Grandeza, miseria y Lopetegui
El ex entrenador del Sevilla abandonó el club poniendo en valor su ciclo, sin una gota de resentimiento y expresando su agradecimiento por estos exitosos años
Un hombre solo. El Sevilla, acostumbrado a ganar, ahora no gana y el club entero ha entrado en combustión. Buscando pistas en el escenario del crimen, el principal sospechoso, como casi siempre, resultó el entrenador. La afición lo venía apuntando desde la pasada temporada, los medios lo veían como el eslabón más débil y el club decidió salvar el marrón haciendo pasar por la puerta de entrada a Jorge Sampaoli, antes de dejar salir a Julen Lopetegui. La jugada la conocía el mundo entero. Así las cosas, Julen Lopetegui apareció “solo, fané y descangallado” para afrontar la última bala de Champions del Sevilla. Es imposible una torpeza mayor por parte de un club e imposible una crueldad más grande hacia un profesional. En fútbol, la primera obligación de un club es respetar el principio de autoridad del entrenador. Justo de lo que despojaron a Julen el día más importante de la temporada.
Respect. Dicen que la ironía es el arma invisible, pero en situaciones de crisis conviene no usarla. Julen prefirió aferrarse al respeto hacia el club, hacia la afición y hacia los jugadores, otra arma de un valor indiscutible. Se lo vio apagado por la tristeza, pero eligió refugiarse en la nobleza ante tanta agresividad ambiental. El fútbol es materia viva y las palabras deben contar esa vida. Pero Julen, en lugar de enfocarse en los últimos días, decidió mirar las cosas con perspectiva poniendo en valor todo su ciclo. Aparecer ante el ametrallamiento de los medios sin una gota de resentimiento y expresando su agradecimiento al Sevilla por estos exitosos años fue una muestra de inteligencia y madurez que estuvo muy por encima del inhumano fútbol de estos días. La actitud de Julen fue premiada con un largo aplauso de despedida. Modesta recompensa para un digno y gran profesional.
Cabe todo. No es que mire al fútbol como una ceremonia sagrada. Pero desde la miseria a la grandeza, el del fútbol es un territorio emocional en el que habita todo. La intrahistoria del Sevilla en las últimas semanas nos revela que el fútbol va mucho más allá que el ir y venir de un balón. En el mismo Sevilla-Dortmund vimos épica, valentía, generosidad, angustia, belleza, solidaridad… Y a Jude Bellingham, uno de esos jugadores que escapan del rebaño por su elegancia, inteligencia y efectividad. Por su talento natural, ya que es imposible que a sus 19 años haya aprendido tanto. Sencillamente, estamos ante uno de esos jugadores que nacieron con todo puesto. Jugador de largo recorrido que se siente igual de cómodo en el círculo central que en el área contraria, que piensa rápido y bien y que no le quema la pelota. Un Modric de 1,86 al que el nuevo Bernabéu le sentaría de maravilla.
Y más. El Sevilla-Dortmund nos demuestra todo lo que cabe dentro de un partido. Y aún no hablamos del imperio del estado de ánimo, ese que parece estar condenando al Sevilla por el pesimismo y la crispación que lo rodea. Si se pudiera medir hasta dónde, un tiro que entra o pega en el palo, desplaza el estado de ánimo, no nos tomaríamos la táctica tan en serio. Ni al VAR, ese preservativo tecnológico que le han puesto al fútbol y del que, en esta semana, le toca desconfiar al Barça. El fútbol, en fin, es inagotable desde el largo espectro que va de un partido en un baldío, hasta la idea aún viva de la Superliga, que sigue desafiando la carga cultural que hay detrás del fútbol. Si quieren más adrenalina no se preocupen, ya viene el Madrid-Barça para estirar aún más la infinitud de este juego.
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