La persecución inacabada de Serena Williams
El impacto de la pandemia y el declive físico han acabado con la obsesión de la estadounidense por igualar el récord histórico de la australiana Margaret Court
Sirvan de muestra los llantos, las evasivas o los silencios, bien fuera después de perder una bala en forma de final o de tener que retirarse de algún gran torneo porque su chasis, ya muy erosionado, la impedía continuar. Serena Williams, heroína de carne y hueso, tradicionalmente contrapuso la imagen pétrea de una guerrillera voraz, capaz de mantener el temple y la cabeza fría en las circunstancias más adversas, o también de desmoronarse emocionalmente cuando menos se sospechaba.
Sucedió hace cuatro años en París, y el periodista, español, todavía lo recuerda. “Hacía mucho calor en la sala de prensa, que estaba llena, y a mí me tocó ponerme de pie. Ella ya había sido madre y yo le hice una pregunta cariñosa sobre el asunto, y se emocionó. De repente, sin verla venir, se levantó y me plantó dos besos en medio de todo el mundo. ¡No me había pasado con nadie! Demostró mucha humanidad y una manera de ser entrañable. Agradeció mucho el sentirse apoyada en ese instante”, recuerda el periodista Manolo Poyán, una institución que sigue el tenis desde principios de los 80 y que actualmente continúa comentando los partidos en el canal Eurosport.
Aquella tarde en Roland Garros, la tenista acababa de anunciar que renunciaba al duelo de octavos con Maria Sharapova, su gran rival, debido a una lesión muscular en el pectoral. La estadounidense había regresado al circuito después de un año y cuatro meses de ausencia por la maternidad, con el firme objetivo de alcanzar definitivamente a Margaret Court. Esa fue siempre su obsesión, una pretensión indeleble que la obligó al más difícil todavía: tratar de desbancar a la australiana después de haber dado a luz a su hija Olympia –tras sufrir otro episodio de embolia pulmonar [coagulación pulmonar] después del padecido en 2011– y con 36 años.
Lo intentó y lo intentó Williams. Nunca estuvo tan cerca como en las cuatro grandes finales que perdió entre ese curso y el siguiente (2019), dos en Wimbledon y otras dos en Nueva York; sin embargo, se interpusieron en su camino Angelique Kerber y Simona Halep, en Londres, y Naomi Osaka y Bianca Andreescu, en Flushing Meadows. En los cuatro episodios, más allá de la calidad de sus adversarias, la norteamericana no logró controlar un estado de excitación que la privó de la gloria y, en el episodio ante la japonesa, la condujo a empañar el primer gran éxito de la nipona con una reacción fuera de tono contra el juez portugués Carlos Ramos.
Cuatro partidos, una victoria
Perdidos esos trenes, Serena entró en una espiral de tropiezos y su tenis fue resintiéndose hasta el declive actual, ya fuera de forma. A excepción de las semifinales que firmó en el US Open de 2020 y las de Australia en 2021, sus recorridos en los grandes escenarios fueron acortándose y las dudas multiplicándose. El impacto del parón por la pandemia sobre su juego fue bestial. En los últimos tiempos, ni los más optimistas apostaban porque pudiera atrapar los 24 majors de Court, hoy día pastora cristiana (de 80 años) y criticada por sus manifestaciones retrógradas. La australiana finalmente ha resistido a todas las embestidas y figurará, por tanto, en la cima de la historia.
Esta temporada, Williams (41 años el 26 de septiembre) ha disputado únicamente cuatro partidos individuales (solo una victoria, contra Nuria Párrizas en Montreal) y dos de dobles. “Honestamente, no creo que tenga un final de película en el que gane el torneo. No creo que haya una recuperación milagrosa”, vaticina a través de la agencia Reuters otra tenista legendaria, Martina Navratilova. “Dice adiós a su manera, con mucho glamour, pero no es capaz de aceptar las derrotas”, agrega la ganadora de 18 Grand Slams. “No me hago a la idea de no volver a verla jugar, ahora se valorará todo lo que ha hecho”, lamenta un exnúmero uno, Andy Roddick.
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