El Barça abandona el territorio hostil
Sabe que puede jugar bien y derrotar a rivales de altura. Sabe que el gol no es un trabajo casi imposible. Por incipiente que parezca el momento, se siente con derecho al optimismo


En el mapa de carreteras que es la temporada, algunos partidos ofician de cruce de caminos. El Barça-Atlético de Madrid reclamaba esta condición. Por primera vez en mucho tiempo, el equipo de Simeone, campeón de la pasada edición del campeonato, se sentía inquieto por la posibilidad de abandonar su puesto entre los cuatro primeros de la Liga, la base de su sostenida progresión en la escala deportiva y económica del fútbol europeo. Sin Liga de Campeones, la economía se diezma y el equipo también. El Barça afrontaba el encuentro en el mismo estado de necesidad —jugar la Copa de Europa o precipitarse al abismo—, pero con la sensación de adentrarse en un territorio hostil.
Todo lo que se sabía del Barça antes de enfrentarse al Atlético invitaba a una duda mayúscula. Seis meses después de comenzar la temporada 21-22, su balance era desastroso. No había vencido a ninguno de los cuatro primeros del campeonato español —derrotas contra el Real Madrid, Atlético y Betis, empate con el Sevilla— y fue eliminado de la Liga de Campeones, después de dos masacres frente el Bayern y dos tristísimos partidos ante el Benfica (derrota por 3-0 en Lisboa y empate a cero en el Camp Nou). En resumen: ocho partidos, seis derrotas, dos empates, dos goles a favor y 15 en contra.
Superado por el Real Madrid en la semifinal de la Supercopa de España y por el Athletic en los cuartos de final de la Copa del Rey, el Barça había fracasado en cada uno de los grandes momentos de la temporada. No se recordaba un Barça más mediocre, ni más apurado por su situación en la Liga. El partido contra el Atlético reunía todas las características de una encrucijada. En caso de victoria ingresaría por fin entre los cuatro primeros de la clasificación, a costa de su rival y en un momento crítico del campeonato, en el primer partido desde el cierre del mercado invernal.
En el encuentro se medía al equipo —victoria o regreso al gélido páramo— y al rotundo giro en las decisiones del club, que detectó en la delantera las carencias más graves de la plantilla. El Barça desembolsó 55 millones de euros por Ferran Torres, consiguió del Wolverhampton el préstamo de Adama Traoré y aprovechó el conflicto de Aubameyang con el Arsenal para ficharle. Delantera nueva para un equipo que no podía esperar un minuto más para corregir su inofensiva aproximación al gol.
El partido con el Atlético invitaba a comprobar si la triple operación en el mercado de invierno estaba a la altura de las agudas necesidades del Barça. Era una final tanto para el equipo como para Joan Laporta y su directiva. Por la victoria, la manera de producirse y los cuatro goles, el Barça sale del cruce de caminos en la buena dirección.
Superó todos los obstáculos que generalmente le conducían al desastre: desestimó su tradicional rechazo a la épica y remontó el temprano gol de Carrasco, soportó la expulsión de Alves y aguantó la ventaja con una novedosa eficacia defensiva, funcionó con una agresividad desconocida, aprovechó la descomunal potencia de Adama Traoré en el lado derecho y funcionó con un empaque desconocido hasta ahora. Y por fin ganó uno de esos partidos que irremediablemente perdía.
Después de dos años a la deriva, el Barça se pareció a la versión que se espera de su rendimiento. Sabe que puede jugar bien y derrotar a rivales de altura. Sabe que el gol no es un trabajo casi imposible. Por incipiente que parezca el momento, el Barça se siente con derecho al optimismo. Llegó con los peores antecedentes a un partido crucial y salió desbordante de ánimo. Es cuarto, pero le sabe a gloria.
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