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El Tour de Francia de Van Aert y Pogacar

El belga suma su segunda victoria de etapa y el esloveno, líder, vuelve a aumentar la ventaja en la general gracias a la bonificación

Tour de Francia
Wout Van Aert, maillot verde, celebra la victoria por delante de Michael Matthews y Tadej Pogacar.MARCO BERTORELLO (AFP)
Carlos Arribas

La naturaleza es así. Chocan dos placas tectónicas y de sus pliegues brotan los Alpes, pero como hay una placa de sal entremedias, una bandeja de agua salada que se ha evaporado, las montañas del Jura, tan humildes a su lado, nacen, hijas de las mismas fuerzas, uno poco más lejos, dejando entre ambas los lagos de los millonarios suizos, que pueden asistir, elevando un poco la mirada hacia las alturas del estadio olímpico de la muy olímpica Lausana, cuesta de la avenida del Mont Blanc arriba, a otra demostración de cómo los deseos de la naturaleza son incontrolables para el humano, arrolladores, y no es el capricho lo que lleva a chocar contra toda lógica, y sin placa de sal que les modere, en un sprint innecesario a las dos grandes fuerzas del Tour, a la que viste de verde, el Wout van Aert que se niega a dejar el escenario, y el que vestía de blanco y desde el jueves de amarillo, su color natural en el Tour, el Tadej Pogacar que, después de que Mathieu van der Poel en su primera acción en cabeza en todo el Tour hubiera hecho un relevo intenso, a cinco kilómetros de la llegada, cucú, aquí estoy, se pone a la rueda de un francés abnegado y sorprendido al sentir en el cogote el aliento del líder del Tour un día que debería dejar a otros ganarse sus lentejas.

Y con esta paradoja hasta la rutina de hablar de Pogacar over and over again se convierte en estimulante: el esloveno está inventando el Tour.

“Era un final que me gustaba y viendo que habría sprint pensé que podía ganar”, dice Pogacar, que llegaba pletórico, dos victorias seguidas en las dos etapas anteriores, y de su casco amarillo ya gritan dos mechones rebeldes rubios, más amenazante su coco, y sin pararse a explicar, quizás porque no las conoce, qué fuerzas le empujan a convertirse en un intruso el primer día del calor del Tour, al que también desafía, y envía a su amigo polaco Majka a que haga trizas a todos y les deje sin resuello. “Intenté ganar, pero, como se vio, hoy no he sido el más rápido”. Le ganó Van Aert, y la lógica le pudo a la naturaleza, como ya le pudo el belga, en la foto finish, en el sprint por la plata olímpica en el circuito del Fuji, en Tokio. En Lausana, entre ambos se intercala el gran especialista australiano Michael Matthews, que siempre choca este Tour con uno más rápido. Y Van Aert, que con esta de Lausana se ha apuntado su segunda victoria de etapa, reconoce que a punto estuvo de decir basta cuando Majka, en lo más duro, le estaba escarbando en los higadillos. “Ya”, dice el belga de verde amante del juego de egos, del choque tectónico, el oxígeno de su motivación. “Esta etapa la teníamos marcada en el Jumbo desde antes del Tour. Y a mí me ha tocado definir el trabajo del equipo. Llegué a mi límite, pero aguanté. Lástima que Van der Poel no esté bien este Tour. Ganarle a él me da siempre más prestigio, pero no está tampoco mal ganar a Pogacar, ¿no?”

Era una etapa de transición, día de fuga y de secundarios, de recuperación de la Planche, de toma de oxígeno ante los Alpes, que amenazan, y 28 grados en las calles húmedas, sobre el lago después de un recorrido sin apenas tramos llanos a través de la frontera del Jura. Los que viven de la experiencia habían dictaminado, fuga grande, ventaja considerable, etapa entre los fugados; los demás, como Roglic, el espejo, a curarse las heridas, los golpes que en la espalda del esloveno martirizado se convierten en un cuchillo hundiéndose en su espalda con cada pedalada. Pero el canibalito no vive de experiencia, vive tan al día que corre sin pensar si el derroche de hoy será la carencia de mañana, sin temor. Y su búsqueda de recompensa instantánea, quizás aumentada porque la amenaza del covid, que el sábado hizo retirarse a un compañero del UAE y a un ciclista del Ag2r, es real y aumenta, y nadie sabe si al día siguiente una tos tonta y un antígeno le obligarán a irse a casa, arrastra a todos, y no les deja respirar. A Jonas Vingegaard le obliga a ponerse a su rueda, y a Roglic, y a Mas y a tantos Ineos, que están en todas partes y nunca se sabe quién es el que más lejos llegará, y a Vlasov, que quiere impresionar también, y a todos aquellos para los que el Tour comienza en los Alpes, cuando ya quizás Pogacar lo ha dejado cerrado. “Mi rival no es el covid. El covid amenaza a todos por igual”, dice el esloveno, de 23 años. “Mi rival son todos los demás equipos”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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