Lo que se ve y lo que se intuye
La confidencialidad se antepone a la transparencia cuando la singularidad y la independencia peligran ante tanto acreedor: nadie sabe qué le espera al Barça
El Madrid no para y el Barça no arranca. Florentino tiene un plan que funciona mientras Laporta improvisa desde su regreso al Camp Nou. El presidente azulgrana va de asamblea en asamblea en un intento de capitalizar a una entidad bloqueada por las deudas y esclava de un estilo tan adulterado que ni siquiera Xavi reconoce al Barça que se imaginaba desde Qatar. El equipo ya no puede sostener al club porque ha dejado de ganar y el club es incapaz de aguantar al equipo como solía en la derrota después de que hasta 26.238 abonados se tomaran un año de excedencia. El gas sentimental barcelonista ha perdido fuerza frente a las homilías blancas del Bernabéu.
El Madrid ha fichado a Rudiger y acaba de presentar a Tchouameni después de olvidar a Mbappé y despedir a Marcelo. No hubo bula ni para Sergio Ramos. Nada se le resiste al Madrid, proyectado desde el futuro Bernabéu, después de responder a una temporada de transición con un doblete. Aunque su éxito desmoralizó al Barça, pese al 0-4 de la Liga, el aficionado culé ya no culpa de su desgracia a su enemigo natural sino que se remite a la herencia de Bartomeu. No queda más remedio para afrontar una situación de quiebra técnica que reducir el gasto y vender las joyas de la abuela, activos que afectan al patrimonio o al traspaso de futbolistas cotizados como podría ser Frenkie de Jong. Ni siquiera hay saldo para inscribir a Kessié y Christensen, se da por perdido a Dembélé, se ha vuelto a fichar a Sergi Roberto, cuesta renovar a Gavi y hay la sensación de que sobra Piqué.
El sueldo medio de un futbolista superaba los 10 millones en 2019 y la masa salarial se disparó tanto que se impone reducirla en 160 millones porque a más edad más cobran los jugadores. No se sabe tampoco cómo cuadrar el último ejercicio sin evitar más pérdidas una vez que un total de 480 millones se imputaron al curso 2020-2021.
Laporta no para de pedir la confianza de unos socios que siempre votan que “sí”, más por su discurso que por su obra, difícil de interpretar: la salida de Messi, la huida del CEO Reverter, la batalla con Tebas y la desaparición de ejecutivos y avalistas, hasta convertir al club en una empresa familiar. El argumento es que no quiere liquidez a cualquier precio ni hipotecas pese a que no se saben los términos del contrato con Spotify ni del crédito con Goldman Sachs. La confidencialidad se antepone a la transparencia cuando la singularidad y la independencia peligran ante tanto acreedor: nadie sabe qué le espera al Barça.
Lo que se ve es dramático —y el socio asume que es culpa de la junta anterior—, pero ahora el problema está en lo que no se ve y se intuye del actual consejo. Ya no alcanza con pedir fe ciega, sino que es preciso saber qué se trama sin sospechar y en qué se trabaja después de constatar que a Laporta no le alcanza con su experiencia ni al técnico con su paso por la Masia. El modelo de club es ahora un concepto tan ambiguo como el estilo del equipo desde que el Barça murió de éxito y dejó de aprender; los intangibles requieren ingenio y creatividad más que voluntarismo y amiguismo. Invocar al pasado no arregla el futuro.
El club y el equipo pecan de falta de talento —descapitalizados de profesionales y jugadores que marquen la diferencia— y también de falta de tensión y presión más que de posesión y posición para utilizar la terminología de quien ideó al Barça moderno: Cruyff. El Barcelona no sabe cómo empezar la revolución pendiente cuando necesita activarse no solo porque el Madrid va embalado, sino porque corre el riesgo de ser ignorado el día que se inaugure la Superliga que apadrina con Florentino.
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