Negreira y Lineker en el metaverso
Joan Laporta entregó el premio de periodismo Vázquez Montalbán a Gary Lineker, precisamente por decir lo que considera oportuno cuando suceden las cosas o se tiene conocimiento de ellas
Meta, la matriz de Facebook, va a despedir a otras 10.000 personas. Ya van 21.000. Además, dejará de cubrir 5.000 vacantes. El futuro, o lo que imaginó Mark Zuckerberg que seríamos el resto de mortales, se resiste a llegar. Y la ironía es que, mientras tanto, su metaverso se ha llevado un bofetón de realidad. No es el único.
Gary Lineker, por ejemplo, dijo lo que pensaba hace una semana en unos tuits. Tiene esa extraña manía en un mundo de virtualidad construido también en otra dimensión para que lo pasemos en grande. Sobre el campo, lo que uno quiera. En sus márgenes, a alimentar el espectáculo y a callar. El exdelantero del Leicester, Everton o Barcelona, quizá el mejor comentarista del mundo, criticó la política migratoria del Gobierno británico. Igual que ya había hecho con el Brexit o con casi todo lo que le parece mal. Pero le montaron una campaña desde el Ejecutivo de Sunak, en la calle y en algunos estadios. Le suspendieron de empleo como comentarista de Match of the Day en la BBC. Y le pidieron que se retractara públicamente. El espectáculo tiene que seguir, de acuerdo. Pero la mierda, incluso en el metaverso, flota. Y a veces termina llegándote al cuello. Hubo que readmitirle. Y pedir perdón.
La realidad virtual está en crisis. Y lo de Negreira tiene una genética similar. Hay dos universos bien compartimentados. Lo que sucede fuera del estadio, donde es evidente que el Barça tiene un problema descomunal —como mínimo de imagen— y el relato deportivo, que persigue un esperado título liguero. Los culés podemos aislarnos e ilusionarnos con el paso de las jornadas mientras avanza en los juzgados un batallón de querellas con munición suficiente para abatir tres unidades Wagner. La Capilla Sixtina retórica del ilusionismo: “Cariño, no es lo que parece”. La vida, en cambio, enseña luego que sí, que casi siempre es lo que parecía. Pero, ¿cuánto aguantará esta vez la tramoya?
Laporta, como el Gobierno británico y la dirección de la BBC, también se molestó porque alguien desde el público gritase que al mago se le veía el truco. En este caso fue el programa de radio Què t’hi jugues!, de la Cadena SER, que dio la exclusiva del siniestro universo Negreira. “El momento elegido no es casualidad”, esgrimió el presidente del club, que hace poco entregó en octubre el prestigioso premio de periodismo deportivo Manuel Vázquez Montalbán a Gary Lineker, precisamente, por decir lo que considera oportuno cuando las cosas están sucediendo o se tiene conocimiento de ellas. Cuando la porquería sale a flote.
La pasión por un equipo se hereda. Casi nunca puedes rechazar ese endemoniado testamento. Que más quisiera uno ser del St Pauli o de uno de esos equipos candidatos al Nobel de la Paz. Qué le vamos a hacer. El problema de Lineker, o de cualquiera que ose mezclar las cosas, es que agrieta el espejismo infantil en la que los colores de la camiseta nos permitieron vivir ya como adultos. El inconveniente, claro, es que usted y yo ya peinamos canas. Y que el hedor que rodea este deporte es tan fuerte, que no hay quien se lo quite de encima. Ni siquiera los mayores hooligans de la realidad paralela, entre los que me incluyo. En el fútbol no había homosexuales. El racismo es cosa de cuatro energúmenos. Y lo de Qatar en este último Mundial, aunque empezáramos indignados contando muertos en los andamios, al final fue divertido. La única realidad es que el fútbol debería ser ese deporte en el que jugasen 11 contra 11 y siempre ganasen tipos como Lineker.
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