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Sandra Sánchez, el oro y las lágrimas del adiós al kárate

La talaverana se retira a un mes de cumplir los 41 años, con 60 medallas y sin bajarse del podio desde 2015

La karateka y campeona olímpica Sandra Sánchez posa en el centro deportivo de alto rendimiento en Madrid.Foto: ANDREA COMAS | Vídeo: EPV
Eleonora Giovio

Llegó el momento de decir adiós. Sandra Sánchez, la pequeñina del kárate, la que dice que se cayó en una marmita de energía infinita, la que antes de las competiciones importantes sueña que se la come una tortuga gigante, la deportista incansable, tozuda, risueña, de risa contagiosa, se despide del tatami con 40 años y once meses, con la medalla número 60. La última, la del último baile, la ha conseguido esta madrugada en Birmingham (Alabama) en los Juegos Mundiales tras derrotar en la final a la japonesa Hikaru Ono. “Quizá fueron las lágrimas más bonitas que podía sentir. He vivido una etapa tan intensa que me emociona sentir que he logrado todo lo que había soñado”, dijo agarrando fuerte la medalla.

En su palmarés, un oro olímpico, dos mundiales y siete europeos. Y, lo que es más importante, haber conseguido que la gente sepa lo que es un kata, que los niños y niñas la imiten en los patios del colegio. El kata es un combate contra un rival imaginario en el que los jueces evalúan tu capacidad de transmitir, la fuerza, el equilibrio, la rapidez. Lo que sientes y lo que sacas fuera.

“Dice que ya para, pero luego me mira y me suelta: ‘Jesús, ¿y si vamos a la próxima competición?”. Jesús es Jesús del Moral, su pareja y entrenador. Siempre había una “próxima” competición para Sandra Sánchez, incluso después del oro olímpico, cuando nadie tenía fuerzas para nada. Ella paró una semana y se puso a preparar el Mundial de Dubai, y se colgó un oro.

Esta vez ha sido la última de verdad. También porque el kárate se ha caído del programa de los Juegos de París 2024. Sandra quería despedirse en una competición con público. No lo tuvo en Tokio, ese 5 de agosto, día en el que celebraba su aniversario de matrimonio. El día en que deseaba que sus padres estuvieran allí. Antes de la pandemia les había comprado unos billetes de regalo, para que no se perdieran la cita olímpica. La pandemia trastocó los planes de todos. Y sus padres, Serafín y María Isabel, montaron una fiesta enorme en Talavera de la Reina y la vieron por la tele. “Dale un abrazo de nuestra parte, tú que estás allí y felicítala por el aniversario”, escribían por WhatsApp a esta periodista. “He hablado con ellos y no sabían ni qué decirme de lo emocionados que estaban, la que han liado en casa…”, contaba luego ella.

Ahora es una mujer a punto de cumplir 41 años. Cuando mira atrás siempre ve aquella niña de cuatro que decía sentir algo cada vez que pisaba un tatami y que no paró hasta convencer a sus padres de que la llevaran a uno. El profesor les dijo: “Dejadla probar y se le pasará la tontería”. Nunca se le pasó. Ni siquiera cuando dejaron de creer en ella y la dejaron fuera de la selección. Ni siquiera cuando se pagaba las competiciones de su bolsillo, rompiendo la hucha cerdito que tenía en casa.

Sandra no se subió a un podio internacional hasta los 32, edad en la que normalmente los karatecas están ya retirados. Desde entonces (2015) lleva 60 medallas seguidas. Tardó tanto en subirse a un podio porque estuvo apartada durante varios años. Con 20, entró en el Centro de Alto Rendimiento (CAR) de Madrid y al mes se marchó porque a su madre le diagnosticaron un cáncer y quería estar cerca de ella. Iba a abandonar la residencia, no las rutinas de entrenamiento. Desde la Federación de entonces le dijeron a su maestro que había desaprovechado su momento. Y tuvo que pelear durante años para demostrar que no era así.

Siguió entrenándose y compitiendo para representar a su club de Talavera, terminó Ciencias del Deporte y con 24 años dejó el kárate y se marchó a Australia. “Veía que no podía llegar a más y empecé a pensar en mi futuro profesional. Daba clases de kárate extraescolares”. A la vuelta le pidieron que volviera a hacer katas; pero a ella no le apetecía volver a ese ambiente que la había dejado fuera. Se dejó convencer y tuvo que pelear un mes para convencer a Del Moral —desencantado con muchos competidores que lo dejaron de un día para otro— para que se convirtiera en su entrenador. Para ella era el único capaz de hacerla mejorar mezclando físico y kárate.

Y él, cuando habla de ella, siempre dice: “Hay algo en ella que es muy difícil ver en los demás: hay algo que te transmite, algo de fuera de serie… Es como cuando sale un genio entre un millón, tiene algo, y Sandra tiene ese algo”. Ese algo es básico porque el kata perfecto es el que se hace con el corazón, explican siempre ambos. La gente ha descubierto lo que es un kata gracias a Sandra Sánchez, la pequeñina del kárate.

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Sobre la firma

Eleonora Giovio
Es redactora de sociedad especializada en abusos e igualdad. En su paso por la sección de deportes ha cubierto, entre otras cosas, dos Juegos Olímpicos. Ha desarrollado toda su carrera en EL PAÍS; ha sido colaboradora de Onda Cero y TVE. Licenciada en Ciencias Internacionales y Diplomáticas por la Universidad de Bolonia y Máster de EL PAÍS.

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