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baloncesto
Columna
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La rodilla de Ricky Rubio, la rodilla de todos

Resulta muy sugerente su forma de afrontar las diferentes etapas del camino, basada en la máxima de que a veces las cosas no son como a uno le gustaría

Ricky Rubio, tras lesionarse este miércoles.
Ricky Rubio, tras lesionarse este miércoles.Agencia Getty

Crujió la rodilla de Ricky Rubio y nos ha dolido mucho. Tanto que confirma la sensación de que Ricky había llegado a ese punto donde la complicidad emocional que le une con los aficionados era de tal calibre que su cuerpo ya es propiedad de todos, y cuando se le venció el cuerpo y dobló la rodilla, caímos con él.

Ninguna lesión llega en buen momento, y menos si es de esta gravedad [de seis a ocho meses de baja], pero resulta difícil imaginar unas circunstancias menos propicias para un contratiempo de esta envergadura. Ricky estaba pletórico en juego y ánimo y su equipo, los Cavs, llamados en principio a la irrelevancia, tenían con la boca abierta a toda la NBA con un desenfadado estilo y unos resultados que no esperaba ni el más furibundo de sus hinchas.

El reconocimiento hacia el base español rozaba máximos y no se limitaba a su labor como jugador, sino también como mentor y maestro de unos cuantos jóvenes prometedores. Todo pintaba ideal, en términos de presente y también de futuro, donde se dibujaba en pocos meses una libertad que podría tener como consecuencia un contrato muy jugoso y quién sabe si una posibilidad de terminar en un equipo aspirante al anillo. No es de extrañar que inmediatamente después del crujido, nos saliese un “ahora no” colectivo del tamaño del estado de Ohio.

La cosa tenía muy mala pinta desde el principio, pero había que esperar a la confirmación oficial. Tiempo detenido, pero útil para volver a reflexionar sobre el trayecto deportivo y vital de Ricky, iniciado con su debut con sólo 14 años y cuyo penúltimo capítulo, una vez confirmado el alcance de la lesión, serán unos cuantos meses de recuperación. Entre medias, 17 años que dan para mucho y de todos los colores. Récords de precocidad, cientos de partidos, decenas de éxitos, algunas dosis de infortunio, una gigantesca pérdida familiar y la progresiva consciencia de su valor como referente dentro y fuera de la pista.

Ricky ha ido madurando delante de todos nosotros, y no sólo su juego merece atención. Porque resulta muy sugerente y destacable su forma de entender y afrontar las diferentes etapas del camino, basada en una máxima: a veces las cosas no son como a uno le gustaría que fuesen. Y en estas situaciones se abren dos caminos. Pelear por intentar cambiar la realidad y si esto no es posible, adaptarte a ella para poder seguir dando lo mejor que tienes. Comprendiendo este modus pensante se entiende a la perfección la actitud de Ricky a lo largo de los diversos avatares de su carrera en la NBA. Más tarde o más temprano, en cada equipo en el que ha militado ha terminado por encontrar su sitio y resultar beneficioso individual y colectivamente, lo que le ha hecho ganar el aprecio de compañeros y organizaciones.

El último ejemplo resulta definitivo. Cleveland, un supuesto infierno, meses después se convirtió en un paraíso en el que hemos disfrutado de una de sus mejores versiones. Basado en esta filosofía vital, no le imagino a Ricky dándole muchas vueltas a lo ocurrido, esfuerzo inútil cuando ya no se puede cambiar.

De entrada, ha subido a su cuenta de Twitter un vídeo de Kobe Bryant: “Siempre tienes que seguir adelante. La tormenta pasará”. Mientras llegue ese momento, nos seguirá doliendo la rodilla.

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