Inalcanzable y solvente, Fabio Quartararo vence el GP de Portugal
El de Yamaha logra su primer triunfo del año y alcanza el liderato de MotoGP empatado a puntos con un Alex Rins que firmó una remontada de escándalo
Es el de Portimao un circuito de vértigo, con curvas enlazadas y desniveles tan pronunciados que le quitan a uno el hipo. Virajes locos como aquel entre las curvas ocho y nueve, que le deja a uno el corazón en vilo en esas décimas de segundo que tarda el neumático delantero en volver a contactar con el asfalto, grisáceo y áspero, la salvación tras esos instantes de suspense. Por ahí pasó una y otra vez, la rueda en el aire durante varios metros, la dirección cruzada, en busca del aterrizaje perfecto, Quartararo, el hombre que mejor leyó la carrera, el más veloz, el que mejor supo cuidar sus gomas, inalcanzable.
Firmó una victoria incontestable a ritmo de vuelta rápida, un martillo que golpeaba cada vez más fuerte. Pam. Pam. Pam. Y en solo siete vueltas ya le sacaba dos segundos a Mir, incapaz de retener cerca al francés. Era, de hecho, una tarea imposible.
La Yamaha del campeón del mundo se desliza por el trazado del Algarve como si anduviera agarrado a unos raíles invisibles que le guiaran por la línea perfecta. Ya ganó el de Niza, 23 años recién cumplidos, en este mismo circuito hace un año. Y empezó a construir entonces el camino hacia el título.
En ello está este curso. Y con esta primera victoria de la temporada que, además, le aúpa a la primera posición de la clasificación –el hasta ahora líder, Enea Bastianini, se cayó en las vueltas iniciales–, se vislumbra el bosque algo más despejado. Quizá por eso rompió a llorar en el podio, cuando la tensión que le atenazaba los músculos por fin salió por todos los poros de su piel.
Clasificado en la quinta posición de la parrilla, firmó Quartararo una salida fulgurante. Se colocó tercero y, en un pispás, adelantó a Zarco (Pramac). Firmó la vuelta rápida en el segundo giro. Y también en el tercero, cuando pasó a Mir (Suzuki), que había empezado en cabeza y terminaría por los suelos, atropellado por un Jack Miller que se vio subiendo al podio demasiado pronto: quedaban nueve vueltas para el final y el australiano exprimió tanto la potencia del motor de su Ducati en la recta de meta que llegó demasiado exigido a la frenada de la curva uno: se le bloqueó la dirección, se precipitó en plena curva y se llevó por delante al mallorquín.
El accidente acabó en un abrazo, un detalle nimio pero interesante. Tenía reproches Mir, pero no era el momento. Primero se interesó por el estado de su colega, tirado en el suelo, y al instante aceptó sus disculpas. Un final pacífico para una carrera que proporcionó múltiples duelos, excelentes la mayoría, alguno fratricida, como el que protagonizaron los hermano Márquez, en lucha por la sexta plaza hasta la última vuelta. Ganó el hermano mayor: Marc le cogió el interior de la curva 13 a Alex, tumbada la moto a la derecha, se coló por aquellos escasos centímetros y enfiló las últimas dos curvas para terminar sexto. Otra vez. Como en Austin. Su regreso a las pistas se está cocinando a fuego lento. Mientras persigue el podio divierte y se divierte, que, además de ganar, es lo que siempre le gustó hacer encima de una moto.
Eliminados Mir y Miller del podio, se subió al segundo escalón Zarco –cuya posición nunca peligró, convencido y atrevido encima de su Desmosedici– y al tercero Aleix Espargaró, que ganó dos posiciones beneficiado por aquel strike de la Ducati del 43. Cuarto terminó Alex Rins, un prodigio a lomos de la Suzuki, solo perjudicado (demasiado a menudo) por su inconsistencia y su mal rendimiento en los entrenamientos previos del fin de semana y la clasificación de los sábados. Este domingo salía desde la 23ª posición de la parrilla. Y terminó cuarto. Tras pasárselo pipa de adelantamiento en adelantamiento. No fue en balde. Esos puntos maravillosos lo dejan segundo de la general, empatado a puntos con Quartararo.
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