Los picotazos de Dembélé y el extravío de Modric
El francés activa el ventilador del tridente culé mientras la apuesta de Ancelotti con el croata de falso nueve desnuda al líder
El Madrid celebró sus 120 años de historia vistiendo en el clásico del Bernabéu una camiseta negra diseñada por el japonés Yohji Yamamoto. Toda una premonición. El Barcelona repitió con la senyera. No son buenos tiempos en el fútbol para la tradición y los romanticismos. Sin embargo, cuando el paisaje dejó paso al balón, el foco se posó sobre dos jugadores a la antigua usanza: el pelotero Modric y el extremo Dembélé, aunque por motivos bien distintos. Sus actuaciones simbolizaron la noche: la quiebra del líder, que se quedó en pelota picada de la forma más cruel, y el rearme en todos los frentes del Barça de Xavi, que colocó dos vigas maestras para el futuro en un estadio, precisamente, en reconstrucción. La ubicación del croata, como falso nueve en lugar de Benzema, reflejó el destemple del Madrid mientras el francés fue el que activó el ventilador que arrolló a los locales.
El clásico sirvió para confirmar en la pizarra de Ancelotti que hay ausencias que no tienen remedio por más vueltas y revueltas que le dé. Después de probar en sustitución del francés con dos delanteros puros (Jovic y Mariano), tres mentirosos (Isco, Asensio y Rodrygo) y recurrir a la tercera vía de Bale (fuera de la convocatoria a última hora por unas molestias en la espalda a cuatro días de que Gales se juegue el pase al Mundial), el nuevo experimento en la punta fue Modric. El movimiento dejó al Madrid al descubierto como nunca antes esta temporada, implorando incluso clemencia ante el festival del triplete rival.
La manta de Carletto no cubría todo y el centro del campo se quedó a la intemperie por más que por ahí gravitaran Casemiro, Kroos, Valverde, y los extremos Rodrygo y Vinicius echaran una mano atrás. Sobre el campo estaban las piezas sanas más en forma de los hombres de negro, pero el cambio de posición del croata ayudó a desmontar el mecano. El equipo se hacía largo, la presión arriba (también con Kroos) fracasaba, faltaba el mando de Modric en el medio... El fallo del Madrid fue multiorgánico y el gobierno del Barcelona resultó absoluto a partir del cuarto de hora del partido.
En los primeros esbozos de la crecida azulgrana, Xavi se revolvía en la banda haciendo gestos a Dembélé, que actuaba en ese momento en la otra acera de la Castellana. Los culés empezaron a mandar, toque a toque, y el mosquito terminó de abrir en canal al Madrid. A la media hora, encaró como los extremos de toda la vida a Nacho, lateral zurdo postizo por la lesión de Mendy, se despidió de él, colocó un centro sensacional, Alaba no acertó en el despeje y Aubameyang superó a Militão en el remate. Un rato antes, sendos disparos de ambos habían dejado las primeras estiradas de Courtois, que en el preámbulo recibió el premio al mejor jugador de febrero. Y, casi al instante, otro centro de Dembélé, esta vez en un córner, desembocó en el 0-2 de cabeza de Araujo. El uruguayo salió como solución para contener a Vinicius en su área, pero terminó festejando en la contraria.
El desfogue del Barça después de tantas penalidades evidenció cómo cambia la vida con la nueva tripleta atacante. Dembélé dio el primer paso, Aubameyang el segundo con su doblete (sumó también dos asistencias) y Ferran Torres, pese a que falló algún mano a mano en pleno desmadre azulgrana, puso la guinda. Con Dembélé, que sigue rechazando renovar, Xavi decidió tirar por la calle de en medio y sacarle todo el zumo posible mientras lo tuviera en el camerino. Ya suma nueve asistencias. Y los otros dos, reclutados en el mercado invernal, acumulan nueve y seis tantos, respectivamente.
Entre los tres terminaron de poner colorados a los locales ante sus aficionados, que asistían atónitos. Ancelotti rectificó al descanso el desaguisado de arriba (sacó a Camavinga y Mariano por Carvajal y Kroos, y dejó a Modric en el centro, al que ya había devuelto tras el 0-2) y colocó tres centrales, pero tampoco. O peor. A los 20 segundos, Torres erró un mano a mano y dos minutos después acertó en otro. Aubameyang clavó el cuarto. “Queremos una manita”, reclamaban los hinchas culés desde el gallinero. No llegó. No hubo más consuelo que ese en la noche más negra del Madrid este curso. Por todo.
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