Luis Milla: “A veces la solución la encuentras quedándote quieto”
El motor del Granada reflexiona sobre el duro aprendizaje que supuso para él llegar a ser profesional en un entorno de canteras que rechazaban a los jugadores de desarrollo físico tardío
“No he parado. He pasado por muchas canteras, he dado muchos trotes, y estoy muy orgulloso del futbolista que soy ahora”, dice Luis Milla, el centrocampista del Granada que hoy recibe al Atlético en Los Cármenes (19:00 horas, Movistar).
“Luis ha sido un friki desde niño”, dice su padre, Luis Milla, ex mediocentro del Barça, el Madrid y el Valencia. “Con cinco años insistía en entrar en la escuela del Valencia, donde el límite de edad eran los seis años de los querubines. Fuimos a hablar con el director de fútbol siete y me dijo: ‘vamos a meterle igual’. Tuvimos que ponerle unos imperdibles para que no se le cayeran los pantalones. ¡Y a jugar!”.
Hay dos clases de futbolistas. Aquellos que parecen satisfechos de su condición, serenos en sus certezas, paseándose sin prisa por los campos a la espera de que alguien les de la pelota; y aquellos que corren desesperados por recibir un pase y exprimir cada minuto de vida con las botas puestas. Los primeros suelen coincidir con tipos de desarrollo biológico fácil y buena propaganda. Los últimos, con fenotipos poco atléticos y cuestas empinadas en entornos hostiles. No por ser hijo de un gran jugador, el pequeño de los Milla gozó de la comprensión de sus entrenadores de cantera.
“Luis”, recuerda su padre, “siempre tuvo problemas porque su desarrollo físico fue dos años por detrás. Cuando era infantil parecía alevín, cuando era cadete parecía infantil. Por eso ha tenido los problemas que ha tenido en todos los sitios. En los clubes importantes se mira el corto plazo, no el largo. Él estuvo en el Valencia, en el Madrid, en el Atlético, y no lo quisieron en ningún sitio. Hasta que cumplió 18 fue terrible ver que no le querían porque llevaba un tiempo de atraso físico y en sus clubes le pedían competir al máximo nivel desde infantiles”.
La historia del pequeño Milla, que no llegó a Primera hasta que lo fichó el Granada en 2020, con 25 años, explica su carácter de centrocampista infatigable. “Puede que a veces corra de más para recibir la pelota”, dice. “Lo he hablado con algunos entrenadores. Siempre digo que prefiero correr de más y no de menos. Entiendo que a veces no es necesario tanta carrera. Pero me gusta tener el control de lo que pasa en los partidos y eso con balón es más fácil. Por eso me gusta participar mucho, y por eso intento apoyar a mis compañeros y darles una solución siempre que los veo apretados. Lo que ocurre es que a veces la solución la encuentras quedándote quieto, o incluso alejándote del balón. Con el paso del tiempo he sabido controlar el ímpetu de ayudar porque a veces queriendo ayudar le complicas la vida a los compañeros”.
Te mueves para tener más tiempo para pensar y para perfilarte bien antes de recibir. Pero a veces ese movimiento te acerca a un contrario, o acercas los contrarios a tus compañeros
“Te mueves para alejarte de la presión”, explica. “Ese movimiento te da la opción de tener más tiempo para pensar y para perfilarte bien. Pero a veces ese movimiento te acerca a un contrario, o acercas los contrarios a tus compañeros”.
El joven Milla obliga a considerar la existencia de dos ramas en la familia de los volantes centrales: aquellos que se desmarcan hacia zonas tibias pidiendo la pelota al pie y aquellos que se desmarcan directamente hacia los nódulos de presión de los contrarios. Él pertenece a la segunda especie. Prueba de ello es su condición de castigado. Milla es el jugador del Granada que más faltas provoca por minuto disputado. “Cuando pides la pelota siempre obligas al contrario a reaccionar”, observa. “Cuando quieres tener la iniciativa para tener el balón necesitas que todo el mundo se mueva. Y hay desmarques que tienen que ser en apoyo. Pero los más importantes son al espacio, porque esos son los que generan problemas en el equipo contrario y dan la posibilidad de que otro compañero pueda recibir sin tanta presión. No siempre te debes mover esperando recibir el balón. Para las defensas rivales es mucho más fácil defender a los que reciben al pie. Yo no he sido del Barça, pero mirar jugar a Iniesta y Xavi me emocionaba. Eran las referencias, pero necesitaban los desmarques de Jordi Alba rompiendo al espacio. Eso genera que puedas recibir la pelota por dentro”.
Inclinado a moverse hacia arriba, Milla sabe desajustar defensas rivales aprovechando los pasillos que se abren entre su nueve y sus extremos. “Cuando haces un desmarque de ruptura desde la segunda línea”, observa, “obligas a los defensas a tomar decisiones: seguirte, moverse, defender ese movimiento… y eso genera que los atacantes reciban en zonas intermedias. Lo ves en el Liverpool cuando baja Firmino y los interiores suben a posiciones de atacantes. Eso genera dudas: si tus rivales siguen tu desmarque dejan un espacio a tu delantero, si no, te dejan mano a mano con el defensa”.
“A todos nos gustaría jugar como jugó el Barça de toda la vida”, dice. “Pero los rivales son muy buenos y te contrarrestan. Lo bueno del Granada es que nos adaptamos muy bien a todas las circunstancias. Yo intento adaptarme porque en cada partido se producen muchas circunstancias muy diferentes y tienes que servir para todas ellas. Eso, al final, es lo que hace que puedas jugar”.
Gracias a la fortuna que hizo su padre, Luis Milla pudo vivir una juventud cómoda fuera del fútbol. Eligió la pelea. Lo rechazaron. Con 20 años se rompió los ligamentos cruzados de la rodilla derecha. Se recuperó. Triunfó en Segunda y ahora es el motor del Granada. “Desde pequeño quise ser profesional”, dice. “La lesión cambió mi estilo de vida. Aprendí a seguir preparándome una vez que terminaba el entrenamiento. Me hizo valorar cada día que puedes entrenar y jugar. A base de piedras, aprendes”.
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