_
_
_
_
RELATOS DE UN AMATEUR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cuando Urruti nos vendió un coche

En los 80, los jugadores abrían una tienda de deportes o un concesionario cuando se retiraban. Seguían trabajando: eso que a Vinicius le pareció argumento para humillar a Maffeo

El portero Urruti, durante un partido entre el Real Madrid y el Real Club Deportivo Español en el estadio Santiago Bernabéu.
El portero Urruti, durante un partido entre el Real Madrid y el Real Club Deportivo Español en el estadio Santiago Bernabéu.EFE
Daniel Verdú

La modernidad bajó por la rampa del garaje de casa aquel 1989, cuando el viejo Seat 127 rojo que había conducido mi madre durante años fue sustituido por un Lancia Y10 negro. Mi padre trabajaba en una fábrica de coches y mi madre era abogada. Nunca faltó del nada. Pero aquel artefacto, un utilitario con elevalunas eléctrico —lo máximo para la época—, vino acompañado de un extra con el que no contábamos. Cuando fuimos a recogerlo, nos entregó las llaves Javier González Urruticoechea. O sea Urruti: el héroe de aquella Liga del 24 de marzo de 1984 en el Nuevo Zorrilla, cuando paró un penalti en el minuto 88 a Mágico González y rompió el gafe de los últimos 11 años. En aquella época los futbolistas se retiraban y montaban tiendas de deportes. O de coches. Se buscaban un trabajo, en suma. Eso que a Vinicius le parece tan horroroso y que, supuestamente, le auguró a Maffeo el otro día para humillarle. “Nunca tendrás tanto dinero como yo”. Ni tan poca gracia.

Urruti, un tipo fantástico al que no le importaba eso de trabajar, estaba ahí un sábado por la mañana. Sonrió, le dio las llaves del coche a mi madre y me firmó una foto. Luego, metió la mano en el cajón de hierro y me ofreció otra estampa para un amigo. Pensé enseguida en mi primo Eduardo, un llanero solitario del barcelonismo en un fort apache familiar de madridistas. Se la mandamos por correo. Alucinó, claro. Y unos meses después, cuando fui a verle a Madrid, descubrí que la había colgado al lado de su cama con dos alfileres tan frágiles como, desgraciadamente, se demostraría luego su barcelonismo. Fue cuestión de poco tiempo que comunicase la noticia: se había pasado al Madrid. Mi tío Manolo le había convencido de que la pureza solo viste de blanco y que las rayas azul y grana eran churretones de grasa, “manchas de bollycao” o de alguna otra bajeza gastronómica. Así se construía a un madridista.

Urruti habría cumplido esta semana 71 años. Y hará ya 39 de aquella Liga que ganamos con Schuster, Calderé, Carrasco, Julio Alberto, Migueli y Terry Venables en el banquillo. Pero, en realidad, me acordé de la historia el otro día al escuchar que Marie Kondo, esa samurái de los armarios, había renunciado a sus espartanos principios después de forrarse con varios libros y Ted talks dando la lata sobre las virtudes del orden. Su biografía —tres hijos, concretamente— había provocado ese violento volantazo. Pero poca gente es capaz de cambiar el rumbo así, menos todavía de pasarse al equipo rival a una edad en la que uno ya sabe leer.

Italia es el paraíso del transfuguismo. También en el fútbol. Giorgia Meloni, al parecer, pasó de la Lazio a la Roma. Pero también dijo que Alemania le provocaba urticaria y ahí estaba esta semana haciendo bromas con el canciller Scholz. También Emilio Fede, un famoso presentador de televisión, sucumbió al poder de Silvio Berlusconi, su jefe entonces, y cambió la Juventus por el Milan del Cavaliere. Fue condenado en uno de los juicios por inducción a la prostitución contra Berlusconi. Hoy dice que es del Napoli.

Urruti murió en un accidente de tráfico en las rondas de Barcelona. Volvía a las tres de la mañana de cenar en Vilanova después de pasar un día jugando a golf, su deporte favorito. No llevaba cinturón y salió despedido cuando su Mercedes embistió una de las medianas. Cuando me enteré de la noticia yo ya iba a la universidad, pero todavía usaba para casi todo lo que se podía usar aquel minúsculo coche que nos vendió casi 20 años atrás. Me acordé de él, de cuando éramos pobres —en títulos— y ganar era un lujo como bajar la ventanilla de un utilitario apretando un botón. Y también de mi primo Eduardo, claro. Ojalá un día pueda comprarle un coche a Vinicius.

Puedes seguir a EL PAÍS Deportes en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_