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CRUCE DE CAMINOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Roger Federer: se apaga el deportista y se enciende el icono

Hay deportistas que no encarnan despedidas. Su legado es tan grande, tan profunda es la huella, que su adiós nunca equivaldrá al olvido

Roger Federer en la Laver Cup.Foto: KIN CHEUNG (AP) | Vídeo: EPV

Hay deportistas que no encarnan despedidas. Su legado es tan grande, tan profunda es la huella, que su adiós nunca equivaldrá al olvido. El final de una carrera deportiva será simplemente un nuevo capítulo, otra etapa más de su ejemplo, ese espejo en el que tantos se miran. El viernes asistimos al epílogo de Roger Federer sobre las canchas de tenis, un día que nunca quisimos ver en el calendario.

La marcha del suizo amagaba con asomar en nuestros pensamientos. Por un lado, con el paso del tiempo, estirando una brillante carrera por encima de los 40 años. Una barbaridad alimentada por la pasión. Por otro, las lesiones de rodilla, que han castigado un cuerpo cuidado al extremo durante tantas temporadas. Para un atleta tan perfeccionista, un lastre que le impedía rendir al nivel deseado, con el brillo impactante al que nos había acostumbrado.

Federer ha sido la facilidad aparente llevada al tenis. Cualquier que practica este deporte desea hacerlo como él. Llevar los golpes a esa plasticidad, a ese nivel de relajación. Es talento y es arte. Cuesta pensar en alguien que no disfrute viendo al suizo, lo anime o no. Sea o no su jugador preferido. Si adoras el tenis, si lo observas con verdadera atención, gozas viendo el juego de Roger. Su dedicación ha sido tal que asombró a diferentes generaciones. Crecimos viéndoles superarse, triunfar y darnos una lección de valores. Nos enseñó la deportividad y el respeto por encima de todo. Nos mostró que es posible tocar la cima sin dejar de tener los pies en el suelo. Coincidir en la misma época ha sido especial. Poder competir en las mismas canchas, algo inolvidable.

Su figura ya queda en los libros de historia. Hablamos de uno de los mejores tenistas de todos los tiempos. Por encima de ello, es uno de los atletas más brillantes del deporte moderno. Ha alcanzado límites inéditos en el tenis masculino, rompiendo marcas que parecían intocables hace apenas unos años. Ese es uno de sus grandes legados, ampliar unos límites que habríamos dado por sentados. Una carrera deportiva no se entiende sin sus principales rivales.

Quizá Rafa Nadal y Novak Djokovic hayan superado su récord de títulos individuales de Grand Slam, tal vez los números digan que el suizo no aparece en lo más alto del hito. Pero lo lograron espoleados por un jugador histórico, alguien que alimentó sus ganas de superarse hasta dibujar una época dorada en el vestuario masculino. Los grandes son todavía mayores por los retos que encuentran en el camino. Nos ha regalado años de fantasía, convirtiendo el triunfo en una norma deportiva.

En una disciplina tan ligada a la derrota, un destino del que apenas uno escapa cada semana, el suizo hizo mostró una vía diferente. Durante más de dos décadas vivió cerca del esplendor, levantando el conocido Big Three junto al español y al serbio, una rivalidad a tres bandas inalcanzable para el resto. La marcha de Federer no es el adiós de un gran jugador, es algo mucho más intenso. Es la excelencia grabada en nuestra memoria, una capacidad innata para popularizar un deporte. Una puerta de entrada al tenis moderno que nunca llegaremos a agradecerle del todo. Se apaga el deportista y se enciende el icono. Un umbral reservado a casi ninguno, una puerta a la eternidad cruzada con talento innegable y tesón infinito. Roger siempre será el tenis. Afortunados somos de haberlo vivido.

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