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TENIS | OPEN DE AUSTRALIA
Columna
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Hoy día, ración doble de velocidad

Ya no se precisa una gran habilidad, ni tan siquiera un gran físico. La única salida para competir es agobiar al oponente, tener decisión, gran envergadura y un potente saque

Felix Auger-Aliassime sirve durante el partido ante Lehecka.
Felix Auger-Aliassime sirve durante el partido ante Lehecka.JAMES ROSS (EFE)
Toni Nadal

Cuando empecé a entrenar en el Club Tenis Manacor hace más de treinta años y a ilusionarme con la idea de que alguien entrenado por mí lograra llegar a ser un profesional de nuestro deporte, mi preocupación ya era intentar descubrir qué características debían reunir mis alumnos mejor dotados para alcanzar este propósito. Con ese fin, yo iba analizando el juego y las estrategias de los grandes tenistas para a posteriori poderlas aplicar. Me dediqué, entre otras cosas, a observar la velocidad media de intercambio durante sus peloteos.

Con un método rudimentario, ayudado de un cronómetro, iba tomando el tiempo que duraban toda una serie de rallies en los mejores encuentros de la época y lo dividía por el número de golpes llevados a cabo. Recuerdo que en la final del Open de Estados Unidos de 1988 entre Mats Wilander e Ivan Lendl la velocidad fue inferior a la de la semifinal entre Björn Borg y Jimmy Connors de 1981. La evolución de los nuevos jugadores se basaba en aquel entonces en cambios estratégicos, en golpes mas angulados, en darle diferentes efectos a la bola o en retardar o acelerar las subidas a la red. Los mejores tenistas marcaban la tendencia y los que los seguían intentaban, como es normal, encontrar tácticas que pudieran neutralizarles.

A día de hoy, y desde hace ya cierto tiempo, la principal variante que ha hecho evolucionar el juego, ha sido la creciente velocidad de los intercambios. En una conversación que mantuve con Andy Murray en el último US Open, él mismo me comentó: “No sé cómo lo hacen, pero los jóvenes de hoy golpean la bola cada vez más fuerte. Me cuesta demasiado devolvérsela”.

La principal preocupación a la que nos vemos irremediablemente abocados los entrenadores actuales es la de lograr que nuestros jugadores impriman cada vez mayor rapidez. Esta velocidad, que tuvo su momento de inflexión con los nuevos materiales que empezaron a usarse para elaborar las raquetas y con el aumento de la dimensión de la cabeza de las mismas, ha ido en aumento año tras año hasta llegar a la situación actual, donde la única estrategia posible para neutralizarla es una intensidad todavía mayor.

Ayer mismo, viendo el encuentro que enfrentaba a Stefanos Tsitsipas y a Jannik Sinner, me planteaba qué podría decirles a cualquiera de los dos si yo fuera su entrenador. No se me ocurrió otra cosa que intentaran ser todavía más agresivos. Y lo mismo le comentamos asiduamente Fred Fontang y yo a Felix Auger-Aliassime, quien finalmente cayó derrotado ante Jiri Lehecka. Podemos ir puliendo esto o lo otro, por supuesto, pero la estrategia a la que ni él ni nadie puede renunciar hoy día es la de devolver el saque o cualquier golpe con todavía mayor intensidad.

Esta es la gran dificultad del tenis que estamos viendo en la actualidad. Ya no se precisa una gran habilidad, ni tan siquiera en todas las ocasiones, un gran físico. Agobiar al oponente, tener decisión, velocidad, gran envergadura y un potente saque son, no solamente las características más importantes que deben aunar los tenistas, sino prácticamente la única posibilidad que les permite serlo en el tenis actual.

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