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Columna
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De colores se pinta la primavera

Pensaba en algo frívolo como las camisetas del clásico durante el homenaje del Sevilla a Juan Carlos Unzué, que representa tan bien la simple y poderosa humanidad. Sin colores

Andoni Zubizarreta
Juan Carlos Unzué, este domingo en el palco del Pizjuán.
Juan Carlos Unzué, este domingo en el palco del Pizjuán.Jose Manuel Vidal (EFE)

Tenía yo la intención de, aprovechando que la Liga se detiene, poder hablarles de cosas un poco más frívolas que las habituales, no porque las de cada semana sean un tratado de psicosociología, pero estos parones permiten poner el ojo en alguna frivolidad de nuestro mundo del fútbol. Y me había quedado con esa imagen inicial del clásico con un equipo vestido de negro y otro de amarillo, cada uno de ellos identificables con Real Madrid y FC Barcelona por sus escudos… y nada más. Tal vez esas cuatro barras rojas podrían acercar a los amarillos a la imagen de Cataluña y punto. Pensaba en esas cuestiones coloridas cuando me saltó una alerta que me decía que Boca Juniors iba a cambiar su clásico azul con banda amarilla por una camiseta completamente amarilla para enfrentarse a River Plate, otro clásico entre los grandes del mundo del fútbol.

Las razones de Real Madrid y Barça ya las conocía y tenían que ver con esa avidez del marketing para convertir cada evento en una experiencia excepcional y asociarla a esa nueva camiseta y todo junto en mayores ventas en las tiendas físicas y virtuales. Pero desde Buenos Aires llegaba una argumentación más definitiva, indiscutible, indestructible ya que era el criterio de un mago-chamán-médium que primero había liberado de las malas energías el vestuario de Boca para finalmente sugerir el cambio al amarillo para romper con las malas influencias que quedaron en el aire y en los espíritus después de la final de Libertadores perdida en Madrid. Me dirán que no es una sugerencia definitiva, de esas que si no las haces y pierdes te vas a arrepentir de por vida y si las haces y también pierdes pues ya es lo que tenías antes. Por tanto, riesgo cero. Bueno, cero, cero tampoco porque supone ver en esa formación inicial a tu equipo de siempre, ese que secularmente has identificado con unos colores, con una forma de mirar y de ver, con un uniforme que permitía discernir en el combate a los míos de los otros y que en este caso esa presencia de una camiseta de banda roja es la que finalmente ubica que allí se estaba disputando un clásico. O un nuevo clásico. O un clásico de Nueva Era. No lo sé pero seguro que un sabio marketiniano de nueva era sabrá ponerle el nombre adecuado para que la máquina siga rodando y contando monedas.

Pensaba en todo eso y en cómo dos camisetas amarillas habían acabado por vestir los éxitos, un punto inesperados, un mucho revitalizadores, cuando desde siempre se ha considerado el amarillo como un color con cierto aroma negativo. De ese aroma que hubiera llevado al difunto Luis Aragonés a negarse a ese tipo de experimento, ya lo dijera el marketing o el chamán, que para gestión de las energías ya están él y solo él. Y de cómo ese color era catalogado de imposible para nuestros porteros mientras que los alemanes no paraban de ganar títulos vestidos de esa guisa —¿a ver si ahí estaba toda la cuestión de pasar de cuartos y eso de los penaltis?—.

En todo eso pensaba en el palco del Ramón Sánchez Pizjuán mientras esperábamos a Juan Carlos Unzué, a quien el Sevilla homenajeaba con su Dorsal de Leyenda. Allí, rodeado de muchos exporteros, o solo de porteros, ya que esa condición creo que no se pierde nunca, en un club marcado desde esa posición; no en vano el Sevilla es el único equipo que conozco en la élite del fútbol con un entrenador y un director deportivo que han defendido la portería y que han visto el partido desde esa última línea, o primera del ataque según se mire el campo. Allí estábamos todos para homenajear al Unzué portero, deportista y colgarnos de su sonrisa y de la alegría de los ojos de ese ejemplo que hace que cada día sea un feliz descubrimiento y que relativiza todas nuestras inquietudes. Un homenaje al que el Arrebato le puso música y canción y nos permitió echar más de una lágrima a todos esos tipos duros que ayer vestían el 1. Y aquello no era de marketing ni de nada artificial. Aquello iba de eso que Juan Carlos representa tan bien que es la simple y poderosa humanidad. Sin colores.

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