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PAISAJES
Columna
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Un portero en Nueva York

Hay quien me insinúa que por mi condición de barcelonista quiero que pierda el Real y a esos les digo que mi paso por el Olympique de Marsella me ha curado mucho de la fiebre parisina

Kylian Mbappé recibe el balón durante el partido entre el Real Madrid y el PSG en el Bernabéu.
Kylian Mbappé recibe el balón durante el partido entre el Real Madrid y el PSG en el Bernabéu.AFP7 vía Europa Press (Europa Press)
Andoni Zubizarreta

Son las 15.00 y en Nueva York nieva, nieva, nieva. Justo en este momento el profesor nos dice que hemos llegado al break, que podemos salir a tomar café, a hacer fotos de los tejados y los coches nevados, y mis compañeros de curso aprovechan el parón para pedirme una opinión sobre el partido que acaba de empezar en la noche madrileña. Son en su mayoría seguidores, siempre respetuosos, siempre apasionados, del Real Madrid. Son también en su mayoría latinoamericanos que están al día de todo lo que pasa en la Liga española y que, tal vez, buscan en ese pronóstico un talismán que les proteja de la mala suerte o que, mejor aún, les confirme que sus deseos de clasificación se verán cumplidos para las 16.30 hora local.

Hay quien me insinúa que por mi condición de barcelonista quiero que pierda el Real y a esos les digo que mi paso por el Olympique de Marsella me ha curado mucho de la fiebre parisina y que, lo que en el fondo me gustaría, es poder ver con ellos el partido en uno de esos bares neoyorquinos, con muchas pantallas llenas de deporte, disfrutar del fútbol y de esa magia que convierte a compañeros en amigos en torno al disfrute, la polémica, la diversión, la pasión de este juego mágico. Ante la insistencia de Matías —debe de ser que a Argentina no ha llegado mi alergia a dar pronósticos—, le digo que el que marque por delante se va a llevar la eliminatoria. Sí, efectivamente, Matías también ya sabe que como pronosticador soy nulo.

Nos llaman al aula y mientras la nieve sigue cayendo más mansa, más fina, intento atender a la clase siguiendo, como un alumno pillo, el partido desde mi aplicación, esa en la que siempre me parece que los disgustos llegan al segundo y que siempre tarda cuando las noticias son positivas. Y ligado a esto aprovecho para contarles, ahora que estoy en el otro lado del mundo, que he desarrollado una nueva superstición que dice que cada vez que abro mi aplicación algo ha pasado en el partido que sigo. No se sabe si positivo o negativo, pero algo, y como no hay nada peor que una profecía autocumplida, cuando voy a buscar la información el 1 parpadea en el lado del PSG.

“Vaya”, pienso, “como se cumpla lo que le he dicho a Matías esta noche promete ser histórica para el PSG”. Unos segundos más tarde, José se gira y me dice, elegante: “0 a 1, ha marcado Mbappé”. Y mientras nos hablan de emprendeduría nos vamos al descanso del partido, la concentración vuelve a ser absoluta en la pizarra, en el mensaje, en el profesor, en lo que sea con tal de que el fútbol vuelva a ser secundario, que hemos venido aprender.

La clase va desembocando en su final, se acercan las 16.30 cuando en un segundo muerto que encuentro en medio de un caso de Seguros vuelvo a abrir mi aplicación y allí llega el empate del Real Madrid, ese empate firmado, vaya otra vez él, por Benzema. Le toco el hombro a José y, bajito, le digo que la mística blanca vuelve a jugar sus cartas. Él lo entiende a la primera y aprieta sus puños como si estuviera en la grada del Bernabéu. “Remontamos”, es su sencilla conclusión.

El profesor está ya despidiendo la clase, nos vamos levantando para recoger las cosas, cuando alguien grita: “¡Gol de Benzema!”. Yo pienso que se refiere al empate, pero no, el mago de Lyon ha vuelto a encender su lámpara y la eliminatoria está empatada.

Yo intento explicar eso de que los goles ya no valen doble, aunque creo que ellos lo saben tan bien como yo cuando suena un “¡¡¡¡El tercero de Benzema!!!!”.

Allí se van todos, felices, contentos, con la pila de la magia blanca a tope, cantando, abrazándose, decidiendo ya donde van a festejar este éxito que es suyo pero nunca vieron. Yo miro por la ventana. Hasta en Nueva York ha dejado de nevar.

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