Más fuerte que nunca, Ana Peleteiro-Compaoré consigue el bronce en los Mundiales de atletismo
Con 14,75m, el segundo mejor salto de su vida, la saltadora gallega regresa a la élite mundial 14 meses después de dar a luz a su hija Lúa
Terminado su trabajo, y conseguida una medalla de bronce, Ana Peleteiro proclama en Glasgow: “Ya podéis titular todos: la Peleteiro está de vuelta”.
Se equivoca. No, Ana Peleteiro no está de vuelta. No, la Ana Peleteiro que, con un salto de 14,75 metros, acaba de conseguir la medalla de bronce en el Mundial en pista cubierta, no es la misma que hace dos años dijo adiós brevemente al atletismo para ser madre.
La medalla de oro fue para la caribeña Thea Lafond, de la volcánica isla de Dominica, 70.000 habitante, excolonia británica entre Guadalupe y Martinica, que a los 29 años logró la mejor marca de su vida y, con 15,01m, entró en el reducido club de atletas por encima de los 15 metros (30 con ella en la historia en una lista liderada por los 15,74m inalcanzables de la venezolana Yulimar Rojas). Los consigue en su segundo salto, el último que efectuó. Una vez sellada la victoria, contempló la pelea de Peleteiro desde la grada. Segunda fue la jovencita cubana Leyanis Pérez, de 22 años (14,90m), piernas inmensas y gran favorita.
Los 14,75m de la saltadora gallega, de 28 años, son la segunda mejor marca de su vida. Le valen su sexta medalla triple salto en grandes campeonatos internacionales. La confirman como la gran personalidad del atletismo español. “Lo vengo diciendo desde hace tiempo, lo que pasa es que como siempre no me hacéis ni caso”, proclama después de su tercer puesto. “Sé perfectamente lo que soy, lo que valgo. Trabajo posiblemente más que nadie, no podría dar más de mí. Y yo creo que nada se regala en la vida. Esto es el resultado de muchísimo esfuerzo. Me retiraron hace 14 meses, e incluso más, hace 20 meses, y hoy estoy aquí otra vez, ganando la primera medalla de España”.
Es la primera medalla del atletismo español en un Mundial en pista cubierta en año olímpico marcado por la grave lesión de la pentatleta María Vicente, favorita en su prueba, y la salida nula en los 60m vallas de Asier Martínez, también candidato a medalla.
Ya no es Ana Peleteiro a secas, sino Ana Peleteiro-Compaoré, pues a su nombre oficial ha añadido, tras el guion, el apellido de Benjamin, su marido y padre de su Lúa. Un símbolo y una proclamación. “No soy la misma, no. O sea, yo soy Ana, pero este es mi equipo ahora. Me gusta llevar el mismo nombre que mi hija, me gusta llevar el mismo nombre que mi marido, somos una familia, somos un equipo, me gustaba el nombre de mi padre, o sea que... Mi madre, la pobre, está desbancada. Y me dice que antes no ponía Brión, su apellido. Y yo, ya, mamá, pero bueno. Simplemente, es un gesto de cariño y de amor a mi familia política, que al fin y al cabo ellos me apoyan en todo esto y nos ayudan a conciliar, porque nosotros tenemos una niña, pero también tengo a mis hijastras, y mis suegros son un pilar fundamental en mi vida, y es como una muestra de cariño y de reconocimiento a todos ellos”.
--¿Pero se siente la misma hoy? ¿Más fuerte? ¿Diferente?
--No. Soy otra persona, por eso prepararos, porque el verano se viene...
El verano son los Juegos Olímpicos, es el Europeo de Roma. Son, quizás, los 15 metros, la marca de la excelencia, la marca necesaria para llegar a una medalla olímpica. “Me gusta llegar como de extranjis. Nadie contaba conmigo. Lo veo en las caras, me gusta ver cómo me miran, que piensen que hoy ha dormido mal, no. Me gusta llegar camuflada”, dice. “Pero el verano va a ser completamente diferente, la gente va a entrenar muchísimo, puede pasar de todo, así que tengo que seguir, y que esto solo sea un trampolín. Mi objetivo es París, y esto solo es un pasito más para llegar a los 15 metros hay que hacer como un pasito más. No estoy aún ahí. Iván me dice que sí, pero yo creo que aún me falta un poquito de trabajo. Cuando en los siguientes entrenamientos esté cansada, me quiera rendir, me dé pereza, me quiera comer ese donuts que no me debo comer, tengo que acordarme de dónde quiero estar. En los Juegos Olímpicos, con esta marca, no me voy a comer absolutamente nada. O sea que, de aquí, para arriba”.
Ana Peleteiro-Compaoré ya no es la jovencita que hace cinco años, el mismo 3 de marzo, a los 23 años recién cumplidos, en la misma pista de exterior feo y desangelado en la Glasgow fría, saltaba 14,73m, batía por primera vez el récord español y se proclamaba campeona de Europa en pista cubierta. Antes ya había sido bronce en el Mundial indoor de 2018, su primera gran competición bajo la guía del técnico cubano Iván Pedroso, y bronce también en el Europeo de Berlín al aire libre. Después llegarían el bronce olímpico en Tokio con nuevo récord nacional (14,87m) el gran domingo compartido con su compañera de entrenamientos en Guadalajara Yulimar Rojas (ausente de Glasgow la invencible venezolana), y la plata en el Europeo en pista cubierta de Torun 21.
“Es la misma y no es la misma”, dice Pedroso, que la abraza, la estrecha fuerte y llora con ella, feliz, intenso “Es la misma y más fuerte, más rápida, más madura, menos impulsiva”.
Peleteiro mantiene la rabia y el deseo, la ambición, un carácter tan competitivo que le hace multiplicarse en las grandes oportunidades. Les ha añadido una calma que agita, pero no rompe, la música de fondo el Rock the Casbah de los Clash que suenan cuando, después de un chillido que rompe el aire y hace que toda la atención se clave en ella, se golpea con la palma pecho y muslos, y se lanza a devorar el pasillo, 16 pasos antes de apoyar el pie derecho en la tabla e impulsarse en el hop, step y jump de su triple. Y el boom. Fue el quinto el mejor salto de una serie muy alta y regular, con saltos de 14,67m y 14,64m antes, al mejor nivel de su carrera.
“Sabía que esta pista me quiere, sabía que el público en Escocia me apoya. Y sabía que estaba en muy buena forma. El último salto de Ourense [un nulo larguísimo en el campeonato nacional] me dio mucha confianza, y los últimos entrenamientos también. Hace dos días hice marca personal en cargada, y sé que tengo unos parámetros en fuerza, velocidad, que mucho la tienes que cagar para no saltar mucho. Y compito muy bien. Y lo he demostrado una vez más”.
Son las gónadas, las hormonas, el cerebro. La maternidad. “Tal vez estoy más fuerte por haber sido madre o tal vez porque me entreno más fuerte y me esfuerzo más que antes”, explicaba la atleta un par de semanas antes del Mundial, y reflexionaba sobre el hecho de que se siente atleta, sí, pero sus ingresos llegan principalmente de su trabajo como influencer en redes, medio millón de seguidores en TikTok, más de 400.000 en Instagram, 10.000 euros por post publicitario. “Me enfado mucho menos. Cuando algo no sale como quiero, le quito importancia. Digo, joder, si tengo un trabajo maravilloso, tengo muchísima suerte de poder dedicarme a lo que más me gusta, el atletismo, pero no es ni de lo que vivo ni eso me quita que cuando llego a casa tengo a mi familia esperándome con una sonrisa. Si ser deportista de alto nivel no te permite crear tu familia, tener un vínculo y un círculo sano, todo acaba en frustración. Yo vivo sin frustración. Tener una familia alrededor que me hace feliz me ayuda a quitarle importancia al atletismo”.
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