Un lugar seguro para el ciclón Valverde
Suele decirse del uruguayo que el campo se le queda pequeño, pero es más probable que el jugador haya reconocido por fin sus verdaderas dimensiones como futbolista
Entre otras tantas cosas, el fútbol es geografía, establecida según un complejo sistema de lugares, muchas veces difusos, difíciles de descubrir en un espacio aparentemente acotado. En su medida estándar, un campo de juego mide 105x68. Es un continente limitado, pero lleno de secretos que exigen destreza y sabiduría para reconocerlos, y un buen guía si es necesario. Digamos entonces que Carlo Ancelotti ha conducido a Fede Valverde a un territorio del que se ha apoderado con un vigor excepcional.
Encontrar un sitio a Valverde en el fútbol resultaba sencillo. Destacó tanto como juvenil en Peñarol que varios clubes europeos pretendieron ficharle antes de ingresar en el primer equipo del conjunto uruguayo. El Real Madrid se adelantó a todos. Llegó a España con 17 años. Pasaron siete y resultó más difícil encontrarle un lugar en el campo.
Pablo Bengoechea y Jorge Polilla Da Silva, dos ilustres del fútbol uruguayo, conocedores de los progresos de aquel juvenil, afirmaban que no habían visto un talento igual en su país, que en estos asuntos es sinónimo de máxima fertilidad. Un problema con Valverde era la competencia interna que encontraba en el equipo, sostenido por una mítica línea de centrocampistas: Modric, Casemiro y Kroos. A cualquiera le representa un Everest alcanzar esas cumbres.
Otro problema era de orden contradictorio. Su versatilidad operaba en contra. Durante varios años, Valverde ha sido un futbolista en busca de una posición, de un lugar seguro donde ubicarse. Desde sus primeros días en el Castilla y su breve paso por el Deportivo, Valverde recorrió todo el mapa sin instalarse definitivamente en ninguno. Centrocampista por naturaleza, jugó de lateral y hasta de central en el Castilla que dirigía Solari. Catalogado en ocasiones como un probable sucesor de Casemiro, más tarde actuó de mediocentro. También ofició de 10, de falso nueve y de falso siete. Tanto nomadismo no le favorecía. Se le etiquetó de disperso.
Se veía al jugador que llevaba dentro, pero no el lugar donde instalarlo y aprovechar todas sus condiciones. Quizá Carlo Ancelotti era el técnico más adecuado para buscarle un lugar seguro en el campo y en el equipo. Quizá recordó el entrenador italiano un jugador de características parecidas en la final Milán-Liverpool, la de la célebre remontada del equipo inglés, abanderada por un incontenible Steven Gerrard.
Valverde remite a Gerrard por la potencia, zancada, calidad en la conducción, aguante a la fatiga, verticalidad y una explosiva media distancia en el remate. En cada uno de esos aspectos, su techo era altísimo. Más complicado parecía reunir todas las cualidades, ajustarlas y permitir que se expresaran sin miedo. Por timidez, falta de confianza o exceso de respeto, Valverde no se soltaba. O no le soltaban.
Ancelotti le concedió sitio y jerarquía en las semanas finales de la última temporada. Si era necesario, y en muchos momentos lo fue, caso de la final de París, el técnico estructuró el sistema para potenciar la titularidad y la creciente influencia de Valverde desde el sector derecho del campo, del que se ha erigido dueño absoluto. Ancelotti le ha dado el sitio para brillar y la confianza para desatar todo su potencial. Como resultado, ha surgido un jugador extraordinario.
Suele decirse de Valverde que el campo se le queda pequeño, pero es más probable que el futbolista uruguayo haya reconocido por fin sus verdaderas dimensiones como futbolista. En los últimos meses, ha ordenado las numerosas cualidades que antes emergían a retazos, sin perder nada de su expresividad en el campo. Al contrario, del ciclón Valverde emerge en cada partido un jugador cada vez más completo, riguroso y fino, un centrocampista definitivamente establecido como figura, vital para el Real Madrid y más que temible para los rivales.
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