Retrato de Tariku Novales, maratoniano y artista
La vida plena de inquietudes culturales y musicales del atleta gallego, el mejor atleta español en los 42 kilómetros del momento, entre su niñez en Etiopía y una madurez en la que no quiere renunciar a nada
Dicen los últimos hallazgos de los científicos que se corre con las tripas, y no es una metáfora. La dopamina, la sustancia química que mientras las piernas se mueven y el corazón se acelera, juega al escondite en el cerebro entre las neuronas con sus amigas endorfinas, y crean la necesidad irrefrenable de hacer ejercicio prometiendo placer, explican los investigadores, se acelera cuando las bacterias que viven en los intestinos les envían una señal. Lo han probado en el laboratorio con ratones, y quizás a muchos maratonianos les haga gracia y les empujará a tomar más yogures, y probablemente Tariku Novales no será uno de ellos. Puede que la dopamina, el impulso de correr, florezca entre los microbios que ayudan a una buena eliminación de residuos, pero el atleta gallego la encuentra más que en ningún sitio en su memoria de niño, quizás falsificada, en los recuerdos del niño etíope, quizás reconstruidos mientras crecía en Galicia.
“Desde pequeño, ya antes de llegar a España, en Etiopía, seguía a Haile [Gebrselassie] y Kenenisa [Bekele], los dioses del fondo en el valle del Rift, mis referentes siempre”, dice Novales, de 24 años. “Siempre he querido ser ellos, y desde que empecé a jugar a este deporte mi sueño ha sido conseguir mejores resultados y estar en lo más alto. Vivo los sueños de ese niño…”
Tariku fue adoptado por una pareja gallega a los seis años. “Pero no volví, quizás pensaba que no estaba preparado para volver, hasta hace un par de años, y entonces era más que nada una necesidad. Necesitaba volver, rellenar los huecos de mi vida, reencontrarme con mis raíces”, cuenta la esperanza española del maratón, 2h 7m 18s a los 24 años, en Valencia, hace tres semanas. “Desde que me fui de mi país, en 2004, no había tenido contacto con mis raíces. Me fui en Navidades y hasta pasé el fin de año en el aire… La idea fue irme una semana y una mochila, solo, a ver lo que encontraba, y me quedé seis. Después de mucho tiempo pensándolo, un día dejé de dudar, y fui. Fui encontrando información sobre mi vida hasta los seis años. Fue una reconexión con mis raíces. Volví reforzado personalmente, aunque fue una experiencia dura. Recibí información de mis padres biológicos, conocí a mucha gente cercana, me confronté con mis recuerdos de niño de antes de cumplir seis años, recuerdos, supongo, adulterados. Confirmé lo que quería saber y saber lo que me faltaba, rellenar muchos huecos. Fue complicado y necesario. Necesitaba llenar esos huecos de mi vida. Yo no nací con seis años en España, aunque fuera lo que pareciera. El viaje fue un gran salto de madurez. Volví con la sensación de que tenía otro sitio al que llamar casa. Y las lesiones que tenía siempre desaparecieron, se curaron”.
A su casa etíope regresó este otoño, en octubre, para terminar de preparar en altura, con su familia de allá, sus amigos, su gran debut en Valencia, la gran prueba, la carrera que le diría qué es. “Sabía que tenía cualidades y facilidad para correr, pero después hay un paso, el plasmarlo. Tengo sueños muy ambiciosos, y objetivos, y esto son pasos hacia esos sueños y ambiciones”, dice. “Igual que antes de Valencia no me ponía marcas ni objetivos que superar, tampoco ahora me pongo techo. Llegaré hasta donde mi cuerpo y mis piernas y mi salud y mis entrenamientos me lleven”.
Como escribe la poesía de Jenaro Talens, quien cuando le presentan como poeta y atleta, velocista español de 10,5s los 100m en los años 60, precisa, como le dijo Paco Brines que era, “no soy poeta y velocista, sino velocista y poeta, por ese orden”, quizás también el violonchelo se toque con las tripas. Quizás las manos de Yo-Yo Ma que manejan el arco que frota las cuatro cuerdas y las pulsan cuando se enfrenta a las suites de Bach a solas, un ejercicio de 2h y 10m de duración, una maratón canónica, también las muevan las bacterias de sus intestinos, tan abundantes, y, como el maratoniano, el músico acaba agotado, como si el esfuerzo físico y mental exigido le vaciara totalmente, las tripas también.
“Bueno, la verdad es que nunca me había parado a pensar en ello, en comparar el violonchelo con el maratón. Al fin y al cabo, la de Valencia fue mi ‘primer’ maratón [antes, había corrido, lesionado y en baja forma el de Madrid, un entrenamiento más que nada] y esos pensamientos imagino que te salen cuando ya llevas unos cuantos y puedes hacer comparaciones”, dice Novales, y descubre otra de sus necesidades, la de interpretar música. “El violonchelo y el maratón sobre todo exigen mucha concentración. Es uno de los detalles que he notado, lo fundido que te deja también a nivel mental en el postmaratón”.
También habla del dolor. Del dolor de dedos, de los tendones de la mano. De cómo su mejor maratón lo corrió cojo, lesionado, de cómo días después anda aún con muletas. “Se ha cabreado el dolor por meterle un maratón cuando llevaba dos semanas avisándome”, dice, y sonríe.
Cuando vuelve con su familia a su casa de Noia, junto a la ría, en A Coruña, Novales siempre desea volver a tocar el violonchelo, el instrumento que estudió ocho años en el conservatorio. Es una lucha imposible que le lleva a la rabia y a la frustración, pero que no le desespera, no le derrota. “Intento tocarlo como si el tiempo no hubiera pasado. No me contento con intentar algo simple, fácil, sino que me esfuerzo en tocar las cosas complicadas que tocaba antes, y desafino, y me salen chirridos, y estoy cinco minutos, me frustro y lo dejo, y vuelvo al poco, y estoy un poco más, y me vuelvo a frustrar”, dice. “Los dedos tienen memoria, saben dónde ponerse, qué cuerdas pulsar y cómo mover el arco que las frota. Eso es importante. Y también lo es que me doy cuenta de cuándo algo suena mal, de qué hago mal, y no pararé hasta que suene bien”.
En Madrid, en la residencia Blume, donde vivía hasta el pasado verano, y donde sigue entrenándose con Juan del Campo y Luismi Berlanas, o en Guadalajara, donde vive ahora con otros grandes atletas, con sus amigos Héctor Santos y Jordan Díaz, Novales no tiene violonchelo, pero tiene rap y graba vídeos para YouTube y canta con su voz suave y rima en consonante. Es también su vida.
“Antes que nada, más que nada, soy maratoniano”, dice. “Mi objetivo principal y alrededor del que quiero que gire mi vida es el de lograr lo máximo en este deporte, pero desde pequeño llené mi vida con muchas actividades, tengo más inquietudes”.
Habla de su vida y brota un volcán de inquietudes. No solo estudió violonchelo. Con su familia iba siempre a conciertos, exposiciones, teatro, cine, todo eso. Lee mucho, escribe, estudió un año bachillerato artístico. Y su curiosidad por conocerlo todo se multiplica por sus ganas de cultivarse, de captarlo todo. “Tengo facilidad para escribir y para expresarme. El rap me llamó la atención siempre. Me gusta como expresión completa, me gusta mucho la manera de expresarse así, y escribirlo no se me da mal. Lo guardaba todo en carpetillas que durante la cuarentena volví a abrir, y de ahí grabé el YouTube”, dice el maratoniano, zoomer del 98 y, a pesar de ello, paciente. “Y no renuncio a nada. La vida no es solo deporte, no tiene que estar todo relacionado con el deporte. Hay más cosas que hacer. Yo solo quiero ser yo mismo, con todo lo que conlleva, y sin límites. Encasillarte en algo te limita mucho”. A la basura las fronteras, Tariku Novales, zoomer, un zoomer existencialista.
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