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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lloris, Martínez y los penaltis

El francés argumenta que hay cosas que él no sabe hacer; por ejemplo, hacer el tonto en la portería, desestabilizar ostensiblemente al rival jugando con los límites como hace el argentino

Emiliano Martínez detiene un penalti en la tanda de la final del Mundial entre Argentina y Francia.
Emiliano Martínez detiene un penalti en la tanda de la final del Mundial entre Argentina y Francia.Alex Caparros - FIFA (FIFA via Getty Images)
Andoni Zubizarreta

Hugo Lloris, 36 años y 145 veces internacional con Francia, anunciaba esta semana su partida de la selección francesa, de la que ha sido capitán en esta última Copa del Mundo (y en los últimos seis grandes torneos jugados por Francia), en la que los galos cayeron en la final en la tanda de penaltis.

Lloris completa, además de esos impresionantes 145 partidos, un historial que reúne una Copa del Mundo, una Liga de las Naciones y dos subcampeonatos, uno mundial, otro europeo. Vamos, una vitrina llena de trofeos y de logros a nivel de selecciones y un nivel competitivo excelente en la alta competición de selecciones y de clubes. Con el Tottenham ha jugado la final de la Champions y ha mantenido un nivel magnífico, siempre serio, siempre competitivo, sin una palomita de más, sin un aspaviento, siempre correcto, siempre pulido, siempre fiable.

En la entrevista para L’Équipe en la que anunciaba su renuncia, Lloris era interrogado sobre esa tanda de penaltis en la que Argentina le ganaba por la mano a los franceses y se llevaba el trofeo para Buenos Aires. Entre las preguntas había una comparando su estilo en la tanda decisiva, serio, concentrado, siempre en el balón (ese que según Luis Aragonés nunca engaña), respetuoso con el rival, respetuoso con el fútbol clásico, con el estilo del Dibu Martínez, arquero de Argentina que recurrió a todos los trucos habidos y por haber para sacar a los tiradores franceses de su concentración para hacerles dudar de sus convicciones, tal vez abriendo un resquicio a que cada uno de ellos se pusiera a pensar cuál era la mejor opción en lugar de llegar con una idea fija y ejecutarla. Lloris respondía, más o menos, que hay cosas que él no sabe hacer; por ejemplo, hacer el tonto en la portería, desestabilizar ostensiblemente al rival jugando con los límites. Y lo explicaba confesando que él es demasiado racional, demasiado honesto para jugar en ese terreno.

Y qué quieren que les diga, sí, me sentí retratado en esa descripción del guardameta galo, me reconocí en ese retrato y en esa forma de pensar. Para completar su razonamiento diría que el problema de querer desestabilizar al rival, al tirador, es que en el proceso, en el gesto y la palabra utilizada para hacer que la duda anide en el cerebro del chutador, en ese mismo instante, tu concentración de portero serio se vaya por el desagüe y el que quede desubicado seas tú. Y que seguramente no es la tanda definitiva de una final del Mundial el lugar en el que empezar a cambiar tu estilo. Esas cosas si se piensa en experimentar se deben hacer, qué sé yo, en un torneo de verano, en una competición menor y seguramente poco a poco no vayas a derrapar en el intento.

Aunque vistos los resultados ya se especulaba en la prensa deportiva francesa sobre la conveniencia de que en la próxima lista para una gran competición haya un portero que tenga una especial habilidad para los penaltis. Lo que significaría que hay que guardarse un cambio hasta el último minuto de la prórroga al estilo de esos jugadores que salen solo para tirar un penalti en la tanda final.

Es decir, el especialista del especialista. Eso también lo he vivido en el primer partido en el que Juan Carlos Unzué y un servidor compartimos vestuario en el Barça. Era el torneo de Mallorca y Johan sacó a Juan Carlos para la tanda de penaltis.

Todavía ni Unzué ni yo sabemos describir nuestros rostros, nuestras miradas, cuando nos cruzamos en el cambio: ¿Sorpresa? ¿Comprensión? ¿Perplejidad? ¿Buena suerte? ¿Yo no tengo nada que ver con esto? Todo y nada de eso.

Y sí, ganamos y jugamos la final.

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