El fútbol también es un refugio virtual
Mientras un grupo de padres hablaba sobre el uso de los videojuegos por los adolescentes de hoy recordé cómo era yo cuando pasaba la vida jugando al Championship Manager
Es una vergüenza. Se pasan el día conectados. No piensan en otra cosa. Es como si la realidad no existiera para ellos.
Tomábamos café varios padres y madres y la conversación sobre el uso de los videojuegos por los adolescentes de hoy, nuestros hijos, se desarrollaba por esos derroteros. Había preocupación en el ambiente por el comportarse de estas nuevas generaciones. “¡Nosotros no éramos así!”, lamentó alguien en un momento determinado y todos asintieron.
Mientras me escondía detrás de la taza de café, recordé cómo era yo cuando pasaba la vida jugando al Championship Manager. Todo comenzó una tarde de finales de septiembre de 1993. Acababa de cumplir 18 años cuando tuve por primera vez en mis manos aquel disquete de 3,5 en el que alguien había escrito con grueso rotulador azul “CM 93/94″. En casa teníamos un Commodore Amiga, un ordenador que era un prodigio de la tecnología, pero cuyos juegos ninguna tienda vendía en Bilbao. Mi hermano, con quien jugaba, y yo los adquiríamos por catálogo a un vendedor pirata a través de nuestro amigo Pablo, quien tenía la consigna de hacernos llegar todos los títulos de fútbol que localizara. Aquel disquete era en teoría uno de ellos.
La primera impresión fue espantosa. Se trataba de un conjunto de menús indescifrables, en inglés, escrito en mayúsculas en rectángulos de colores. No sé cómo fue, ni cuánto tiempo duró el proceso. Quizá es que el aburrimiento es el mayor de los estímulos, pero poco a poco conseguimos desentrañar aquella maraña de menús y entender que nos enfrentábamos a un simulador en el que uno no tenía que meter goles, sino que tomaba las riendas de un equipo desde el banquillo. ¡Eras el entrenador! Por primera vez dimos uso al diccionario de inglés (Saturday fixtures, transfers news, find player, board resign) y con él nos sumergimos en un mundo virtual en el que a medida que avanzó el curso empecé a pasar cada día más y más horas.
En casa el ambiente no era el mejor. Mis padres estaban muy preocupados por mí y por mi actitud y aquello se traducía en broncas constantes. Yo había repetido un par de cursos. Aquel año no fue uno de ellos, pero mis amigos de siempre comenzaban la universidad, se formaban para ser médicos, abogados, periodistas, y yo sentía que me había quedado definitivamente atrás. En un aula rodeado de chicos dos años más jóvenes que yo, empecé a pasar las clases pensando en fichajes y estrategias nuevas. Jugaba con el West Ham, desde entonces mi equipo favorito en Inglaterra. Formé un equipo imbatible. Han pasado 30 años y todavía me sé mi mejor alineación de memoria. La realidad me dolía, pero en el Championship Manager las cosas me iban muy bien. Mejor que bien, de ensueño.
Aquel curso gané varias veces el campeonato de primera división, dos FA Cups y un título europeo y, por supuesto, suspendí varias asignaturas. Y repetí de nuevo.
Cuando miro atrás me doy cuenta de que siempre ha sido para mí una tentación huir de la realidad, refugiarme en ficciones, sean novelas, tebeos, películas, videojuegos o los sentimientos de hincha futbolero. Pero creo que aquel curso fue una necesidad. Tenía mucho miedo a la vida. No creo que repitiera por culpa del Championship Manager. Al contrario, pienso que me sirvió de descanso y que sin ese refugio quizá las cosas hubieran sido peores. Hubo un momento en que me sentía mal por emocionarme con goles virtuales y meterme a la cama pensando si era mejor poner a Bart-Williams por el centro o en la banda derecha. Pero hoy entiendo que aquello me ayudaba a ahuyentar a los monstruos de la adolescencia.
No sé “cómo fuimos” nuestra generación, pero cuando miro a los chicos de hoy, que se enfrentan a un mundo tantas veces hostil, no puedo dejar de acordarme de aquel tiempo y sentir cierta empatía por ellos.
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