Alto al golf a 300 kilómetros por hora
Los organismos rectores proponen jugar con una bola que vuele menos para frenar el constante aumento de la distancia
Más rápido, más alto, más fuerte. El golf saca músculo para lucir el lema olímpico. Bolas que vuelan a más de 400 metros con el golpe de salida, que se tragan dos terceras partes del hoyo y que superan los 300 kilómetros por hora. El deporte que alumbró a artistas como Seve Ballesteros, capaces de crear efectos con la magia de sus manos, hoy es un concurso de pegadores que revientan la bola a cañonazos. Año a año, la distancia que los golfistas conquistan con sus drivers de última generación aumenta con la misma constancia que la velocidad de sus proyectiles. El último ejercicio completo, 2022, registró la media más alta en la historia del circuito americano (PGA Tour) en metros ganados con el palo más potente: 274. También el promedio de velocidad de la bola más elevado registrado nunca, 276,5 km/h. Suena de nuevo la alarma.
Los dos órganos rectores del golf mundial, la USGA y el Royal and Ancient, han propuesto una medida que contenga a los devoradores de millas: una bola modificada para que vuele hasta un 10% menos. La idea, aplicable a partir de 2026 y solo en los torneos profesionales, no en el golf amateur y recreativo, alimenta el debate: el golf tendría dos categorías.
La bola actual tiene un peso máximo de 45,93 gramos y un tamaño mínimo de 42,67 milímetros de diámetro. Es un misil. En 1987, primer año del que hay estadísticas en el PGA Tour, la bola aterrizaba a una distancia media de 240 metros. Este curso, el líder en esta clasificación, Rory McIlroy, roza los 300, una barrera que jamás se ha rebasado. El norirlandés es también el primero en el porcentaje de longitud del hoyo que recorre con su pistoletazo de salida, un 67% (Rahm se come un 65,6% y la media del circuito es del 63%). Las siete mayores marcas históricas en este apartado corresponden a los siete últimos años. La bola vuela más lejos y más rápido que nunca. La primera vez que se midió la velocidad, en 2007, el cuentakilómetros llegó a los 266 por hora de media. En 2022 la aguja marcó los 276,5. Este 2023 ha subido a 277,7. Y los picos quitan el hipo: un drive de Scott Stallings en el Open de Phoenix de la temporada anterior atrapó los 420 metros de distancia. Cameron Champ batió el registro de la bola más veloz con 313 kilómetros por hora.
A los pies de estos cañoneros, los campos encogen. Y han de hacer reformas, aunque sea retocando un museo como el Augusta National. El jardín que desde este jueves acoge el Masters se ha estirado de nuevo. El hoyo 13, Azalea (el nombre que Sergio García le puso a su hija), un par cinco que marca el final del triángulo de Amen Corner, ha retrasado su tee para aumentar su longitud de 510 yardas (466 metros) a 545 (498) y evitar que los jugadores alcancen el green a la segunda con hierros medios y cortos. Fue precisamente Augusta el epicentro de los inevitables cambios que provocó la revolución de Tiger en 1997, año en que cazó su primer grande destrozando el campo con 18 golpes bajo par, 12 de ventaja sobre el segundo, Tom Kite. Aquella exhibición abrió las puertas de los gimnasios, entonces vacíos de golfistas y hoy abarrotados, y lanzó el juego a otra dimensión. La potencia entraba en juego. Esa combinación de atletas perfectamente preparados y la última tecnología en los palos (un driver pesa unos 300 gramos) ha conducido a un deporte totalmente nuevo.
El salto en este cuarto de siglo es tan brutal que con la distancia media que Tiger alcanzaba en 1997 (270 metros) hoy estaría en el puesto número 128 en el listado de pegadores, por debajo del promedio en el circuito americano. “La bola vuela demasiado lejos”, avisó Woods ya hace seis años, rebasado por una nueva corte de atletas. Hoy el trono es de McIlroy, capaz de locuras como pasarse de bandera con el driver en el par cuatro del hoyo 18 en el pasado Match Play. Un chasqueo y 343 metros.
One of the greatest drives you will EVER see 🤯@McIlroyRory drives the ball to 3 FEET at the 375-yard par-4 18th with a 349-yard carry to the green! pic.twitter.com/HzhMBtyKkr
— PGA TOUR (@PGATOUR) March 23, 2023
El norirlandés afirma que no recuerda la última vez que utilizó todos los palos de la bolsa, señal de que el golf ha perdido variedad. Rory no descarta la opción de una bola más pesada. Otros, como Jon Rahm, están en contra. “No sé por qué están tan centrados en hacer el golf más difícil de lo que ya es. Si la bola vuela menos perjudicará más a los jugadores con menos distancia. Estamos en una época dorada del golf. ¿Por qué cambiar lo que funciona? Hay muchas cosas que se pueden hacer para ponérnoslo más difícil, el diseño de los recorridos, la preparación de los campos…”, explica el vasco, quinto el año pasado en distancia (292 metros de media) y dueño de una bola que registra los 303 km/h.
Rahm aventaja hoy en unos 20 metros al registro de Tiger a principio de siglo, justo el pellizco que la USGA y el Royal and Ancient quieren rebajar. De paso, evitar que algunos campos queden ridiculizados con marcadores bajísimos: Cameron Smith venció en el Sentry de 2022 con 34 bajo par por el -33 de Rahm.
El objetivo es volver a las cifras de hace dos décadas. Pero ese intento no es nuevo. En 2020, los rectores del golf publicaron un informe de 102 páginas en el que alertaban de la deriva: “El golf no es un juego mejor si cada generación golpea la bola más lejos que la anterior. Otros deportes no tienen que cambiar sus estadios. Las piscinas y las canchas de tenis no se alargan. Pero los campos de golf cada vez son más grandes y el aumento de la distancia puede llevar a una pérdida en la creatividad de los golpes. Eso amenaza el futuro de nuestro deporte”. En 2021 impulsaron la reducción de la longitud máxima de un palo, de 48 pulgadas (1,22 metros) a 46 (1,17m), cambio que no afectaba a los putters. Ahora es el turno de la bola.
El asunto es tan complejo que podría darse el caso de que dos grandes, el US Open y el Open Británico, se jugaran con la bola más pesada y el resto con la actual, ya que estos dos torneos son organizados por los organismos que promueven la revolución. “Yo lo dejaría como está”, resume Jorge Campillo, reciente ganador en el circuito europeo; “al golf todo el mundo debería jugar con las mismas bolas, profesionales y amateurs. Es verdad que algunos campos se quedan cortos porque la gente cada vez pega más, pero en muy pocos se juegan torneos profesionales. Es absurdo, complicado y requiere mucha logística”. Rahm avisa: “Se generaría una enorme división en el golf”.
Estadísticas de distancia y velocidad en el PGA Tour.
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