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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una noche de junio del 99...

El Betis tiene la ventaja de jugar en casa la final de Copa; el Valencia vuelve al escenario de uno de sus mejores triunfos

López celebra un gol en la final de la Copa de 1999, ganada por el Valencia al Atlético.
López celebra un gol en la final de la Copa de 1999, ganada por el Valencia al Atlético.
Andoni Zubizarreta

No sé a usted pero a mí me ha pillado esta final de Copa totalmente en fuera de juego. Yo no sé si es esta semana en la que el lunes era domingo pero no en todas partes o la jornada de Liga en medio de la semana o que uno espera siempre esa final como la gran fiesta del fútbol español y por eso la ubica en el final de la temporada. Y más este año, que como el Mundial se juega en noviembre, parecía que hay más espacio en la parte final del año futbolístico que otras veces, pero al ver a Betis y Valencia batirse el cobre este martes yo creía que era una más de esas jornadas maratonianas de fútbol que empiezan el viernes y acaban un lunes… del mes siguiente.

El caso es que béticos y ches tienen una cita en el Estadio de la Cartuja para el sábado por la noche, tarde para que no haya otros futboles europeos que le hagan sombra y los aficionados valencianistas se puedan desplazar con tranquilidad ya que a los béticos el asunto les pillará en la puerta de su casa.

Y habrá quien pensará que ese no desplazamiento del Betis es una ventaja en unos tiempos en los que cada asunto de este tipo se mide en los mismos milímetros que el VAR tira la línea y que ese descanso que da el no tener que viajar y poder estar en la rutina habitual de los partidos en casa le confiere al Betis cierta dosis de favoritismo. Pero estoy seguro de que ese estadio, esas gradas, esa Cartuja, es uno de los lugares marcados en rojo por la afición ché, esa que tiene asociadas las coordenadas del estadio sevillano, bueno, medio, y un poco más de Santiponce y el resto de Sevilla, con una de sus más bellas gestas, aquella que le llevó a ganar esa misma Copa, en una noche mágica de junio del 99 contra el Atlético y con goles que seguro que están rodando mucho estos días entre la hinchada valencianista.

Hubo también por aquellos tiempos del siglo XX alguna idea de que ese estadio magnífico fuera sede compartida entre Sevilla y Betis pero aquello, como tras muchas cosas, hace tiempo que el Guadalquivir se lo llevó al mar.

Por tanto, se nos da la curiosa situación de que si bien siempre se quiere que la sede de la final sea neutral, que no haya ventajas para el desplazamiento de ninguna afición y que todo el mundo sienta que ese partido es único, esta vez, y sin que sirva de precedente, los dos equipos se van a sentir como en casa. O directamente en casa.

Por tanto, ninguno podrá alegar desventaja aunque ya apuntaba José Bordalás, técnico del Valencia, que ese partido del martes no se debería haber disputado y digo yo que aunque no dijo nada Pellegrini sobre el asunto igual pensaba lo mismo que su colega. Y más visto que esos 90 minutos acabaron mal para ambos. Por lo menos, ha habido equidad anímica en la cuestión.

Y para una vez que la final de la Copa venía solamente envuelta en la tensa calma deportiva, esa que precede a los grandes eventos, esa que Fekir compara a una final de Mundial, ahí es nada, va su hija menor, la Supercopa, que viene a quitarle brillo, a poner un rato de sombra, a sacar el foco del campo al palco. Y pensar que hubo un tiempo, lejano, del otro siglo, en el que si ganabas la Liga y la Copa en el mismo año la Federación te daba directamente la Supercopa.

Sí, definitivamente, eran otros tiempos… y, tal vez, solo tal vez, también otro fútbol.

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