Sandra Sánchez, el triunfo de la tozudez
La española lleva cuatro años seguidos liderando el ranking mundial de kárate, pero dejó el CAR para cuidar de su madre y no se subió a un podio hasta los 32 años
Sandra Sánchez tiene 37 años. Pisó el tatami por primera vez con cuatro. No se subió a un podio internacional hasta los 32, edad en la que normalmente los karatecas están ya retirados. Desde entonces (2015) no se ha bajado y lleva cuatro años seguidos liderando el ránking mundial de la modalidad de kata. Ahora es una de las grandes bazas españolas en los Mundiales que comienzan este martes (se disputan hasta el domingo) en Madrid. En los Juegos de Tokio 2020 el kárate debutará como disciplina olímpica. “No sé cómo se explica eso... y qué diferencias hay entre el 2014, que ni siquiera formaba parte del equipo nacional, y el año siguiente en el que te conviertes en número uno. Habría que preguntarle a los que decidían quién estaba en el equipo nacional y quién no…”, dice, sin rencor, sentada en uno de los sillones del CAR (Centro de Alto Rendimiento) de Madrid pocos días antes del Mundial que empieza este martes con las eliminatorias (las finales se disputan el sábado).
El suyo es el triunfo de la cabezonería y de la tozudez. De una niña que se apuntó a kárate para seguir los pasos de su hermano mayor, Paquito, que le lleva dos años. “El profesor le dijo a mis padres: ‘dejadla probar, se le pasará la tontería’. Pero allí me quedé”, rememora. El suyo es el triunfo de una chica que entró en el CAR con 20 años y se fue al mes. A la madre le diagnosticaron un cáncer y ella quiso estar a su lado. Desde la Federación le dijeron a su maestro que había desaprovechado su momento. Y tuvo que pelear durante años para demostrar que no era así. La hucha la ayudó a costearse los viajes para los torneos internacionales.
“Me volvería a ir hoy día del CAR para estar al lado de mi madre. Era la primera vez que entraba gente de kata en la Blume; yo no era parte del equipo, pero que entraras aquí era una inversión para el futuro. Ni siquiera me lo planteé: cuando supe lo de mi madre, me fui. Soy de Talavera, vivo a una hora de aquí, marcharme no lo veía como renunciar a esto de por vida. Iba a seguir entrenándome allí las mismas horas que aquí y podía acudir al CAR para las concentraciones. Pero el irme fue interpretado por la gente que estaba en esa época en la Federación como que renunciaba a la oportunidad que me daban. No recibí ningún feedback cuando lo comenté, nadie tampoco me llamó después. Fue como si desapareciera”, relata.
Han pasado 17 años desde entonces. Siguió entrenándose y compitiendo representando a su club de Talavera, terminó Ciencias del Deporte y con 24 años dejó el kárate y se marchó a Australia. “Veía que no podía llegar a más y empecé a pensar en mi futuro profesional. Con una beca para aprender inglés me fui a Brisbane y me quedé un año. Daba clases de kárate extraescolares”, asegura.
A la vuelta se encontró con que su antiguo maestro (Javier Pineño) era el presidente de la Federación de Karate de Castilla La Mancha y Jesús del Moral (actual seleccionador) era entrenador de la misma federación. Pineño le pidió que volviera al tatami ya que en Castilla La Mancha no había nadie de kata. Esta disciplina tiene una serie de movimientos establecidos donde se evalúa la fuerza, la velocidad, la potencia y el equilibrio. Tan importante es esto último que hacen entrenamientos con los ojos cerrados para trabajarlo. “No me apetecía volver porque ya había desconectado. Lo pasas mal cuando ves que no y que no”, cuenta. Pero sí volvió. Con un doble reto. Tuvo que pelear un mes para convencer a Del Moral –desencantado con muchos competidores que lo dejaron de un día para otro- para que se convirtiera en su entrenador. Para ella era el único capaz de hacerla mejorar mezclando físico y kárate.
“Me tuvo un mes yendo a su gimnasio de kárate de Alcalá clase con gente normal, no de competición. Por aquel entonces lo que ganaba dando clases me daba justo para la gasolina para ir desde Talavera hasta allí. Creo que fue su forma de ponerme a prueba. El primer día de entrenamiento a solas fue una paliza tremenda. Me dijo: ‘pues eres más cabezona de lo que yo pensaba”. Los viajes que hacían a las competiciones internacionales se los pagaba de su bolsillo. “Rompía mi cerdito y a viajar. Lo hacía porque me hacía disfrutar, no porque me veía ganando en un futuro. Ni lo contemplaba”, dice. Pero sí empezó a ganar, pese al parón, a la edad y a los disgustos. Después del Abierto en Dubai (2013) la ficha un club de allí. “¡Imagínate, iba a los campeonatos sin tener que pagar yo nada!”. Empezó a ganar medallas.
Ganó también el campeonato de España (2015). Algo que, normalmente, abre las puertas para competir en un Europeo. Sin embargo, tuvo que pasar por otra preselección ante un tribunal y con un auditor que ni siquiera era karateca. “Llamaron a más chicas para que el miembro del CSD no supiera cuál era yo de entre todas”, bromea ahora. Finalmente, fue a ese Europeo del que dice no recordar nada. Es más, cuando ve el vídeo de la final ni se reconoce. “Imagínate con que presión llego a ese campeonato… Yaiza [la karateca que siempre iba] siempre traía medallas. En primera ronda encima me tocó con la subcampeona del mundo. Pensé: antes de que la gente se siente, me eliminan, con toda la que hemos montado. ¿Te imaginas?”, recuerda hora a carcajada limpia.
Desde entonces no se ha bajado del podio. Lleva cuatro años seguidos liderando el ránking mundial. Y disfruta como nadie. Mientras para los demás la presión es mantenerse arriba, ella sólo disfruta porque la presión la vivió durante los 30 años anteriores.
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