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Alienación indebida
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mejor Rodrygo que Rodri Goes

El delantero del Real Madrid se queja de su nuevo rol en un ataque saturado de talento, y lo hace por sensaciones, que suele ser la antesala del verdadero malestar

Rodrygo
Rodrygo celabra su gol contra el Manchester City en el Etihad el pasado abril en los cuartos de final de la Champions.Naomi Baker (Getty Images)
Rafa Cabeleira

No es ningún secreto que Rodrygo Goes llegó a tenerlo todo acordado con el Barça (él mismo lo ha explicado en alguna entrevista), pero apareció el Real Madrid y aquello terminó como la conversión de San Pablo camino de Damasco, pues ya se sabe que no hay fichaje blanco cuya historia esquive lo bíblico, lo épico y hasta lo sobrenatural. Desde niños que nacieron para jugar en el Madrid, hasta verdades reveladas en sueños, a lo largo de los últimos años hemos visto casi de todo. Y debe ser por esto que una buena parte de los aficionados ya no se decepciona tanto por la falta de rendimiento como por la ausencia de relato, acaso el nuevo opio del pueblo.

Aquella fue una decisión que dolió en Barcelona y en casi cualquier parte del mundo donde late un escudo con la Creu de Sant Jordi, la senyera y la bandera blaugrana. Quizá no inmediatamente, pues faltaba por comprobar la auténtica valía de Rodrygo y la Masia lucía escaldada por tantos meninos que llegaban como el próximo Pelé y se marchaban pensando en la FP como una alternativa plausible. Ni tampoco fue un dolor abrasivo, como el del desamor, pues ser aficionado del Barça se parece mucho en los últimos tiempos a cocinar desnudo y que una minúscula gota de aceite te salpique el pecho, justo al lado del corazón.

No tardó el niño bonito de la cantera del Santos en descubrir qué es el Real Madrid, un club que te entrega la gloria un jueves y te lleva al dentista un domingo, más pendiente de lo que el futbolista es capaz de ofrecer que de las necesidades emocionales de este. El Santiago Bernabéu, que tantas veces funciona como un microondas que derrite a los contrarios, también se revela, a menudo, como una incubadora con las resistencias alteradas donde el polluelo que no crece se abrasa. Lo consiguió Rodrygo, con su cara pubescente y un padre más joven que algunos compañeros de vestuario. Se adaptó a las brasas, creció, soportó el peso de la historia madridista y se hizo con un hueco entre la idolatría merengue hasta que la llegada de Kylian Mbappé lo ha situado frente a la enésima prueba de fuego.

Anda incómodo el brasileño con el nuevo rol que la crítica parece haberle otorgado. Ni siquiera el propio club, o su entrenador. Y ha bastado una minucia de portadas, de esas que se dedican a bautizar triadas con las iniciales de los futbolistas, para que Rodrygo haya caído en la trampa de lo que casi nunca importa cuando el balón comienza a rodar, de los juegos pueriles y el complejo del desplazado: lo que no consiguió el azote de la grada, o el despiadado escrutinio de la prensa, lo ha logrado un simple acrónimo.

De esto, en gran medida, parece quejarse Rodrygo Goes en las últimas semanas cada vez que le preguntan por su nuevo rol en un ataque saturado de talento. Y lo hace no tanto por una inquietud objetiva, pues su puesto en el once parece inamovible, sino por una cuestión de sensaciones, que suele ser la antesala del verdadero malestar. Lo que nadie le ha contado al brasileño es que, de haber optado por el Barça, quizás su leyenda estaría hoy ligada al diminutivo, un vicio muy propio del universo azulgrana y que reduce a sus estrellas al oprobio del medio nombre terminado en vocal: date un pequeño respiro, Rodri Goes, y disfruta.

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