Contra la medalla a Carolina Marín
Marín no merece la condescendencia de un bronce ad hoc, ni un podio de consolación, ni un circo populista semejante. No manchen a una leyenda del bádminton dándole un premio de mentira. Es bastante más que eso
La imagen de Carolina Marín, sus gritos desgarradores, su llanto tirada sobre la pista cuando estaba ganando claramente su semifinal y se encontraba a puertas de la medalla, es a estas horas la fotografía icónica de España en los Juegos de París: no parece que vaya a ser superada. Son imágenes de una importancia fundamental.
Vendrán oros (pocos), platas y bronces. Tienen ya recuerdos imborrables países como Bélgica (Evenepoel ganando el oro con la Torre Eiffel asomando monstruosa detrás: qué plano), Países Bajos (la remontada marciana en los 4x100 mixtos, ¿qué fue eso, Femke Bol?) o Estados Unidos (Biles y la suspensión de la incredulidad). España ha aportado el suyo, y no es menor: una campeona olímpica (Río 2016) y tres veces campeona del mundo de bádminton, Carolina Marín, que no pudo presentarse en Tokio 2021 por lesión pero sí a París 2024, donde era favorita, rompiéndose la rodilla camino al podio, deshecha en lágrimas. Esto es el deporte y esto es la vida: lo que te separa de la gesta a veces es un chasquido, lo que te separa del triunfo es apoyar el pie en el suelo (curiosa metáfora).
Hay en esas imágenes sobrecogedoras lecciones bien aprovechables. Traigan a los famosos niños ahora, que aprendan esto. Si no te lo han enseñado en la escuela, te lo pueden enseñar tus ídolos: a menudo no basta con soñar, con trabajar duro, con desear con fuerza las cosas, con pelearlas hasta el último minuto; a veces no basta ni siquiera con ser la mejor del mundo: puede fallar la cabeza, como a Simone Biles en Tokio, o la rodilla, como a Carolina Marín: puede fallar (es lo más común) la suerte. Hasta el pene puede fallar, como al pertiguista francés que tiró el listón con el suyo.
Ganar es la excepción clamorosa, competir por medalla es la excepción clamorosa, estar en unos Juegos es la excepción clamorosa. La lesión de Marín, su dolor, su impotencia, nuestras lágrimas (qué difícil no llorar oyendo sus gritos de dolor) es una parte sustancial de la vida que no hay que perder de vista. No basta con merecer las cosas, algunas veces no se puede contar ni con la justicia ni con el talento ni con el esfuerzo, y eso no te hace peor, así que no te sientas culpable por no estar a la altura de las expectativas de los demás o de ti mismo: no sólo depende de ti, que no te vendan el cuento del quien quiere puede porque luego llega una triple campeona del mundo, se parte la rodilla en unos Juegos cuando va ganando y qué hacemos: ¿pasa a la final quien lo ha merecido?
Leo que se intenta desde la delegación española que Carolina Marín gane el bronce, un bronce honorífico o algo así: no han entendido nada. Marín no merece la condescendencia de una medalla ad hoc, ni un premio de consolación, ni un circo populista semejante. La gente compite y gana casi nunca, pierde casi siempre y a veces, las peores, se lastima. No manchen a una leyenda del bádminton dándole una medalla de mentira y sentando un precedente insólito. Es bastante más que eso.
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