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PAISAJES
Columna
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Madrid, días de furia... y fútbol

En la búsqueda de esas explicaciones no encontradas (les confieso que yo necesité confirmar el resultado en la mañana de ayer) muchos, yo mismo, hablamos de los milagros del Bernabéu

Andoni Zubizarreta
Real Madrid - Manchester City
Thibaut Courtois, en el duelo ante el Manchester City.Juanjo Martín (EFE)

La imagen era clara, los ojos de Courtois, por una vez vencido por la cadera de Grealish, miraban impotentes ese balón que se dirigía manso a superar la línea de meta. El segundo gol del City estaba a punto de certificar la derrota del Real Madrid y Courtois, como todos los que en la vida han sido guardametas, buscaba eso que uno de mis primeros entrenadores llamaba el “despeje del chino”, porque asociaba esa mirada con la capacidad de desviar el balón con el poder de los ojos.

Todo se iba por el desagüe cuando llego Mendy, un defensa zurdo despejando con su pierna derecha —o sea, todo lo contrario de un elemento de seguridad— para sacar el balón y seguir dando vida a los sueños de clasificación.

Un minuto más tarde, todavía los madridistas tocados por una oportunidad tan manifiesta, permitirían que, otra vez, Grealish volviera a aparecer por parecidos territorios para aplicar un disparo crudo que era gol o gol. Esta vez Courtois no fio del “despeje del chino”, estiró su pierna izquierda y con los tacos de su bota mandó la pelota fuera. Y este asunto contradice a aquellos que, tras un partido que hoy resulta casi más difícil de explicar que ayer y que dentro de años se explicará solo desde las emociones, dicen que eso que pasó en el Bernabéu no entra en ningún algoritmo, en ningún programa de big data.

No señor. Lo que fue decisivo fueron los milímetros de los tacos del portero belga (podríamos también hablar de los de sus manos, pero eso ya lo vemos casi cada día), definitivos para dejar abierto el bulevar de los sueños que transitó Rodrygo, luego Benzema y con ellos todos los seguidores madridistas en el estadio y por todo el mundo.

Y en la búsqueda de esas explicaciones no encontradas (les confieso que yo necesité confirmar el resultado en la mañana de ayer) muchos, yo mismo, hablamos de los milagros del Bernabéu. Hubo quien afirmó que el público va al Bernabéu, en esos partidos de Champions, para ver un milagro, como si el día que logren una clasificación cómoda los asistentes vayan a comenzar a silbar o sacar pañuelos blancos porque ellos querían ser testigos de una nueva operación milagrera. O como si se hubiera invertido la ecuación que hacía que se fuera a la iglesia de turno, en caso de ser creyente o supersticioso, antes del partido para poner una vela. Porque así el partido iría bien. Y ahora, en cambio, hubiera que ir únicamente —aquí ya solo quedarían los creyentes— para dar fe de que el milagro había sucedido. Y lo de la vela, pues ya veremos.

Fe y juego le puso el Villarreal para buscar esa final soñada, obtuvo premio hasta el descanso ante el desconcierto de un Liverpool acostumbrado a llevar el ritmo del partido y que se sintió, por una vez, secundario.

Luego, el telón de la realidad cayó sobre el Estadio de la Cerámica, los pequeños detalles volvieron a caer del lado de los Reds y el Liverpool se ganó, con todo merecimiento, su lugar en la final. Pero eso no quita para que dentro de unos años, aquellos que estuvieron en el estadio les puedan contar a sus nietos historias que empiecen con un relato similar a este: “resulta que un día ganábamos 2 a 0 al Liverpool en las semifinales de la Champions y…”.

Igual que hoy, para explicar lo del miércoles pasado pero también el partido de cuartos de final o el de octavos, contra el PSG, el Chelsea y el City, ni más ni menos, muchas historias de los madridistas empiezan por un dogma tantas veces confirmado pero que, tal vez y solo tal vez, el nuevo fútbol pensaba que estaba demodé:

“90 minuti en el Bernabéu son molto longo”. Juanito dixit.

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