¡Míster, ponme al chaval!
El padre de Ansu Fati, que dijo que si por él fuera se llevaría ahora mismo a su hijo del Barça, está pensando en consideraciones que no son capitales para el desarrollo de un futbolista, que se encontró demasiado pronto con el peso de una corona heredada: ni más ni menos que la de Leo Messi
Todavía no está definida la edad exacta a partir de la cual ya no queremos que nuestro padre vaya por ahí sacando la cara por nosotros, da igual si te llamas Ansu Fati, Ramfis Trujillo, George W. Bush o Luke Skywalker. Madurar es un proceso lo suficientemente complejo como para no necesitar del peso extra que siempre supondrá un padre con querencia a la notoriedad, de esos que se compran la ropa en la planta joven de El Corte Inglés y amenazan al presidente de turno —o al encargado del almacén, todo depende de las posibilidades de cada cual— con llevarte a otro lugar donde valoren, como se merece, aquello que tu padre quiera creer que haces como nadie.
Tendría unos once o doce años cuando comprendí que algo pasaba conmigo: mi padre era el único en toda la grada reservada a familiares que no se presentaba a los entrenos con un abogado, señal de que poco había que gestionar en aquellos primeros —y también últimos— años de mi carrera como futbolista. “Le falta ambición”, pensaba yo. Lo que de verdad le ocurría a mi padre es que no tenía ninguna confianza en mis posibilidades, convencido por la fuerza de los hechos de que aquellos centros hipotensos desde la izquierda no me llevarían más allá de mi esquina favorita en el banquillo. “Ponme al chaval un rato, Serafín, ¡hostia!”, recuerdo que le gritó al entrenador un día que se vino muy arriba. Y lo que hizo el míster fue mandar a calentar a uno que se golpeaba con las puertas del vestuario porque sus padres todavía no se habían percatado de que necesitaba gafas.
Esas lecciones tempranas (saber que tus padres no tienen por qué estar siempre ahí, que la incondicionalidad no es más que una asignatura opcional) serán lo que de verdad te preparen adecuadamente para la vida que esté por venir. Parece obvio pensar que los padres siempre querrán lo mejor para sus hijos, al menos por norma general. Pero también existen los padres egoístas, los avariciosos, los golosos y los distraídos, padres que entienden la protección de su progenie como un factor secundario y lo fían todo a las prebendas de la cadena de mando. La lista de los deportistas que han acabado pleiteando contra sus creadores no es corta ni insignificante. Tampoco la de quienes optaron por renunciar a gran parte de lo ganado por conservar intacto el ecosistema familiar.
“Si por mí fuera, me lo llevaría ahora mismo de aquí”, aseguró el padre del futbolista Ansu Fati esta misma semana en una entrevista para la Cadena Cope. Y como no existe un solo club capaz de asegurarle por contrato el protagonismo que legítimamente ansía para su hijo, tal afirmación invita a pensar que Bori Fati está pensando en consideraciones de amplio espectro (fama, fecha de caducidad, nuevos contratos), ninguna de ellas capital para el desarrollo deportivo de un futbolista que se encontró demasiado pronto con el peso de una corona heredada, ni más ni menos que la de Leo Messi. ¿Por qué sumar más lastre a semejante mochila? Sería un buen tema a plantear en próximas reuniones del AMPA.
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