El Tour de Francia regresa al Puy de Dôme, el volcán de los españoles
La ‘grande boucle’ de 2023, que se presenta hoy, celebra el 50º aniversario de la victoria de Luis Ocaña y ascenderá 35 años después el volcán en el que ganaron Bahamontes, Julio Jiménez, Ocaña y Arroyo
En tiempos frenéticos, información que se digiere y se expulsa rápido de la cabeza para hacer sitio a lo que llega, mil noticias por segundo, el ciclismo vive, obliga a reescribir lo mil veces escrito, a recordar siempre lo que nadie olvida, los hechos del pasado, las vidas de sus santos, sus milagros, sus paisajes, y, así, su biblia. No es nostalgia. Es la esencia del ciclismo. Palabras que nunca se agotan.
El Giro pronuncia dos palabras mágicas, Bondone, Lavaredo, y, como el conejo de la chistera sin fondo, asoma Charly Gaul de manga corta y anfetaminas, indiferente su esfuerzo a la nieve que congela a todos los demás, que se refugian en las cunetas, o asoma Gimondi, empujado por ciclistas a los que paga bien, porque entonces, era el 67, eran las Tres Cimas de Lavaredo, se elegía a los gregarios por su fuerza bruta, por su capacidad para empujar al capitán en las cuestas, o vuela Eddy Merckx hacia su consagración, luz nueva para el ciclismo en mayo del 68, sobre la nieve, o la nieve de Nibali, o el ocaso de Tarangu. Y se hablará antes de que se pelee del Giro del 23 como se habla del Tour del 23, y se hablará sin fin aún después de que se haya disputado, porque alguien, su director, Christian Prudhomme, ha pronunciado tres palabras mágicas, Puy de Dôme, que los franceses reducen a una, a dos sílabas, puy-dom y que Blaise Pascal y su cuñado convirtieron en prueba de que por encima de la atmósfera y de su peso reinaba el espacio infinito.
Puy de Dôme. Volcán olvidado en el Averno. Un cono de helado aplastado contra el suelo, 400 millones de metros cúbicos de domita, la roca del dôme, rocas peladas, un restaurante, el Epicuro, en la cima, una antena que asusta, ruinas de un templo. Y una carretera que no llega a seis kilómetros que trepa al 10% y se enrosca alrededor como el caracolillo de Estrellita Castro dibujado siguiendo la progresión de Fibonacci. Pogacar y Vingegaard subirán hombro con hombro, solos, y creerán que combaten solo uno contra el otro, pero, lo saben y lo olvidan, pelean contra Coppi, contra Bahamontes, Anquetil, Poulidor, Ocaña… Contra la mala memoria de Merckx, su ocaso y un puñetazo en el hígado.
A la salida de Clermont Ferrand, pasado el restaurante y el hotel en el que Raphaël Géminiani, aún vivo, y tiene 97 años, alojaba a los ciclistas de sus equipos, a su amado Anquetil, a su adorado Julito Jiménez, ya muertos, pasado el repecho de La Baraque y el cruce de Ceyssat, llegados a una barrera de peaje, la carretera se encabrita. Comienza la subida al Puy de Dôme, donde se enhebra el hilo de la mejor historia del ciclismo español. Una historia de escaladores volcánicos y hambrientos, pícaros, supervivientes aparentemente que acaban dominando. Allí Bahamontes ganó la cronoescalada que el dio el Tour del 59, y nada más terminar preguntó, un teléfono, un teléfono, dónde hay un teléfono, tengo que llamar a Toledo, a mi Fermina, a decirle que he ganado el Tour de Francia. Y allí, cinco años después, mientras Poulidor y Anquetil, hombro contra hombro, paralelos en el asfalto, Poulidor, escalador, por el lado del precipicio, Anquetil, resistente a todo, pegado a las rocas, se jugaban el Tour, él, el Águila de Toledo, aún vivo, y tiene 94 años, discutía con Julio Jiménez, que quería a ganar la etapa… Y le recordaba que el primero tendría una bonificación de un minuto y el segundo de 30 segundos… Para qué vas a ganar, le intentaba convencer al Relojero de Ávila, si puedes ganar más dinero dejando que Poulidor se lleve la bonificación… Con eso le basta para ganar el Tour. Pero Julito no se deja convencer, ataca y sufriendo como nunca, gana la etapa. “Creo que Federico colaboraba con Poulidor contra Anquetil, porque iban segundo y tercero, pero a la hora de la verdad cada uno fue a lo suyo”, contaba Julito años después. “Finalmente, Federico llegó segundo en la etapa y fue él el que le dejó a Poulidor sin la bonificación. Anquetil me respetó desde el principio. Yo tenía mejor relación con Anquetil porque veía que era un campeón, un tío al que le atacas y aunque vaya medio muerto no se queja… ni me para”. Al día siguiente, un pequeño recuadro en L’Équipe: Interflora ha enviado un ramo de flores la madre del ganador de la etapa, Julio Jiménez, en Ávila. Soltero hasta su muerte, y mujeriego, Julito vivió siempre con su madre, a la que nunca le gustaron las novias que llevaba a casa.
La etapa, Tour del 64, los tres kilómetros apenas de subida al volcán que compartieron Anquetil y Poulidor, se convirtió en un plebiscito. 400.000 espectadores en las cunetas. Dos Francias. La rural que se niega a morir, De Gaulle; la de Poulidor; la de Anquetil, la que anticipa el mayo del 68. En el Puy de Dôme, Anquetil resiste hasta el último kilómetro al escalador Poulidor. Cede 42s. Le sacaba 56s. “Ufff”, le dice Geminiani en la cima. “te has salvado por 14s…” “Me sobran 13″, le responde maître Jacques. Saldrá el último en la contrarreloj de dos días después, de Versalles a París. Solo necesitaba eso para ganar su quinto Tour y los pitidos de la afición, aburrida de sus victorias, siempre devota del derrotado, el buen Poupou, en el Parque de los Príncipes.
Después de Bahamontes, de Toledo, y Jiménez, de Ávila, el hilo del gran ciclismo castellano continúa hilándolo en el Puy de Dôme Luis Ocaña, de Cuenca, que gana en su cima dos veces. En el 71, cuando mata a Merckx, pero no gana el Tour, y en el 73, cuando, sin Merckx, se convierte en el segundo español que gana el Tour, y en 2023 se le celebra Merckx nunca gana en el Puy de Dôme. En 1969 se confía y no alcanza al fugado, el modestísimo, Matignon, justamente el farolillo rojo del Tour. En el 75, el que debería ser su sexto Tour comienza a quebrarse en los últimos metros del volcán. 11 de julio de 1975. Merckx asciende. Maillot amarillo. Van Impe y Thévenet marchan delante. Él persigue fatigosamente. Corre pegado a la cuneta, a reventar de aficionados. A 150 metros de la llegada, súbitamente se lleva la mano al costado derecho. Se dobla más aún sobre el manillar. Su pedalada se hace más lenta. No puede apretar sobre los pedales. Un espectador le ha pegado un puñetazo en el hígado. Las secuelas, asegura, le cuestan el Tour.
La noche del viernes 15 de julio de 1983 un coche cargado de pan se detiene delante de la barrera que cierra el paso a la subida al Puy de Dôme. El conductor desciende, saca una llave del bolsillo, libera la barrera del candado y la sube. Con el paso libre, el hombre, que es el dueño del restaurante Epicuro, abierto en la cumbre, regresa al coche y lo hace avanzar sin percatarse de que pegado a él como una lapa otro vehículo aprovecha la circunstancia para cruzar la barrera, libre, hacia la cumbre de una carretera cerrada al tráfico. Aunque el conductor del coche del pan, que se ha parado para volver a cerra la barrera, intenta detenerle y amenaza con llamar a la policía, el otro vehículo acelera, jaleado y animado por centenares de aficionados que hacen noche. Es la víspera de la cronoescalada del volcán. Un día grande en el Tour. En el coche, que conduce José Miguel Echávarri, viajan Ángel Arroyo y Perico Delgado. Han decidido reconocer la ascensión después de cenar, cuando ya estaba cerrado el paso. Han tenido habilidad para lograr su objetivo. Al día siguiente, Ángel Arroyo, El Salvaje de Ávila, tiene habilidad y fuerza y capacidad digestiva para ganar la cronoescalada. Con la boca abierta atraviesa mediada la subida una nube de mosquitos, que devora. Termina segundo en el Tour que revela a Fignon. En la cronoescalada, el desconocido Perico, un niño de 23 años, termina segundo y enamora a los españoles. Cinco años después ganará el Tour, el año, 1988, en el que la grande boucle visita por última vez el volcán del Averno al que regresa a puerta cerrada. En la cuneta, en vez de público, un tren cremallera, y, en el asfalto, la anchura mínima para que asciendan los ciclistas.
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