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Saint Andrews es el golf

El mágico campo escocés que está en el origen del deporte acoge un Open Británico que engrandece la historia en plena sacudida por la liga saudí

Open britanico golf
Tiger Woods y Jack Nicklaus, en el puente de Swilcan, en el hoyo 18.Peter Morrison (AP)
Juan Morenilla

El golf vuelve a casa. La historia de este deporte se respira en cada esquina de Saint Andrews, sede de un torneo para la eternidad. La 150ª edición del Open Británico no podía tener otro hogar que el icónico Old Course, el campo escocés sobre cuyas piedras se edificó el juego hace más de siglo y medio. Un paseo por Saint Andrews es un viaje en el tiempo. Las imponentes ruinas de su catedral y su castillo, la grandeza de su universidad y el aire medieval de sus calles y casas conducen al visitante a otra época. El campo vive en el corazón de esta ciudad de 16.000 habitantes bañada por el Mar del Norte, donde los mejores golfistas del planeta persiguen una gloria que no se cuenta con los ceros de los millones de la liga saudí. Hoy en el Open se habla de legado, historia, tradición. De Seve, de Nicklaus, de Tiger. Las estrellas están listas. Aunque esta vez la estrella es otra.

Old Course, el considerado el campo de golf más antiguo del mundo. Algunos documentos registran que en 1457 este juego ya era un divertimento de reyes. En los listados en los que figuran los diseñadores de los principales recorridos, al nombre de Saint Andrews le sigue un peculiar creador: la madre naturaleza. El viento, el agua y la arena forjaron una obra de arte que late en el origen del golf mismo. Saint Andrews, por ejemplo, sirve para explicar por qué el golf se juega a 18 hoyos. Fue en 1764, y cuentan los amarillentos escritos que ese era el número de tragos cortos que podía beberse de una botella de whisky escocés. Cada trago era el broche a un hoyo jugado. Así nacen algunas tradiciones que acaban en leyes, y ésta acabó escrita sobre piedra. En 1858 el club del Royal and Ancient dictó que el golf se jugaba a 18 hoyos, el resto de campos británicos copió la costumbre y de ahí al resto del mundo. En la actualidad este organismo es el que rige las normas del deporte junto a la USGA, la federación estadounidense.

El Open Británico nació en 1860. No hay un grande más antiguo: 162 años de vida. Prestwick fue la cuna de las primeras citas hasta que en 1873 la bola cayó en Saint Andrews. Este jueves se abre la 30ª edición del British en el plató más visitado en el major británico. Las apariencias engañan en un trazado llano, de ida y vuelta, con una larga recta de hoyos en fila hasta el 7, un scalextric entre el 8 y el 11 y la vuelta a casa hasta el 18 antes de cruzar el famoso puente de piedra de Swilcan, construido hace más de 700 años para que los pastores guiaran al ganado hacia la playa. Es el punto más famoso en el golf mundial, y sobre su roca se abrazaron esta semana dos mitos, Nicklaus (18 grandes) y Tiger (15). Curiosamente, la cima fue durante décadas el campo base: el campo se jugó en sus inicios al revés que ahora, del 18 al uno.

En la sencillez de Saint Andrews se enconde la trampa. El viento y unos greens con muchas curvas pueden engullir a cualquier atrevido. He ahí otro de los secretos de esta capilla sixtina. En el Old Course solo hay cuatro greens individuales (1, 9, 17 y 18) y todos los demás son zonas comunes. El hoyo 2 comparte green con el 16, el 3 con el 15, el 4 con el 14, el 5 con el 13, el 6 con el 12, el 7 con el 11 y el 8 con el 10. Siete parejas. Y, guiño de ese pasado único, cada uno de esos dúos suma... 18.

“Jugar en Saint Andrews es volver atrás en el tiempo. Todo gran golfista ha jugado aquí. Eso no lo puede decir ningún otro campo”, se rinde Tiger. “Hay una atmósfera de nostalgia cuando caminas hacia el tee del uno”, añade McIlroy. Jon Rahm, un enamorado de la enciclopedia, comenta: “No hace falta nada para vender Saint Andrews. Aquí jugaríamos gratis. En estos tiempos, esto es justo lo que el golf necesita. Cuando Ben Hogan o Bobby Jones venían al Open, no lo hacían por dinero. Seguramente salían perdiendo. Se trataba del prestigio de poder llamarse el campeón. No hay mejor lugar que este”.

La Jarra de Clarete.
La Jarra de Clarete.Jane Barlow (AP)

La Jarra de Clarete espera nuevo dueño. Es un pequeño trofeo de 50 centímetros y 2,5 kilos del que hay cinco versiones: la original de 1872, una réplica de 1927, que es la que se entrega al campeón durante un año hasta que recibe una copia más pequeña, y tres hermanas. Una reside en el Museo del Golf junto al campo, otra en el Salón de la Fama de Florida y la última viaja por el mundo.

Seve se hizo inmortal en 1984 en esta meca. Miguel Ángel Jiménez conquistó el Open sénior de 2018 en su césped. Tenía 54 años y se emocionó como un niño. “Este lugar inspira, es historia pura, la cuna del golf”, recuerda el Pisha. “En Saint Andrews el golf forma parte de la vida. Old Course es el mito”, comenta Jesús García Sanjuán, exfutbolista del Zaragoza que ganó la Recopa del 95 (el gol de Nayim) y que en 2002, mientras apuraba su carrera en el campeonato escocés, fundó Golf Escocia, una agencia que organiza viajes para jugar en las islas. Saint Andrews es el paraíso, a cambio de 270 libras, unos 320 euros, en temporada alta.

Durante el año, el campo es como un parque público. Está abierto a todo el mundo, sin vallas ni seguridad, convertido en zona de paseo. Estos días lo rodean 770 tiendas de campaña (a 55 euros la noche la más pequeña) mientras espera a 290.000 espectadores (el récord de asistencia en un Open fueron las 238.787 personas de Saint Andrews 2000). En sus playas se rodaron escenas de Carros de fuego; su catedral es la más antigua de Escocia, allí donde descansaron las reliquias de San Andrés, patrón del país; el príncipe Guillermo y Kate Middleton se enamoraron en su universidad; y en su museo más de 10.000 objetos susurran una historia, la del golf que vuelve a casa.

El mayor premio económico

La inflación también llega a Saint Andrews. En época de subasta en el golf, cuando la liga saudí paga fortunas por fichar a algunas estrellas mundiales, el Open Británico repartirá el mayor cheque de su historia: 14 millones de dólares en total, un 22% más que el curso pasado, y 2,5 millones para el ganador. El subidón, pese a todo, aún le deja como el grande más modesto. El último US Open entregó 3,15 millones al campeón y cada torneo de la liga saudí eleva el gordo hasta los cuatro.
La guerra se juega en el Open. La organización retiró la invitación a Greg Norman, consejero delegado de LIV Golf, para acudir a la cena de los campeones. Y Tiger Woods atizó al australiano por ir “contra los intereses del deporte”. Al otro lado de la trinchera, la liga saudí ha solicitado que sus torneos sean reconocidos oficialmente por el ranking mundial y que por lo tanto sus jugadores puedan obtener puntos al jugarlos.
La decisión es clave. Al no puntuar ahora disputando la nueva competición, los rebeldes van descendiendo posiciones en el ranking (Sergio García está en el puesto 68) y eso puede cerrarles las puertas para clasificarse para los cuatro grandes.

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Sobre la firma

Juan Morenilla
Es redactor en la sección de Deportes. Estudió Comunicación Audiovisual. Trabajó en la delegación de EL PAÍS en Valencia entre 2000 y 2007. Desde entonces, en Madrid. Además de Deportes, también ha trabajado en la edición de América de EL PAÍS.

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