Italia, el modelo de natación que España no sabe imitar
Los técnicos italianos reflexionan sobre la estrategia que permitió en Budapest el mejor Mundial de su historia, en contraste con la depresión más profunda del equipo español
El aire se carga de electricidad cuando Benedetta Pilato sube al autobús. Il bello Martinenghi hace un escorzo, los fisioterapeutas se agitan, los técnicos ríen y de entre el pasaje se escuchan chanzas humorísticas que hacen referencia al origen meridional de esta muchacha de 17 años, que sin quitarse las gafas de sol responde al revuelo con la sonrisa rozagante y el aplomo de quien se siente dueña absoluta de la situación. “¡Terrone…!”, la pica un compañero. “¡Vete a bailar la tarantela…!”. “¡Independencia para el Véneto ya…!”.
Fuente de energía contagiosa, la muchacha no solo hace que los expedicionarios se rían de sí mismos camino de la piscina de carreras. Provoca la fascinación que sugieren las cosas difíciles de explicar. Nació en Tarento, en Apulia, una de las regiones más deprimidas de Europa. A falta de piscinas de 50 metros en su ciudad, se ejercita en una de 25. Desde los cinco años su progresión ha sido supervisada por Vito D’Onghia, un funcionario del Ministerio de Sanidad que no la puede acompañar a las grandes competiciones porque carece de titulación de entrenador de alto nivel. El año pasado batió el récord mundial de 50 metros braza, y la semana pasada logró el oro en 100 en el Mundial de Natación que se acaba de cerrar en Budapest con cifras históricas para Italia.
Nunca un equipo italiano había logrado 14 medallas en un campeonato mundo. Los oros de Thomas Ceccon en 100 espalda, Nicolò Martinenghi en 100 braza, Gregorio Paltrinieri en 1.500, Benedetta Pilato en 100 braza y el equipo de relevos en el 4x100 estilos, expresan la consolidación entre las grandes potencias de un país que hasta hace dos décadas acudía a los Juegos y a los Mundiales resignado a desempeñar un papel secundario a la sombra de Estados Unidos, Australia o Japón.
“Parece contradictorio”, dice Cesare Butini, que antes de ser director técnico de Italia entrenó a Alessia Filippi, medallista en los Juegos de 2008. “La natación es un deporte individual, pero la individualidad solo puede expresar su talento en un grupo fuerte. Y al contrario, los talentos como Ceccon, Paltrinieri, Pilato o Martinenghi hacen que los demás quieran ser como ellos. Nuestra estrategia busca que los chicos pasen mucho tiempo juntos. Cuando terminen los Mundiales nos iremos diez días a Canarias para que los velocistas se entrenen juntos”.
Butini, que está basado en Roma pero cada semana dedica tres días a recorrer Italia visitando a los nadadores —desde Apulia al Piamonte— hace una pausa y señala: “La otra gran motivación para que el grupo esté cohesionado es la cohesión del cuerpo técnico. Entrenamos juntos entre tres y cuatro veces al año porque pretendemos formar un equipo de entrenadores antes que de nadadores. Como organización consideramos que el centro es el nadador, pero la figura fundamental es el técnico. Cuando los deportistas ven que su entrenador está en sintonía con los otros entrenadores, se integra mejor en el grupo, confía fácilmente en lo que le dicen”.
La fiesta de Italia contrasta con el desánimo de sus vecinos. El mismo autobús que traslada a Benedetta Pilato y sus compinches sirve para llevar al equipo español menos competitivo de la historia. Ambas delegaciones comparten servicios: transporte y cuartel general en el hotel Thermal, en la Isla Margarita, en el Danubio. Los paralelismos acaban ahí.
España completó el primer Mundial en cuatro décadas sin meterse en una sola final y sin que ninguno de sus ocho representantes en la natación en línea fuera capaz de igualar ni siquiera su mejor marca. El irlandés Sean Kelly, responsable técnico desde hace año y medio, emitió un comunicado al acabar la participación, el sábado. “Los resultados han sido muy pobres, consecuencia de un sistema que arrastramos durante décadas”, dijo.
“Los relevos, un motor fabuloso para hacer grupo”
La federación española inició con Kelly un proceso que procura importar a España el modelo británico. Pero el modelo que crece de forma más sostenida en Europa en los últimos 20 años es el de Italia, un país que se encuentra en una esfera sociocultural más próxima, y que en Budapest consiguió el primer oro de su historia en el relevo de 4x100 estilos. Después del bronce en los Juegos de Tokio, la hazaña italiana en la prueba que pone en valor el trabajo colectivo verifica la creación de algo que se repite desde la aparición de Massimiliano Rosolino y Emiliano Brembilla en los años que precedieron a Sydney 2000. Algo que los españoles jamás han logrado formar en su natación: un equipo que trascienda figuras.
Alberto Burlina, el entrenador de Thomas Ceccon, señala la clave: “Esto es una gran familia que parte de abajo, desde las categorías juveniles”, dice Burlina. “Desde los centros federales de Ostia, Piamonte o Verona, convocamos a los técnicos que trabajan con los talentos más prometedores. Así empezamos a trabajar de forma colegiada. Este es uno de los factores que generan sentido de la pertenencia en los nadadores. El otro es el desarrollo de equipos de relevos: los relevos son un motor fabuloso para hacer grupo y para afinar la capacidad competitiva de los nadadores y el trabajo conjunto de los técnicos que así deben compartir una parte del programa de preparación. Esto los chicos lo perciben”.
La última vez que España hizo algo importante en una prueba de relevos fue en los Juegos de Atenas, en 2004, cuando Tatiana Rouba, Melissa Caballero, Erika Villaécija y Arantxa Ramos lograron un quinto puesto en el 4x200. La federación nunca consiguió que en los años sucesivos, en la era de Mireia Belmonte —la mejor nadadora española de siempre— se gestara algo parecido.
Si la retirada de Rosolino en 2004 sirvió para trazar una senda que en Italia recorrieron Filippo Magnini, Federica Pellegrini o ahora Benedetta Pilato, el declive de Mireia Belmonte en España apenas deja un desierto.
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