Aquellos años preciosos
Santana abrió un panorama deportivo cerrado al fútbol, el boxeo y el ciclismo
Fueron años preciosos, años en los que Manuel Santana nos abrió los ojos a un deporte nuevo. Un deporte degradado entonces en el lenguaje común como “deporte de ricos” que él redimió porque no siendo rico, sino pobre, fue el mejor de todos.
Hijo de un electricista sindicalista encarcelado tras la guerra, criado por una madre que hizo mil esfuerzos para sacar a su prole, descubrió el tenis un día que su hermano, recogepelotas en el Club Velázquez, se había dejado el almuerzo y tuvo que llevárselo. Aquella sucesión de pistas de tenis le fascinó y pronto se hizo una raqueta propia con los restos del respaldo de una silla oval de rejilla.
Supimos de él cuando ya había ganado dos veces Roland Garros, lo que sólo merecía un pequeño espacio en el periódico que todos nos saltábamos. Así hasta que entró en las casas una novedad decisiva, la tele. Buscando novedades, algún audaz decidió dar una eliminatoria de Copa Davis España-Estados Unidos, desde Barcelona.
Una información previa sacudió a la tribu: los americanos traían su propia comida, envasada al vacío, y su propia bebida, porque desconfiaban de lo que pudiera comerse aquí. Los que no teníamos todavía tele buscamos la casa de un vecino o un pariente donde verla. Ese primer día supimos que en el tenis no se cuenta 1-2-3…, sino 15-30-… (¿Por qué no 45, nos preguntábamos?). El segundo día, con el doble, aprendimos para qué servían los pasillos laterales. El tercer día nos abrazamos eufóricos porque aquellos arrogantes habían mordido el polvo, con su pan se lo comieran. El cuarto día se agotaron las raquetas en las tiendas de deportes y salieron de las casas cuerdas con las que enlazar de dos en dos árboles del parque próximo y practicar ese deporte nuevo y bello, del que Santana era intérprete ideal.
Jugaba con exquisita técnica, haciendo aún más bello un deporte que de por sí lo era y que al tiempo era una escuela de buenas costumbres: silencio escrupuloso del público, los jugadores de blanco impoluto, el ganador saltando la red tras el partido para felicitar-abrazar-consolar al vencido.
Líder de una revolución silenciosa
Años preciosos, sí, siguiendo las series vencedoras de eliminatorias de Copa Davis, hasta dos finalísimas en Australia donde (la Copa Davis era así) el campeón esperaba calmoso a que todos se batieran entre sí para recibir al ganador en su pista de hierba.
Fueron dos finales de madrugada y sueño. No llegamos a ganar la Copa Davis, pero Santana sí ganó Wimbledon y produjo aquella simpática imagen tratando de besar la mano de la duquesa de Kent, que la retiraba porque con las damas de la familia real británica el protocolo no admite esa forma de cortesía.
Él abrió nuestro panorama deportivo, hasta entonces cerrado al fútbol, el boxeo y el ciclismo. De la mano de la tele, como él mismo, fueron llegando otros pioneros: Emiliano, Nieto, Perramón, Paquito, Ballesteros… Él fue el primero, el líder de aquella silenciosa revolución que hizo de nuestro deporte algo más amplio y más completo.
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