómo explicarlo”, dice, y se lanza en una tentativa: “Cuando tengo la pértiga en la mano y estoy en la pista es como un tipo raro de visión de túnel y control, y ocurre algo que me absorbe por completo. Solo estoy concentrado y encerrado en el instante y en lo que quiero conseguir. Y eso me pasaba igual cuando era más joven. Sinceramente, da igual que sea en el patio de mi casa, a los siete años, o en los Juegos Olímpicos, es lo mismo. Es el mismo tipo de sensación. Antes me siento nervioso, mariposas en el estómago, excitación y todos los sentimientos que siente todo el mundo. La diferencia es simplemente que tengo un control bastante bueno de mis emociones”.

Como Dashiell Hammett sacó la novela policiaca de los salones de ébano y alfombras persas en mansiones con mayordomos, y el detective como mago de los juegos de enigmas para sumergirla en la realidad, el barro y la sangre de la calle, así Mondo, que, siguiendo la senda su precursor Lavillenie, pertiguista ligero y obsesionado, rescató el salto con pértiga de los músculos de fornidos soviéticos y se lo devolvió a los de la raza de los ángeles, a él mismo. “Sí, no está mal tirado eso de que soy una especie de Lavillenie 2.0″, le responde Duplantis a la colega de L’Équipe que establece la comparación con el francés que batió en 2014 el último récord de Serguei Bubka con un salto de 6,16m. No es la fuerza la clave del cambio, es la velocidad. O no. “Es sobre todo en el sprint donde probablemente trabajo más duro, pero la pértiga es todo. Es el sprint, la velocidad, la fuerza, la técnica, todas las pequeñas cosas que se suman, descubrir nueva información, diferentes formas de conseguir esos pocos centímetros extra. Es una prueba tan compleja y difícil, con tantos intríngulis, que eso a la vez que la hace muy difícil, también ofrece infinitas posibilidades de mejorar. Siempre hay pequeñas formas de mejorar y seguir avanzando”. Y este conocimiento de su cuerpo, la interocepción que le hace calcular a la perfección la energía de sus células, y la consciencia de que la pértiga es un laberinto, le hacen emparentar la pértiga con el golf, un deporte que le gusta practicar, aunque no encuentra tiempo para ello, y que disfruta como espectador, y admira a sus genios, a Annika Sörenstam, sueca, “la mejor golfista de la historia”, dice, y a Tiger Woods. “El golf es tan, tan increíblemente difícil y técnico y tan mental, y no muy físico en realidad, lo que creo que lo hace aún más difícil porque realmente no hay forma de evitar las cosas”, dice. “Es un deporte que definitivamente admiro, como admiro a los golfistas que lo hacen tan bien”.

Mondo es clavado a Timothée Chalamet en su físico y en sus papeles, poquita cosa entre monstruos físicos, y tan fresco y decidido, la mirada clara, y, como el actor francoestadounidense que canta como Bob Dylan, también canta y si no cabalga sobre gusanos gigantes a los que guía por el desierto sí que se alía con la gravedad para caminar en el aire, y todo con un cierto aire de falsa indiferencia, de despreocupación. “Mis padres [Greg, expertiguista, y Helena Hedlund, exjugadora de voleibol y heptatleta] son mis entrenadores y hablamos. Hablamos de todo y también de la cuestión mental, que intento mantenerla lo más simple posible, porque creo que muchas veces, como atleta, es muy fácil comerse el coco. Y ese suele ser el mayor problema”, dice el pertiguista suecoestadounidense. “Y lo que hace la gente que piensa demasiado es correr, correr como el conejo en su madriguera asustado, viendo solo todo lo malo que les pueda pasar. Yo trato de liberar mi mente y solo me concentro en lo que quiero que suceda, lo que quiero lograr”. Y para conseguirlo no se le ve aspirar polvo de gusano, simplemente se tumba en el suelo del estadio, un cilindro en su espalda, y duerme. Él, en su burbuja; el mundo, enloqueciendo ruidoso. ¿Quién no querría ser él?

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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